Carta del arzobispo de Burgos: «Iglesia en estado de misión»

Mario Iceta repasa algunos aspectos de la vida social y eclesial que le «interpelan de modo particular» y que «constituyen una llamada del Espíritu» a la Iglesia de Burgos

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Redacción Religión

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1. Hemos concluido el jubileo con ocasión del VIII centenario de nuestra catedral. Damos gracias a Dios por este acontecimiento de gracia. Mi agradecimiento a las personas, parroquias, comunidades e instituciones diocesanas por vuestra extraordinaria implicación y esfuerzo, así como a la ingente labor realizada por la Fundación VIII Centenario de la Ca- tedral de Burgos y a todas las instituciones civiles que han colaborado. Si bien todo lo vivido –celebraciones, espiritualidad, cultura, conciertos, congresos, publicaciones, arte, historia, etc.– marcará nuestras vidas, quiero destacar un elemento fundamental de este jubileo: la celebración de la Asamblea Diocesana cuyo Documento Final orientará nuestra acción pastoral durante los próximos años. En esta carta, en plena sintonía con la Asamblea1, me gustaría abordar principalmente la cuestión del sujeto eclesial llamado a llevar a cabo las acciones propuestas, es decir, cada uno de los que formamos parte de esta Iglesia y las comunidades concretas que la conforman.Todo ello, en consonancia con nuestra participación en el Sínodo de los Obispos sobre la sinodalidad que el Papa ha convocado para toda la Iglesia.

2. Este Año Jubilar ha coincidido providencialmente con el inicio de mi ministerio en esta querida Iglesia burgalesa. Mi reconocimiento a don Fidel Herráez, mi inmediato antecesor que inició la preparación del Año Jubilar, y a don Francisco Gil Hellín por su entrega y servicio a nuestra archidiócesis. El tiempo que llevo con vosotros me ha permitido ir cono- ciendo personalmente a sacerdotes, diáconos, comunidades de vida consagrada, laicos con responsabilidad pastoral, así como visitar parroquias, arciprestazgos, monasterios e instituciones que configuran nuestra Iglesia diocesana. Doy gracias a Dios por tantos dones con los que somos bende- cidos. Mi profundo reconocimiento y agradecimiento a todos, infatigables trabajadores de la viña del Señor.

I. Dar de beber en el desierto espiritual

3. La contemplación de los tiempos actuales me recuerda la situación en la que acontece la vocación del joven Samuel. En efecto, nos dice el primer libro de Samuel que en aquel tiempo «era rara la palabra del Señor y no eran frecuentes las visiones» (1Sam 3, 1).Y es, precisamente en ese tiempo de sequía espiritual, cuando Dios suscita la vocación del profeta Samuel que responde generosamente: «Habla, que tu siervo escucha» (1 Sam 3, 10).

4. De modo similar, vemos que en nuestra sociedad crece la indiferencia religiosa, se adoptan formas de vida donde Dios ya no cuenta, se propaga una cultura que se va tornando refractaria a muchos aspectos de la cosmovisión y antropología cristianas, donde el materialismo, el individualismo, el hedonismo y el relativismo van calando en el modo de pensar y, por tanto, de vivir. A pesar de que muchas personas buscan formas nuevas de espiritualidad, podríamos definir la situación actual como de desertificación espiritual.Y es precisamente en este contexto cuando Dios, una vez más, vuelve a pronunciar nuestros nombres invitándonos a la tarea evangelizadora.Y nuestra respuesta no puede ser otra que la del joven Samuel, llena de agradecimiento y disponibilidad: «Aquí estoy, habla que tu siervo escucha».

5. Y es que Dios «viene a nuestro encuentro en cada hombre y en cada acontecimiento» (cfr. Prefacio I de Adviento) consolándonos con su misericordia y sosteniéndonos con su amor. Si ha habido un acontecimiento relevante en estos últimos tiempos ha sido precisamente la pandemia, que, junto a tantos aspectos dolorosos, ha puesto al descubierto algo que percibíamos desde hace tiempo, pero que no se había manifestado tan abiertamente: que muchas de nuestras comunidades envejecen, va disminuyendo el número de sus miembros, pierden vitalidad y no es fácil suscitar un relevo generacional. Pero, en esta situación, el Señor sigue llamando a personas de toda condición para acogerlas en su discipulado y enviarlas a la misión.

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