Carta del arzobispo de Valencia: «La meta de la Cuaresma»

En su carta de esta semana Enrique Benavent nos propone para comenzar la Cuaresma reflexionar sobre el mensaje del Papa para este tiempo litúrgico

enriquebenavent

Redacción digital

Madrid - Publicado el

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En su mensaje para la cuaresma de este año, el papa Francisco nos propone una reflexión sobre el acontecimiento de la Transfiguración, que siempre escuchamos en el evangelio del segundo domingo de este tiempo litúrgico. Del mismo modo que el Señor tomó consigo a algunos de sus discípulos y se los llevó a la cima de un monte, también a todos nosotros quiere llevarnos a un lugar apartado, para que nos liberemos de una manera de vivir caracterizada por la rutina de quien hace las cosas repetitivamente y sin pararse a reflexionar, por la mediocridad o por dar importancia a cosas que son secundarias. De este modo contemplaremos nuestra vida desde la perspectiva de Dios y nos dejaremos transformar por Él. Para que esto suceda necesitamos entrar con Cristo en un clima de oración y no tener miedo para situarnos ante la verdad de nuestra vida en la presencia de Dios. El papa san Juan Pablo II, en uno de sus mensajes de cuaresma, afirmó que este es el tiempo de la verdad de nuestra vida.

Vivir este proceso no es fácil. Hay que subir con Jesús a un monte elevado. Ello significa que estamos llamados a vivir con Cristo una experiencia de ascesis, de lucha contra las tentaciones (primer domingo de cuaresma) y, de este modo, poder seguirlo en el camino de la cruz. Es un camino que requiere esfuerzo, sacrificio y concentración, y que no lo podemos recorrer solo con nuestras propias fuerzas: únicamente sostenidos por la gracia podemos superar nuestras faltas de fe y vencer resistencias a seguir a Jesús.

Jesús no subió solo al Tabor. Quiso que esta experiencia no fuera solitaria, sino compartida, como debe ser toda nuestra vida de fe. Esto significa que la cuaresma ha de vivirse eclesialmente. A Jesús hemos de seguirlo juntos: escuchando su Palabra en las celebraciones litúrgicas, acogiéndola en el espíritu de la tradición eclesial, y alimentándonos del mismo Cristo que se nos da en la Eucaristía. Es así como las diferencias que pueda haber entre nosotros y que, en determinados momentos, pueden dificultar la vida de nuestras comunidades cristianas, no se convertirán en divisiones.

Mientras el Señor estaba en oración “se transfiguró en presencia de ellos: su rostro resplandecía como el sol y sus vestiduras se volvieron blancas como la luz” (Mt 17, 2). Esta es la meta del camino cuaresmal: poder contemplar en la Pascua la gloria del Señor, resplandeciente por una luz sobrenatural que se irradia desde dentro de su persona. Quien tiene la gracia de llegar a conocer de este modo a Jesucristo, él mismo queda transformado, hasta el punto de que en su persona y en su vida llega a percibirse la imagen del Señor. La meta de la cuaresma no puede ser la autosatisfacción orgullosa de pensar que gracias a nuestro esfuerzo somos mejores que los demás, sino que, recorriendo el camino de la cruz, abramos nuestro corazón con humildad a la gracia trasformadora de Dios que quiere reproducir en nosotros la imagen de su Hijo.

† Enrique Benavent Vidal

Arzobispo de Valencia