Carta del arzobispo de Valladolid: «Testimonio de comunión para que el mundo crea»

En su carta pastoral, Luis Argüello nos invita a unirnos al Octavario de Oración por la Unidad de los Cristianos que la Iglesia celebra a partir de mañana

luisarguello

Redacción digital

Madrid - Publicado el

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En el momento de la ascensión Jesús dice a los apóstoles, Iglesia naciente: “Id” y haced discípulos, y enseñadles todo aquello que yo os he mostrado; lo que os he manifestado con palabras y hechos. Y, sentado a la derecha del Padre, intercede por nosotros con una oración incesante: “Padre, que sean uno para que el mundo crea”. Estos dos momentos que son ya eternos y recordamos en la Eucaristía (cuando somos enviados, al final, y cuando oramos por la unidad y la paz en la Iglesia, poco antes comulgar), nos vienen bien en el Octavario de Oración por la Unidad de los Cristianos que celebraremos del 18 al 25 de enero.

Queremos evangelizar; la Iglesia está llamada a salir de sí misma y a anunciar la buena noticia del Evangelio de Jesucristo, la buena noticia de la palabra hecha carne que hemos adorado en Navidad; carne ofrecida por nosotros en la cruz para vencer así al pecado y a la muerte. Encontramos dificultades, resistencias, a la hora del anuncio y es bueno caer en la cuenta de que el Señor nos propone completarlo o, mejor, conseguir que nuestro anuncio tenga la música de nuestro testimonio, de nuestra santidad, como dice Francisco en ‘Gaudete et exultate’.

¿Cómo se manifiesta la santidad? Por una parte, dice el lema de la edición de este año del Octavario –“Haz el bien; busca la justicia” (cf. Is 1, 17)-, siendo testigos del bien y de la justicia y, por otra, ofreciendo un milagro: el milagro de la comunión, el milagro de la unidad: “Padre, que sean uno para que el mundo crea”. ¿No será esta falta de unidad la dificultad mayor para que el mundo crea?. Por otra parte, en un mundo individualista en el que cuesta tanto mantener alianzas, realizar pactos, vivir en el diálogo, en la escucha y en el acuerdo, el Señor nos reclama de manera incesante nuestro testimonio. La afirmación como discípulos y misioneros de la palabra, de que vivimos en comunión y en unidad, aunque para ello tengamos, a veces, que mordernos los labios o que renunciar a algún aspecto de lo que cada uno de nosotros subrayamos.

El camino sinodal, que vive en estas semanas, el final de la Fase Continental, acentúa precisamente esta expresión: “La Iglesia es un pueblo en camino”; caminamos juntos para ofrecer unidos la alegría del Evangelio y el testimonio de la lucha por el bien y por la justicia. Esta unidad a la que somos convocados no es la uniformidad de una esfera, como tantas veces recuerda también el papa Francisco, sino que tiene su fuente y su culminación en la Trinidad, en la conformidad de diferentes, en la unión de tres personas, cada una de las cuales nos ofrece un rasgo de la vida divina; la vida divina plena, pero manifestada en las características propias del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.

Acojamos este permanente envío del Señor, “id”, y unámonos a esa oración de un creyente antiguo que hoy reproducimos en cada Eucaristía: “Señor, no tengas en cuenta nuestros pecados, sino la fe de tu Iglesia, y conforme a tu palabra, concédele la unidad y la paz”.

+ Luis Argüello

Arzobispo de Valladolid

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