Carta del arzobispo de Burgos: «Mirar con el corazón de María»
En el mes del Rosario, Mario Iceta nos recuerda que «no es una devoción pasada» si no que es algo que muchas personas distintas rezan diariamente
Madrid - Publicado el
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Queridos hermanos y hermanas:
«Con el Rosario se puede alcanzar todo. Según una graciosa comparación, es una larga cadena que une el Cielo y la tierra, uno de cuyos extremos está en nuestras manos y el otro en las de la Virgen María. Mientras el Rosario sea rezado, Dios no puede abandonar al mundo, pues esta oración es muy poderosa sobre su corazón». Con estas palabras de santa Teresa de Lisieux, recordamos la importancia de esta venerada oración en el mes del Santo Rosario.
Octubre está dedicado al Santo Rosario, y la Iglesia enmarca esta admirable devoción mariana (iniciada y difundida por santo Domingo de Guzmán), tan querida por los santos a lo largo de la historia, en el corazón de todo este mes. De esta manera, estamos unidos como Pueblo de Dios que camina, con paso reflexivo, por cada uno de los misterios de la vida de Jesús, «vistos a través del Corazón de Aquella que estuvo más cerca de Él» (san Pablo VI).
Los brazos de María son el regazo materno de paz que, como una mística corona, desea abrazar nuestra debilidad. Así, por medio del Rosario, mientras vamos contemplando la vida de Jesús a través de los ojos de su Madre, aprendemos un modo de vivir humilde, generoso, entregado, paciente, contemplativo y bueno.
Santo Domingo de Guzmán, el burgalés fundador de la Orden de Predicadores, venció todas las dificultades gracias al rezo del Rosario que propagó por la cristiandad esta devoción, extendida por todo el orbe católico. La Orden creció y el Santo Rosario se mantuvo vivo como la oración predilecta durante casi dos siglos. El dominico, tras todo lo vivido y en acción de gracias, llegó a expresar a viva voz: «Estás viendo el fruto que he conseguido con la predicación del Santo Rosario; haz lo mismo, tú y todos los que aman a María, para de ese modo atraer todos los pueblos al pleno conocimiento de las virtudes».
Nuestra pequeñez, al desgranar cada uno de los misterios gozosos, luminosos, dolorosos y gloriosos a través de las manos de María y de Jesús, se hace grande por amor. Según la carta apostólica Rosarium Virginis Mariae, de san Juan Pablo II, la indicación de meditar estos veinte misterios divididos en diferentes días, «no pretende limitar una conveniente libertad en la meditación personal y comunitaria, según las exigencias espirituales y pastorales y, sobre todo, las coincidencias litúrgicas que pueden sugerir oportunas adaptaciones» (n. 38).
Desde que María dio a luz en Belén a Jesús y «le envolvió en pañales y le acostó en un pesebre» (Lc 2, 1-14), la contemplación de Cristo tiene en María su modelo insuperable. «El rostro del Hijo le pertenece de un modo especial», recuerda el Papa santo en dicha carta apostólica, pues «ha sido en su vientre donde se ha formado, tomando también de Ella una semejanza humana que evoca una intimidad espiritual ciertamente más grande aún».
Contemplemos a Cristo con María. Recorriendo de su mano de Madre los misterios del corazón de su Hijo, seremos capaces –mientras meditamos el Rosario– de admirar, con nuestros propios ojos, el rostro del Señor. El rezo del Rosario no es una devoción pasada. Trabajadores, estudiantes, profesionales, niños y personas mayores, deportistas o personas enfermas, lo rezan diariamente. Se puede rezar mientras se va al trabajo, durante un paseo, en el coche, en un santuario mariano… y siempre deja en el corazón la huella de Cristo impresa con la suavidad de María.
Este mes del Santo Rosario nos invita a abrazar, mediante el dolor salvífico de Cristo y la gloria del Resucitado, el consuelo que anhelan nuestras vidas y la humanidad sufriente. Hoy me quedo con la mirada inmensamente generosa de la Madre Teresa de Calcuta quien, en medio del servicio a las almas que cuidó por puro y traspasado amor, dejó escrito en su sonrisa este mensaje de salvación: «Aférrate al Rosario como las hojas de la hiedra se aferran al árbol; porque sin nuestra Señora no podemos permanecer».
Con gran afecto, pido a Dios que os bendiga.