Carta del obispo de Segovia: «El hombre: ser en prueba»

César Franco nos recuerda que la Cuaresma es tiempo para nuestro propio conocimiento, tiempo de combate y de prueba, tiempo de obediencia y adoración y tiempo de lucha

cesarfrancomartinez

Redacción digital

Madrid - Publicado el

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El tiempo de Cuaresma sitúa al cristiano ante la verdad de sí mismo como ser en prueba. Y lo hace recurriendo a los textos clásicos de la Biblia que revelan la vulnerabilidad interior del hombre que hemos dado en llamar tentación. La palabra tentación no resulta simpática a los oídos modernos. Denota algo negativo o que inevitablemente conduce al mal. La palabra prueba es más aséptica, menos moralizante, porque el hombre está sometido a prueba constantemente. ¿Quién no se prueba a sí mismo para ver hasta dónde puede llegar en la consecución de alguna meta?

Entrar en el desierto de la Cuaresma es tener la valentía de experimentar la prueba. Así salió Israel de Egipto, gozoso por la liberación, hasta que llegaron las pruebas y el gozo se convirtió en infidelidad. Desconfiaron de Dios y sucumbieron en la prueba, rebelándose contra él en el día de Massá y Meribá, palabras hebreas que significan pruebas y contiendas. Al leer hoy las tentaciones de Jesús en el desierto, aprendemos dos cosas: la primera, que Jesús, en cuanto hombre, experimentó la prueba; más aún la buscó él mismo como asceta del espíritu; la segunda, lo hizo para mostrarnos el camino de la verdad y ayudarnos a superar nuestras propias pruebas. Así lo dice la carta a los Hebreos: «Por el hecho de haber padecido sufriendo la tentación, puede auxiliar a los que son tentados» (Heb 2,18).

La lección de Jesús en el desierto se contrapone a lo que sucedió a Adán y Eva en el paraíso. Allí tenían todo tipo árboles frutales para comer y se encapricharon con el árbol prohibido. Jesús no tenía nada para comer y no usó su poder para alimentarse cuando el diablo le propone trasformar las piedras en pan. Adán y Eva quieren ser como dioses, olvidando que, en cierta medida, ya lo eran. Jesús, sabiendo que es Hijo de Dios, rechaza la prueba de demostrarlo. En su desobediencia, Adán y Eva perdieron todo lo que tenían. Jesús, en su obediencia, fue servido por ángeles. Lo dice muy bien san Pablo: «Así como por la desobediencia de un solo hombre, todos fueron constituidos pecadores, así también por la obediencia de uno solo, todos serán constituidos justos» (Rom 5,19).

La experiencia de sucumbir a la tentación está muy bien expresada en el texto del Génesis que narra el pecado de Adán y Eva. Después de comer el fruto prohibido, dice el texto que «entonces se les abrieron los ojos a los dos y descubrieron que estaban desnudos» (Gen 3,7). El hombre, que sucumbe ante lo «apetitoso, atrayente y deseable» del fruto prohibido descubre la mentira de la tentación en su propia desnudez. «¿Quién te informó de que estabas desnudo?», pregunta Dios a Adán cuando se esconde ante su presencia con la excusa de verse desnudo. ¡Magnífica descripción de la pérdida de la gracia! Así es el hombre, un ser desnudo, cuando sucumbe a la prueba.

Cuando terminan las tentaciones de Jesús, dice el Evangelio que «entonces lo dejó el diablo, y he aquí que se acercaron los ángeles y lo servían». No se debe interpretar literalmente esta afirmación. El evangelista quiere decir que el hombre, en la medida en que, como custodio de la creación, supera la prueba de hacerse dueño de ella y manipularla a su servicio (este es, en realidad, el núcleo del pecado), Dios le sostiene y fortalece con su gracia. Es el hombre que ha vencido la prueba, como el atleta que es coronado con el triunfo.

Cuaresma: tiempo para nuestro propio conocimiento, tiempo de combate y de prueba, tiempo de obediencia y adoración, tiempo de lucha contra la mentira que nos rodea con su apetitosa apariencia, pero que, a la postre, nos deja desnudos. Por eso hemos comenzado vestidos con la verdad de la ceniza.

+ César Franco

Obispo de Segovia