Carta del obispo de Mondoñedo-Ferrol: «Monasterios de clausura: escuelas y lámparas»
Fernando García Cadiñanos recuerda en su escrito que en el mundo actual en que vivimos «la contemplación es una invitación a pararnos a descansar en aquel que es descanso del alma»
Madrid - Publicado el - Actualizado
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Celebramos en este domingo la fiesta de la Santísima Trinidad. Tras el tiempo de Pascua vienen a nuestro encuentro diversas fiestas especiales que ponen ante nosotros realidades fundamentales en nuestro caminar de fe. La que hoy se celebra es el misterio propio de Dios, que es alguien inconmensurable, difícilmente comprensible por la mente humana, pero que se nos revela y se aproxima a nosotros en Jesucristo. Él es el que nos comunica quién es, su propia vida interior, su pasión y acción. Revelándose como Trinidad, nos muestra el amor que es el que lo define y el camino apropiado para acercarnos a él. En la pluralidad de las tres personas se nos revela su llamada a la unidad que supera la diversidad.
Contemplando y empapándonos de este misterio divino no extraña que la Iglesia española celebre la jornada dedicada a la vida contemplativa: un día para acercarnos a los monasterios de clausura que tienen a Dios como el centro total de sus vidas; un día para interrogarnos también sobre su vida y su misión, agradecer su presencia entre nosotros y alentar las vocaciones contemplativas que siempre existirán en nuestra Iglesia.
Nuestra diócesis de Mondoñedo-Ferrol tiene en la actualidad cuatro monasterios de clausura femeninos: la Esclavas en Ferrol, las Clarisas en Ribadeo y las Concepcionistas en Mondoñedo y Viveiro. En total son cerca de cuarenta religiosas las que viven en estos monasterios. Constituyen especialmente una gracia para la vida diocesana y un consuelo para cuantos a ellos se acercan en busca de paz, sosiego y oración.
Los monasterios están llamados a ser escuelas de oración, contemplación y acogida. Todos sabemos lo que significan las escuelas: no sólo son lugares donde se imparten conocimientos a las nuevas generaciones, sino que se convierten en espacios que abren a la esperanza y al futuro. Bien lo saben los pueblos que poseen escuela en comparación a aquellos que han tenido que ir cerrándola. La escuela es mucho más que el edificio y la academia.
De la misma manera, los monasterios se convierten en escuelas abiertas donde acudir para acoger la sabiduría que allí se encierra; son punto de referencia y de encuentro en sus comunidades. En una sociedad donde prima la acción, ellos nos indican el poder y la fuerza de la oración: es el encuentro con Cristo, el esposo que llena el corazón de las personas, el que da sentido a la vida y a la misión. En nuestros monasterios se ora día y noche por cada uno de nosotros, presentando al Padre las plegarias del pueblo que camina y llora. ¡Qué bonito es sabernos amados por la plegaria de intercesión de hermanas nuestras que han consagrado su vida al Señor y a la Iglesia! Con su oración no es que se sustituya la nuestra, que siempre tendremos que hacer nosotros, pero sí que se hace por nosotros. Su oración es por nosotros, pero no en nuestro lugar. Y por eso, porque estamos llamados a orar para no desfallecer, estas mujeres orantes nos pueden enseñar lo que significa hoy orar, la importancia de orar y la urgencia de la oración.
Además, en un mundo donde vivimos deprisa, atormentados por el estrés, la contemplación es una invitación a pararnos, a descansar y a reposar en aquel que es consuelo y descanso del alma. Nuestros monasterios, que están repletos de paz y de silencio, nos ayudan a contemplar la vida y las cosas como lo que son: regalo del amor de Dios que se dona. Con la fuerza y tradición que tiene la contemplación cristiana, qué pena me da que en los tiempos presentes se busque esta sed que el hombre alberga en su corazón en otras tradiciones ajenas a la nuestra, sin duda alienantes y empobrecedoras de la vida entendida como compromiso y relación. Acerquémonos por ello a los monasterios que tenemos tan cerca y descubramos esta riqueza escondida que quizás no sabemos apreciar
Por último, también los monasterios son lugares de acogida. Y es bueno recordarlo especialmente hoy, cuando se produce tanto rechazo del diferente, donde nos enfrentamos fácilmente por ideologías y modas, donde hacemos muros infranqueables en nuestro individualismo. Bien lo saben tantas personas que se acercan a nuestros monasterios donde reciben la sanación, la cura y el bálsamo que se precisa para el camino. Porque la acogida fraterna es la respuesta del que se ha encontrado con Dios Amor.
Por esto y por muchas otras cosas, como dice el lema de este año, la vida contemplativa se convierte en lámpara en el camino sinodal. Nos reconocemos caminantes en la vida que precisamos la ayuda de lámparas encendidas que, en su fragilidad pero en su fuerza, puedan acompañar los pasos vacilantes de los peregrinos. Por eso, GRACIAS por vuestra presencia entregada entre nosotros, gracias por iluminar el camino de nuestras parroquias. Ayudadnos a seguir siendo en nuestro mundo signo de esperanza y de gracia.
Vuestro hermano y amigo.
+ Fernando García Cadiñanos
Obispo de Mondoñedo-Ferrol