Carta del obispo de Ciudad Real: «Pro orantibus»
En la Jornada dedicada a la vida contemplativa, Gerardo Melgar lamenta que «muchas personas en nuestra sociedad actual no aciertan a entender la entrega de todas esas personas»
Madrid - Publicado el - Actualizado
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Como cada año, en la solemnidad de la Santísima Trinidad celebramos la jornada Pro Orantibus, jornada dedicada a los monasterios de clausura, mostrándonos la importancia de los mismos en la misión de la Iglesia.
Es una jornada de valoración y agradecimiento a Dios por la vida de los monjes y monjas, que han consagrado su vida enteramente a Dios por la oración, el trabajo, la penitencia y el silencio.
En una sociedad como la nuestra, en la que se valora todo por la eficacia del momento, por la actividad, el rendimiento y los resultados; muchos de nuestros contemporáneos se niegan a valorar positivamente la vida de quienes dedican su vida a la contemplación, a rezar por los demás, por las necesidades de todos, a rezar por los que no rezan y por los que están más necesitados.
Muchas personas en nuestra sociedad actual no aciertan a entender la entrega de todas esas personas, hombres o mujeres, que dedican su vida a la oración, precisamente porque no valoran la necesidad y la importancia de la oración.
La vida de los monasterios no es una vida centrada en ellos o en ellas mismas, sino centrada en Dios. Están cerca de Dios, sirven a Dios y la razón de su entrega es precisamente Dios, que con amor infinito los ha llamado para que le den gloria y traigan ante Él todas las necesidades de todos los seres humanos.
Su vida está centrada en Dios, pero desde los demás, desde sus necesidades y sus sufrimientos que encomiendan al Señor para que llene de esperanza a los desesperanzados, de salud a quienes sufren el dolor de la enfermedad, de la soledad, y de cualquier otra clase de males.
Por eso, su testimonio de oración es tan importante para todos. Con su esperanza y confianza en Dios, con su vida desde Dios y para Dios, están cerca también de todos los que sufren, centrados en los demás, especialmente en los que se sienten necesitados.
En el tiempo de pandemia, las comunidades contemplativas han rezado, y mucho, por todas las personas que lo estaban pasando mal, por los familiares de los que han muerto a causa del virus. Han ofrecido también su colaboración con la confección de mascarillas, etc. Han estado, en definitiva, muy cerca de los que sufren.
Todas estas personas que entregan su vida a la oración están expresando este doble sentido que siempre tiene la vida dedicada a la oración: como vida entregada a Dios al que tratan de amar y honrar con su vida como al único esposo, como el único amor de su vida. Al mismo tiempo, esa entrega al Dios que un día los llamó a entregarse plenamente a Él, los lleva a tener muy presentes siempre a todas las personas, especialmente a las que sufren o tienen necesidades especiales.
Su existencia como personas contemplativas tiene un sentido perfecto en la Iglesia de siempre y también en la Iglesia actual. Los religiosos y religiosas de clausura son la sabia que corre por las venas de los que en el mundo vivimos un apostolado activo. Sin oración nuestra vida de cristianos, de testigos y apóstoles en el mundo, se vería privada de los frutos que se producen precisamente porque las personas que han consagrado su vida a Dios y la oración desde el silencio y la clausura, desde el silencio y la paz de los monasterios dedican su vida a rezar por nosotros, por nuestras necesidades, por las necesidades de los que creen y de los que no creen, por las necesidades de toda la Iglesia y de cada uno de los cristianos y cada uno de los que sufren y lo pasan mal.
Cuando nos acercamos a la vida de los monjes y monjas de clausura y los conocemos un poco más profundamente, nos damos cuenta de que su sonrisa y alegría permanente no es algo postizo, sino el reflejo claro de lo que llevan dentro, de lo que su corazón experimenta y vive.
A todos nos llama la atención su alegría. Son personas que están alegres, con una alegría distinta de la del mundo, que contagia e interpela a cuantos la contemplan y que hace que nos preguntemos: ¿qué tienen esas personas, que sin tener nada de lo que el mundo ansía para ser un poco feliz, sin embargo, a estas personas se les ve completamente felices?
Su vida de contemplativos es luz de la nueva evangelización. Evangelizan con lo que «son» más que con lo que «hacen». Su vocación y consagración son ya instrumento de evangelización, mostrando a los demás la belleza de la misma contemplación.
Las personas contemplativas, con su vida y su testimonio alegre, ayudan a experimentar el misterio insondable de Dios, que es amor.
Damos gracias a Dios por el regalo del carisma de la oración y la contemplación, que tanto embellece el rostro de Cristo, que resplandece en su Iglesia.
Encomendamos hoy a quienes nos encomiendan a nosotros todos los días.
+ Gerardo Melgar Viciosa
Obispo Prior de Ciudad Real