Carta del arzobispo de Burgos: «La Palabra de Dios alimenta la vida»
En este Domingo de la Palabra, Mario Iceta recuerda que la Palabra siempre dará luz porque abarca la riqueza que nace del diálogo constante de Dios con su Pueblo
Madrid - Publicado el
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«La Palabra de Dios escuchada y celebrada, sobre todo en la Eucaristía, alimenta y refuerza interiormente a los cristianos y los vuelve capaces de un auténtico testimonio evangélico en la vida cotidiana» (EG, n. 174). Hoy, con estas palabras del Papa Francisco en Evangelii gaudium donde nos recuerda que toda la evangelización nace en el corazón de las Sagradas Escrituras, celebramos en la Iglesia el Domingo de la Palabra de Dios.
El paso de la historia perpetúa la necesidad de introducirnos sin descanso en la escucha de la Palabra. En este sentido, nos remontamos al 30 de septiembre de 2019, cuando el Papa estableció en la carta apostólica Aperuit illis que el III domingo del tiempo ordinario «se dedique a la celebración, reflexión y divulgación de la Palabra de Dios» (n. 3). Un domingo en el que «de manera especial», debe destacarse «su proclamación» y adaptar cada detalle de la Eucaristía «para poner de relieve el servicio que se hace a la Palabra del Señor» (ibíd.).
La Palabra de Dios alimenta la vida. Con este título, el área de Pastoral Bíblica de la Comisión Episcopal para la Evangelización, Catequesis y Catecumenado recuerda la importancia de esta jornada que propone buscar los grandes interrogantes de nuestra fe en el eco delicado que deja a su paso la Sagrada Escritura… «La Palabra es el alimento para la vida que precisamos en este caminar juntos como pueblo de Dios». Ella, revelan desde la Comisión, es «como la sabia que en nuestro interior nos da ilusión, esperanza y deseo firme para seguir por el sendero de Dios y hacer presente su reino». Pero solo podremos hacerla verdad si la contemplamos a una sola voz: la de Cristo.
Este domingo acentuamos, sobre todo, la belleza que engalana la Palabra: corazón de la vida y de la misión de la Iglesia. Por eso, el Papa instituyó este domingo con la intención de que trascendiese a todos los días. «El día dedicado a la Biblia no ha de ser una vez al año, sino una vez para todo el año», porque «nos urge la necesidad de tener familiaridad e intimidad con la Sagrada Escritura y con el Resucitado, que no cesa de partir la Palabra y el Pan en la comunidad de los creyentes» (EG, n. 8). Para esto necesitamos entablar «un constante trato de familiaridad» con la Sagrada Escritura, destaca el Papa Francisco, porque «si no el corazón queda frío y los ojos permanecen cerrados, afectados como estamos por innumerables formas de ceguera» (ibíd.).
La Palabra de Dios es el pan de cada día, el alimento que cimenta y perfecciona nuestro ser creyente. La Iglesia «se funda sobre la Palabra de Dios, nace y vive de ella», escribía el Papa emérito Benedicto XVI en su exhortación apostólica Verbum Domini. El pueblo de Dios, aun con el paso del tiempo, «ha encontrado siempre en ella su fuerza», y la comunidad eclesial «crece también hoy en la escucha, en la celebración y en el estudio de la Palabra de Dios» (n. 3).
Pero para que todo esto cale en nuestro corazón, hemos de presentar una escucha atenta, de manera que la Palabra que basta para sanarnos (cf. Mt 8, 8) entre en nuestra casa y nos cure. Dejarnos encontrar por la Palabra es dejar que Él venga y lo haga todo de nuevo: que rehaga nuestro corazón, que purifique nuestra alma, que reavive la esperanza cuando más cansada está nuestra fe. Hacernos menos de nosotros para ser más de Él, y siempre atentos a la voz de Dios: «Escucha Israel, el Señor tu Dios es uno, amarás al Señor con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas» (Dt 6, 4-5).
La Palabra, asimismo, tiene un valor ecuménico muy grande, pues aunque a veces se vislumbre distinta desde cada rincón de la fe, siempre dará luz. Porque está habitada por Dios. Porque abarca la riqueza que nace del diálogo constante de Dios con su pueblo. Porque la Iglesia es madre que revive, en unidad constante, la mirada del Resucitado.
Que la Palabra de Dios se haga carne en nuestras vidas por medio de María, la tierra sagrada y fecunda, y ponga su tienda en nosotros (cf. Jn 1, 14). Hoy, tomados de la mano de la Virgen, aquella que escucha y hace suya en todo momento la Palabra de Dios, nos comprometemos a seguir su ejemplo: hasta encarnarnos en el Cuerpo Místico, en cada sentido de nuestra frágil vida.
Con gran afecto pido a Dios que os bendiga.
+ Mario Iceta Gavicagogeascoa
Arzobispo de Burgos