Carta del obispo de Orihuela-Alicante: «Y la Luz existió»

José Ignacio Munilla nos propone en su carta pastoral un itinerario personal de la oscuridad a la luz y anuncia la creación de una comunidad del Cenáculo en la diócesis

joseignaciomunilla

Redacción digital

Madrid - Publicado el - Actualizado

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¡Feliz Pascua a cuantos en la Resurrección de Cristo hemos descubierto la llamada a vivir como hijos de la luz! La Historia de la Salvación es descrita en las Sagradas Escrituras bajo la imagen de la luz. Dios es la Luz, mientras que la miseria y el sufrimiento son descritos bajo la imagen de la tiniebla. El camino hacia la plena felicidad no es otro que el del paso de la noche al día, de la oscuridad a la luz.

Pues bien, continuando con esta imagen, son cuatro las “noches” que han visto la luz del alba; y qué importante es que tomemos conciencia de ello, para que podamos completar nuestro personal itinerario de la oscuridad a la luz. Las describo brevemente:

1.- La noche de la Creación: “Dijo Dios: «Que exista la luz», y la luz existió” (Génesis 1,3)

Así es como comienza el relato de la creación en el Génesis. La primera luz que el mundo ha recibido -y cada uno de nosotros en particular- ha sido la de nuestra existencia. ¿Por qué el “ser” y no la “nada”? Lo lógico hubiese sido la oscuridad de la nada… ¡¡Somos!! ¡¡Existimos!! ¡Hemos sido creados a imagen y semejanza de Dios! Nuestra existencia no es consecuencia del azar o de un ciego destino, sino que es fruto de la libre decisión de un Dios que es Padre. ¡Existimos porque hemos sido amados! ¡Nuestra existencia es un destello de la infinita luz de Dios!

2.- La Nochebuena: “Al ver la estrella, se llenaron de inmensa alegría” (Mateo 2,10)

Pero, desgraciadamente, tras el destello de luz de la Creación, el pecado de la humanidad vino a ensombrecer nuestro horizonte, hasta llegar a familiarizarnos con las tinieblas. La luz se convierte en un sueño inalcanzable para el hombre...

El hecho de que, en nuestro hemisferio, el nacimiento de Cristo sea celebrado en torno al solsticio de invierno (es decir, en la noche más larga del año), encierra un simbolismo muy pedagógico: la llegada de Cristo da un nuevo vuelco a la historia, de forma que la luz del día comienza a ganarle terreno a la oscuridad de la noche. Cristo es el revelador del Padre y se presenta ante nosotros como la Luz del Mundo (Cfr. Jn 8,12). Se ve así cumplida la promesa hecha a los profetas: “El pueblo que caminaba en tinieblas vio una gran luz. A los que vivían en tierra de sombras, una luz les brilló” (Is 9, 2).

3.- La noche de Pascua: “Ésta es la noche de la que estaba escrito:

«Será la noche clara como el día»” (Pregón de la Vigilia Pascual)

Cristo asume las consecuencias de nuestro pecado para redimirnos. Él no nos redime mirando nuestro drama desde lo alto, sino que abraza nuestra carne pecadora para transformarnos desde dentro; como si de la historia del caballo de Troya se tratase. Pero no era posible que la muerte retuviese al autor de la vida bajo sus garras. El plan divino de redención del mundo asumió nuestra noche, para transformarla en luz. Cristo “se hizo pecado” (2 Cor 5, 21), y padeció bajo el poder de la muerte, para vencer al enemigo en su propio terreno. La Resurrección de Cristo transformó la noche en día; la gracia vence al pecado y la Vida derrota a la muerte.

4.- Nuestra noche oscura (purificación e iluminación): Vivid como hijos de la luz; pues el fruto de la luz consiste en la bondad, justicia y verdad” (Efesios 5, 8-9)

Pero todavía falta algo clave para culminar la Historia de la Salvación. No basta con el anuncio de que la luz de Cristo vence a la tiniebla, sino que es necesario que ese acontecimiento tenga lugar en cada uno de nosotros, es decir, que lo acojamos y lo traduzcamos en nuestra historia personal.

San Juan de la Cruz describió ese proceso de purificación ascética y mística como la “noche oscura del sentido” y la “noche oscura del espíritu”. Es un proceso, doloroso y gozoso al mismo tiempo, de transición de la oscuridad a la luz. Sólo de esta forma, veremos cumplida nuestra vocación a ser hijos de la Luz: “Porque en otro tiempo fuisteis tinieblas; mas ahora sois luz en el Señor” (Ef 5, 8).

En este marco aprovecho para presentar públicamente un nuevo carisma que llega a nuestra Diócesis, con la propuesta de convertirse para algunos (¡ojalá muchos!) en un itinerario hacia la luz. Me refiero a la Comunidad del CENÁCULO que el 1 de mayo iniciará su camino entre nosotros en Ibi. Está dirigido a jóvenes-adultos que piden ayuda para liberarse de adicciones, o que simplemente están en búsqueda o desean restaurar la historia de su vida…

Nuestra Cáritas diocesana ha adquirido una finca de las Esclavas del Sagrado Corazón ubicada en Ibi, y al mismo tiempo ha firmado un convenio de cesión de uso con el Cenáculo. Os pido que oréis intensamente por todos cuantos caminarán hacia la luz en este itinerario del Cenáculo, que está ya extendido por muchos países del mundo y cuya fundadora es una religiosa llamada Madre Elvira. Conviene saber que se trata de una oferta gratuita y que el Cenáculo vive de la providencia, sin aceptar ayudas institucionales. Como obispo de esta Diócesis de Orihuela-Alicante doy gracias a Dios por la llegada del Cenáculo, que acojo como un milagro de la Pascua, que nos ha venido de la mano de San José. ¡Cristo ha resucitado! y, en consecuencia, tenemos sobradas razones para la esperanza y la alegría. ¡Feliz Pascua de Resurrección!

+ José Ignacio Munilla Aguirre

Obispo de Orihuela-Alicante