Carta del obispo de Ciudad Real: «Vosotros sois la sal de la tierra y la luz del mundo»
Gerardo Melgar dedica su carta de esta semana a reflexionar sobre la misión de los cristianos, de la que nos habla el Evangelio de este domingo
Madrid - Publicado el - Actualizado
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Jesús, a medida que va pasando tiempo con los discípulos, les va haciendo descubrir su identidad como seguidores suyos, haciéndoles ver que son sal de la tierra y luz del mundo, y por eso con sus obras tienen que alumbrar a los demás, para que sigan su mismo camino y, por sus obras, los demás glorifiquen al Padre que está en el cielo.
Nuestra misión como seguidores de Jesús coincide con la suya. Él fue enviado por el Padre para ser luz para los hombres. Él es la luz que ilumina nuestro camino para llegar a Dios. Es la luz que brilla en la oscuridad de este mundo para mostrarnos el camino de la salvación.
Él es la luz de las naciones, él viene como luz para alumbrar a las naciones y gloria del pueblo de Dios, como diría el anciano Simeón cuando tiene en sus brazos al salvador.
Cristo es la luz del mundo y eso mismo nos pide el Señor a nosotros, que también como él seamos luz y, para ser luz, nos pide en primer lugar que queramos acogerlo a él que es la luz misma, que nos dejemos iluminar por él y que caminemos por nuestra vida como hijos de la luz y no de las tinieblas.
Esta luz que es Cristo pide de nosotros que nos convirtamos, que nos preparemos para recibirla, que preparemos su camino en nosotros, quitando de nuestra vida todo lo que es oscuridad, todo lo que es pecado, y vivamos como hijos de la luz que resplandece en medio de un mundo de indiferencia y de materialismo.
Es la luz de la fe la que debe iluminar toda nuestra vida para que vivamos desde lo que Dios nos pide, y esa luz de la fe que ilumina nuestra vida nos pide el Señor que sea, al mismo tiempo, luz que ilumine la vida de los demás, especialmente de los que no creen, de los que creen a medias y de los que creen a ratos, y también de cuantos lo han aceptado como su luz verdadera, que da sentido a toda su vida y que, viendo nuestra forma de vivir, se sientan animados a vivir de la misma manera que ven en nosotros.
La fe es una vida que hemos de vivir, y si no, no es nada. La luz, que es Cristo, ha venido para iluminarnos por dentro, a iluminar toda nuestra vida y a ayudarnos a descubrir si la estamos viviendo desde la fe, desde la luz o desde las tinieblas y el pecado
Nuestra vida vivida desde la luz que es Cristo debe convertirnos en verdaderos testimonios y en auténticos testigos de Jesús y su mensaje para los demás. Por eso, nos dice con toda claridad: «Alumbre así vuestra luz delante de los hombres para que viendo vuestras buenas obras, glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos».
La luz de la fe hecha vida tiene la fuerza de ser llamada para los demás a imitar nuestro testimonio, de tal manera que no tenemos que dar muchas explicaciones para explicar que somos creyentes, simplemente por nuestras obras debe saberse que somos creyentes.
Así lo hizo Jesús cuando aparecieron aquellos enviados de Juan a preguntarle: ¿Eres tú el Mesías o tenemos que esperar a otro? Jesús no se puso a darles una lección con innumerables razones para demostrar que era él el Mesías. Simplemente les dice: «Decid a Juan lo que estáis viendo y oyendo: los ciegos ven, los cojos andan, los sordos oyen y los pobres son evangelizados». Era todo lo que estaba dicho en el Antiguo Testamento como señas de identidad del Mesías.
A nosotros, el Señor nos pide que seamos luz para los demás precisamente con nuestras obras, para que quien nos conozca y nos vea actuar se sienta invitado a vivir como nosotros, porque nuestra fe es auténtica luz que brilla en medio de la oscuridad de un mundo sin Dios.
Decía san Pablo VI en la exhortación apostólica Evangelii nuntiandi que el hombre actual cree más a los testigos que a los profetas, es decir a los que viven lo que dicen que a aquellos que solo dicen que son, pero no lo demuestran con sus obras.
+ Gerardo Melgar Viciosa
Obispo de Ciudad Real