Carta del arzobispo de Burgos: «Recomenzar, en Dios, tras el verano»
Mario Iceta invita a los fieles en su escrito semana al vivir este comienzo de curso desde una actitud «de servicio y de fidelidad, de entrega»
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Queridos hermanos y hermanas:
«¡Él vive! Hay que volver a recordarlo con frecuencia, porque corremos el riesgo de tomar a Jesucristo solo como un buen ejemplo del pasado, como un recuerdo, como alguien que nos salvó hace dos mil años. Y el que nos llena con su gracia, nos libera, nos transforma, nos sana y nos consuela. Es Alguien que vive». Con estas palabras del Papa Francisco recordándonos la experiencia fundamental que sostiene la vida cristiana, recomenzamos las tareas cotidianas después del tiempo estival.
Tras este periodo necesario de descanso, nos aferramos a esa esperanza que nunca defrauda, al don de fortaleza, a la ilusión y a la perseverancia: virtudes que brotan para hacernos de nuevo, para levantarnos y volver a empezar, con la confianza que nace en los brazos de Dios para devolvernos la alegría.
Y en este nuevo comienzo, Dios se hace presente; en el trabajo, en la familia, en las relaciones y en la vida cotidiana, allí donde hay una sola razón para volver los ojos al Amor infinito e inquebrantable. Siempre desde una actitud de servicio, de fidelidad, de entrega, con una misión grabada a fuego en el hondón del alma: «El que quiera servirme, que me siga, y donde esté yo, allí también estará mi servidor, a quien me sirva mi Padre le honrará» (Jn 12, 36).
Vuelta al trabajo, a la labor, a la tarea del día a día. Decía san Francisco de Asís que los hermanos que saben trabajar, «trabajen y ejerzan el mismo oficio que conocen, si no es contrario a la salud del alma y puede realizarse con decoro». Una manera esencial, sin duda, de apostar por un trabajo decente y comprometido que debe estar en el centro de la vida de la Iglesia. Pero de verdad, y no solo de palabra.
El Santo Padre, en su mensaje para la Jornada Mundial de la Paz de este año, señaló que el trabajo «es un factor indispensable para construir y mantener la paz», pues «es compromiso, esfuerzo y colaboración, y es el lugar donde aprendemos a ofrecer nuestra contribución por un mundo más habitable y hermoso». Que el regreso al trabajo después del tiempo estival sea una oportunidad maravillosa para favorecer dinámicas de sensibilización sobre esta cuestión, que es central en la sociedad, haciendo lo posible para que todos tengan un trabajo digno y estable.
Volvemos, también, a la vida en familia, al ecumenismo de sangre y de fe, a ser todos uno (cf. Jn 17, 20-23). Tras estos días de asueto, vividos dentro o fuera del hogar, la rutina exige una normalidad que también es necesaria para vivir este tiempo en familia. Que este reencuentro sea motivo de comunión, hasta que podamos decir, como el salmista, «Ved qué dulzura, qué delicia, convivir los hermanos unidos» (Sal 133, 1).
Y regresa, también, la vida cotidiana, con sus relaciones, sus propósitos y sus retos. Una nueva oportunidad para llevar nuestros pasos a una tierra nueva, bañada con las semillas del Evangelio, siendo apóstoles en un mar sin orillas y en una tierra sin horizontes para el Amor. «El mundo necesita el testimonio de vuestra fe, necesita ciertamente a Dios», decía el Papa emérito Benedicto XVI, en la homilía pronunciada en la Misa conclusiva de la Jornada Mundial de la Juventud de 2011.
Años después, con el mandato apostólico recibido del Señor (cf. Mt 28, 19-20) inmerso en nuestras vidas, hemos de llevar a Cristo a todos los lugares, testimoniarlo sin vergüenza y con un corazón compasivo.
Ahora, cuando retomamos la vida cotidiana y habitual, ponemos nuestra esperanza en la Virgen María. Su rostro, que habita los rincones más sagrados de nuestros corazones, refleja a la perfección la belleza de Dios y su misericordia. Que Ella sea la puerta de la esperanza cuando os cueste retomar el paso, y la entrada a un nuevo amanecer que ahora comienza.
Con gran afecto, pido a Dios que os bendiga.