Carta del obispo de Mondoñedo-Ferrol: «¿Te atreves a vivir la Cuaresma?»
Fernando García recuerda en su escrito de esta semana que el fin de la Cuaresma es renovarnos y que solo tiene sentido si queremos encontrarnos con Jesús
Madrid - Publicado el
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Con el Miércoles de Ceniza comenzamos una nueva Cuaresma. Dejamos atrás nuestras máscaras y disfraces para introducirnos en nuestra propia interioridad y reconocer nuestro propio armazón interior, nuestra vocación y nuestro ser. La Iglesia nos invita a este ejercicio complejo y difícil, pero que siempre ha de ser permanente y necesario para crecer y vivir sostenidos por un horizonte. Es más fácil cuidar la exterioridad, alimentar nuestros disfraces… es más complejo chequearnos y cuidar lo que permanece y lo importante.
Un año más se nos invita a ponernos en camino: la Cuaresma es un itinerario, un viaje, una peregrinación que, aunque la realizamos todos los años, siempre es nueva y distinta porque siempre es diferente la vida que disfrutamos. Un viaje que tiene una meta: la Pascua, es decir, la vida que Jesús, muerto y resucitado, te quiere regalar y compartir contigo. Es la vida que te entregó en tu bautismo, pero que acogemos nueva y agradecidamente cada año al renovarlo y actualizarlo. El fin de la Cuaresma es renovarnos, re-ilusionarnos, rejuvenecer, reorientarnos. Eso es la conversión. Y todo eso se nos regala si nos dejamos tocar por Jesús, llenarnos de él y de su vida. La Cuaresma solo tiene sentido si queremos encontrarnos con Jesús, si le vamos a permitir que entre más en nuestra vida, si le vamos a dejar que sea el que oriente nuestra existencia y lleve el timón de nuestra frágil barca, si deseamos conocerlo y seguirlo.
Y para ello, en este viaje se nos invita a salir. Es paradójico que nos guste tanto viajar pero que nos cueste tanto salir de nosotros mismos, de nuestra comodidad, de nuestras seguridades, de nuestras costumbres y prejuicios. Vivimos muy acomodados en nuestra zona de confort que nos impide disfrutar de otros horizontes y posibilidades que Dios ha pensado para tu vida. El miedo nos atenaza en nuestros viejos esquemas.
Y es un viaje en el que se nos invita a salir con Jesús a un lugar apartado pero que nunca es solitario. La experiencia de fe siempre es experiencia eclesial y, por tanto, experiencia comunitaria, compartida, de familia. A Jesús hemos de seguirlo juntos. Por eso, iniciamos hoy comunitariamente este camino con la imposición de cenizas y lo concluiremos juntos también en la Vigilia Pascual, renovando comunitariamente la fe que hemos avivado y descubierto. La Cuaresma es tiempo para profundizar en nuestra pertenencia eclesial.
Y para este viaje, la experiencia y tradición de la Iglesia nos plantea tres aspectos que hemos de cuidar si queremos alcanzar confiadamente la meta. En primer lugar, la oración: se trata de ponernos en actitud de escucha de Jesús. La oración es siempre diálogo, acogida, encuentro. La oración es la que nos permite entrar en nuestra intimidad y descubrir también la intimidad de Dios y sus planes amorosos para con nosotros. Descubramos la belleza de la oración personal y
compartida en la liturgia de la Iglesia. Aprovechemos las oportunidades que se nos ofrecen en nuestra Iglesia diocesana: las capillas de adoración permanente en las monjas Esclavas de Ferrol o en las Clarisas de Ribadeo; los retiros diocesanos que se ofrecerán; las iniciativas parroquiales; la soledad de nuestras capillas, de nuestros paisajes, de nuestras casas… Escuchemos la voz del Señor en el silencio orante de la Palabra.
En segundo lugar, la limosna: no se trata tanto de ofrecer un dinero cuanto de escuchar la voz de los hermanos, especialmente de los más necesitados. En una sociedad donde hemos perdido la capacidad de encuentro, de religarnos, la limosna trata de vincularnos con los otros, sobre todo con los más vulnerables. El tiempo de Cuaresma es propicio para cultivar más la caridad, el voluntariado en Cáritas y otras organizaciones, el acompañamiento de los más frágiles, enfermos y mayores… La caridad es la que nos capacita para descubrir el amor del que hemos nacido, para el que estamos hechos y que vamos a festejar en la Pascua.
Por último, no nos debe de faltar el ayuno: ayuno es renunciar a lo que nos sobra y nos impide caminar más ligeros, yendo así con menos mochila y equipaje. Es decir “no” a lo que no nos deja ser más amigos de Jesús, más hermanos de las personas con las que convivimos, más felices y libres. El ayuno es el que nos permite caminar libremente, sin ataduras de ningún tipo. Analicemos nuestras esclavitudes y renunciemos a ellas para disfrutar de la auténtica libertad.
Os deseo un feliz viaje, especialmente a vosotros cofrades de nuestra Iglesia diocesana. ¡Cuánto amor ponéis en los desfiles procesionales, en la música, en el cuidado de los tronos, en la belleza de las expresiones exteriores! La mejor preparación es que sean expresión de esa vida nueva con la que Dios quiere llenar vuestro interior. A todos, feliz y santa Cuaresma.
Vuestro hermano y amigo.