Carta del obispo de Segovia: «La verdadera riqueza»

César Franco reflexiona sobre el Evangelio dominical que esta semana es una «apremiante llamada a dar al dinero el valor que tiene, nunca prioritario ni absoluto»

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Redacción Religión

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Hay ocasiones en que Jesús, como maestro de moral, «elige escandalizar a su auditorio para interpelarlo mejor» (F. Bovon). Así sucede en la parábola del administrador infiel, que leemos este domingo. Siempre ha causado sorpresa y desazón en los lectores que Jesús alabe la conducta de un administrador deshonesto, quien, al saber que su señor está a punto de despedirlo, se aprovecha de su cargo y rebaja por su cuenta la deuda de los clientes para ganarse amigos que le ayuden cuando esté en la calle.

Si leemos con atención la parábola, el dueño (que, en realidad, es Jesús) no alaba la mala conducta del administrador convertido en ladrón, sino la astucia que despliega cuando su vida peligra. «Ciertamente —dice Jesús— los hijos de este mundo son más astutos con su propia gente que los hijos de la luz» (Lc 16,8). La historia escandalosa que cuenta Jesús está muy bien traída, pues describe al detalle el modo de actuar de personas sin principios que no dudan en aprovecharse de su cargo en beneficio propio. Sucedía entonces y sucede ahora. Jesús no exhorta a imitar la conducta deshonesta del administrador, sino a tomar decisiones juiciosas en vistas al desenlace de la vida. Alaba su astucia, no lo que hace. La clave de la parábola está en estas palabras: «Yo os digo, ganaos amigos con el dinero de iniquidad, para que, cuando os falte, os reciban en las moradas eternas» (Lc 16,9).

En esta exhortación, hay dos cosas que merecen destacarse. En primer lugar, la idea que Jesús tiene del dinero al denominarlo «dinero de iniquidad». No quiere decir que el dinero sea inicuo por sí mismo, sino que puede conducir a la iniquidad, a la perdición de uno mismo, si uno pone su confianza y seguridad en él. Basta recordar la parábola del rico epulón y del pobre Lázaro. Jesús, por tanto, advierte de este peligro. En segundo lugar, Jesús dice que nos hagamos amigos con ese dinero, que, bien empleado, puede abrirnos las puertas de las moradas eternas. ¿Quiénes son esos amigos que, a semejanza de lo que hace el administrador, se ganan con el dinero bien empleado? Evidentemente, se trata de los pobres, los necesitados, aquellos cuya necesidad —más o menos extrema—nos recuerda que los bienes no son solo para unos pocos, o para los ricos, sino para todos los hombres que deben vivir con dignidad. La alusión a la muerte, que, de modo tan elegante, se esconde en las palabras «cuando os falte», referidas al dinero, advierte que la rendición definitiva de cuentas se hará ante Dios. Entonces, nuestro valedor no será el dinero, pues nada nos llevaremos, sino los pobres, esos «amigos» que nos hemos ganado con la generosidad, la limosna y la auténtica caridad. Así como el administrador infiel se plantea qué debe hacer para que, cuando lo echen a la calle, alguien lo reciba en su casa, Jesús muestra el camino para que nos reciban en las «moradas eternas».

La parábola se convierte en una apremiante llamada a dar al dinero el valor que tiene, nunca prioritario ni absoluto, y a vivir siempre con la perspectiva de rendir cuentas ante quien es el Creador y distribuidor de todos los bienes. Para ello, es preciso imitar la «astucia» del administrador desde una perspectiva virtuosa y no deshonesta. Y eso solo se logra si comprendemos que somos administradores de bienes cuyo último destino no son los bancos ni nuestras cuentas corrientes, sino el conjunto de la humanidad. De ahí que, como dice Jesús, debemos ser fieles en lo poco para serlo también en lo mucho. Y termina con una pregunta que interpela y estremece: «Si no fuisteis fieles en la riqueza injusta, ¿quién os confiará la verdadera?». Quizás sea esto lo que nos falta: entender cuál es la verdadera riqueza.

+ César Franco

Obispo de Segovia