Carta del obispo de Tarrasa: «Beato Juan Pablo I: la sonrisa y la humildad»
Salvador Cristau recuerda la figura del Papa Luciani, cuyo pontificado duró tan solo treinta y tres días, y asegura que en ese tiempo «cautivó al mundo entero»
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El pasado domingo 4 de septiembre el Papa Francisco beatificó al Papa Juan Pablo I, el Papa de la sonrisa como fue conocido. Un caso sorprendente porque elegido Papa después de la muerte de San Pablo VI el 26 de agosto de 1978, murió repentinamente treinta y tres días después, la noche del 28 de septiembre de 1978. Así, este Papa pasó rápido, desconocido para en la mayoría de nosotros, duró prácticamente un mes en nuestras vidas.
Si la elección de un Papa siempre es noticia en todo el mundo y motivo de cábalas y murmuraciones, su muerte prematura, rodeada de ciertos misterios dejó un poco en la sombra su figura, su calidad humana y sencilla, su magisterio, su profundidad espiritual, el nivel de su cultura patrística, moral, histórica y dogmática y los valores de un pastor que entregó toda su vida al Señor y a su sacerdocio.
No conocemos mucho de su vida. Sabemos que nació el 17 de octubre de 1912 en un pueblecito de montaña en el norte de Italia, que entró jovencito en el seminario y que fue ordenado sacerdote el 7 de julio de 1935. Fue profesor del seminario durante muchos años, y en 1958 fue nombrado y ordenado obispo en la Basílica de San Pedro por el Papa San Juan XXIII.
Sin embargo, su impacto personal fue doble: su imagen de hombre amable, cercano y bondadoso enseguida cautivó al mundo entero. Esta imagen fue formada inmediatamente después de aparecer en el balcón de la Plaza de San Pedro después de su elección. Su presencia cordial lo hizo una figura muy querida antes de empezar a hablar.
Sus palabras producían amabilidad, proximidad e incluso hacían sonreír. Su libro "Illustrissimi", que escribió cuando era cardenal, consiste en una serie de cartas dirigidas a un gran número de personajes históricos y ficticios. Entre ellas se encuentran las cartas dirigidas a Jesús, al rey David, al barbero Fígaro, a la emperatriz María Teresa e incluso a Pinocho.
El Papa de la humildad, éste era su lema, y de la sonrisa. Puede que éste sea su mensaje más importante. Su optimismo escondía sin duda una profunda vida interior arraigada en Dios, y toda una vida de servicio a Dios, a su Iglesia y al mundo. Humildad y sonreir, qué lecciones tan impactantes para nosotros y nuestro mundo.
Cuando vemos que en el mundo se valora tanto el orgullo, la prepotencia, la soberbia, la agresividad, la violencia, Dios nos da la lección de humildad y buen humor de un nuevo beato de nuestro tiempo, Albino Luciani, Juan Pablo I, el Papa de los treinta y tres días. Recordamos unas palabras suyas:
“Estoy pensando estos días que conmigo el Señor actúa con un viejo sistema suyo: toma a los pequeños del barro de la calle y los pone en alto; toma la gente de los campos, de las redes del mar, del lago, y hace apóstoles. Es su viejo sistema. Ciertas cosas el Señor no quiere escribirlas ni en el bronce, ni en el mármol, sino incluso en el polvo, de modo que esté bien claro que todo es obra y todo es mérito sólo del Señor”.
+ Salvador Cristau Coll
Obispo de Tarrasa