Carta del arzobispo de Sevilla: «Esperanza»

José Ángel Saiz Meneses nos que recuerda que, en el último domingo de Adviento, la Iglesia nos llama a redoblar nuestra expectación ante la venida del Enmanuel

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Redacción digital

Madrid - Publicado el - Actualizado

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Las lecturas de la Liturgia de la Palabra de este IV Domingo de Adviento ponen ante nuestros ojos un gran contraste. La primera lectura, del profeta Isaías, presenta a Acaz, rey de Judá, que debía enfrentarse a una situación difícil para su persona y para su pueblo. Ante la amenaza de invasión por parte de Siria, en lugar de poner su confianza en Dios, optó por hacerse vasallo del Rey de Asiria. Este pacto supuso el pago de un gran tributo, y de la adopción de la religión asiria, viéndose obligado a adorar a sus ídolos y a instalar en el templo de Jerusalén un altar pagano. Todo esto lo hizo a pesar de que había recibido el ofrecimiento que el Señor le hizo por medio del Profeta: «Pide una señal al Señor, tu Dios: en lo hondo del abismo o en lo alto del cielo» (Is 7, 11). Pero él, obstinado en sus planes, confiando en sus cálculos y alianzas, rechazó lo que el Señor le ofrecía. Esta actitud acarreó unas consecuencias lamentables para el reino de Judá.

San Mateo nos presenta en el Evangelio de este día a san José, quien también habría de enfrentarse a una disyuntiva de gran complejidad y graves consecuencias. María, su esposa, -nos dice el Evangelista- quedó encinta antes de convivir con él. José, en fidelidad a la ley, tomó la determinación de repudiar a su mujer, pero decidió hacerlo en secreto. Encontramos un gran contraste entre la actitud de Acaz y la de san José en la respuesta al anuncio que los dos reciben del Señor. Mientras el primero hace oídos sordos a la profecía de Isaías, san José acoge y obedece a las palabras del ángel. Ambos recibieron la misma promesa, la del “Dios-con-nosotros”, pero respondieron de un modo absolutamente distinto.

La celebración de la Navidad, ya próxima, significa para nosotros también una disyuntiva: Dios viene para salvarnos, y el aceptar o no su venida depende solo de nosotros. La liturgia de este IV Domingo de Adviento nos invita sobre todo a crecer en la esperanza cristiana. La esperanza es la virtud que nos hace pregustar aquello que aún no poseemos. Por eso en el anuncio del ángel a san José se vislumbra la salvación que Cristo trae, antes incluso de que el Niño nazca. Pero la esperanza no es una virtud meramente pasiva, no consiste en sentarse y esperar a que llegue desde fuera la salvación anhelada. La esperanza cristiana es también una virtud activa que nos impulsa a trabajar por aquello que deseamos. Por este motivo es importante que en los últimos días del tiempo santo de Adviento nos dispongamos como es debido para la celebración de la próxima Navidad, para vivir de modo intenso y verdadero el acontecimiento más grande que jamás contemplaron los siglos. En san José brillan las actitudes del hombre esperanzado: la confianza en la palabra recibida, el abandono confiado al plan de Dios, la paciencia tanto en su dimensión de saber esperar como en la de sacrificio por aquello que se desea y el sentido de la existencia en cuanto que esta virtud nos dirige hacia un fin determinado, hacia la unión con Dios.

Coincide este IV Domingo de Adviento con la fiesta de la Expectación al Parto de la Santísima Virgen. Ocho días antes de la Pascua de Navidad, la Iglesia nos llama a redoblar nuestra expectación ante la venida del Enmanuel, a intensificar nuestro deseo de encontrarnos con el Señor. Que la Virgen María, bienaventurada por haber creído las palabras del ángel Gabriel y haber puesto su vida a disposición del plan de Dios con su sí incondicional, nos acompañe y sostenga en la esperanza.

+ José Ángel Saiz Meneses

Arzobispo de Sevilla