Banalización de la vida

Banalización de la vida

Agencia SIC

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Hay preguntas incómodas. Cuando no tenemos respuesta a alguna cuestión importante de la vida, antes que esforzarnos para renunciar o corregir nuestra manera de pensar, intentamos salir del paso mediante subterfugios.

Uno de ellos consiste en acallar el problema, olvidarnos de él, obviarlo, hacer como si no existiese o no tuviese relevancia. Decimos: "De eso no toca ahora hablar", "No necesito calentarme la cabeza, lo que importa es vivir al día."

Otro es practicar la ironía, revestir nuestra conversación de un tono jocoso, hacer broma, ironizar, como quien se pone un disfraz, para ocultar la propia ignorancia. Así reaccionamos ante problemas difíciles de orden social, político o religioso. ¿Un mecanismo para liberarse de la angustia interna o quizá hacerla más llevadera?

Hemos hablado de la banalización de algo tan importante como la muerte y el cielo. Fue la filósofa y escritora Hannah Arend quien puso en circulación la expresión "banalización del mal" colocándola como subtítulo de su obra Eichmann en Jerusalén. A propósito del juicio de Nüremberg, publicó su particular interpretación de la conducta del nazi Eichmann, verdugo de tantos judíos, juzgado y condenado a muerte como genocida. ¿Cómo fue posible que un genocidio de tal envergadura, como el holocausto judío, dejara indiferentes y no produjera la más mínima reacción en la sensibilidad y en la conciencia de quienes lo provocaban?

Contra lo que muchos piensan, todos los responsables de aquella masacre no eran unos psicópatas. Según Arend, Eichmann y una gran cantidad de correligionarios vivieron lo que ella denomina "la banalización del mal": esa reacción de distanciamiento, evasión, olvido, endurecimiento, indiferencia, ante lo que en sí es malo e inhumano. Quien la vive no ve en eso malo, sino un efecto colateral, que no tiene ningún brillo al lado del gran ideal ideológico o político, que se trata de conseguir: la consecución de este ideal es tan importante que puede "justificar" cualquier injusticia, sufrimiento o asesinato. En el ámbito del marxismo comunista se vivió esta contradicción en innumerables tragedias y no menos denuncias a lo largo de más de noventa años.

No nos extrañemos. Este mecanismo de banalizar la vida se da también entre nosotros. Negar la trascendencia de cosas en sí mismas esenciales es el origen de muchos pecados de omisión y la justificación, no sólo de actitudes de evasión e indiferencia, sino también de injusticias y acciones inhumanas.

Sí que nos apuntamos a denuncias proféticas que están de moda, pero no llegamos a comprometernos, no pasamos de ahí. Y silenciamos y orillamos otros muchos problemas, no menos graves, que ponen en peligro la persona humana y su dignidad. Recordemos los problemas ecológicos, las grandes cuestiones educativas, el vacío de sentido, la superficialidad, la negación de la verdad objetiva, la quiebra de la familia, los desequilibrios sociales y económicos, los conflictos ideológicos o políticos?

Quisiéramos que el Espíritu nos concediera tener esos inmensos ojos de los iconos y las imágenes románicas, que parecen iluminados abarcando el mundo. La realidad es tan inmensa, que nuestra mirada se queda ridícula, estrecha y corta: vemos solo lo que nos interesa. Y nos equivocamos. Sólo la mirada del Espíritu nos permite ver todo, lo oscuro y lo luminoso, y en su justa medida. Detrás irá el corazón y la vida.

? Agustí Cortés Soriano

Obispo de Sant Feliu de Llobregat