Carta del obispo de Tarrasa: «Intolerancias»

Salvador Cristau Coll nos hace preguntarnos hoy: ¿se puede considerar que una persona intransigente o intolerante con otra, es realmente cristiana?

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Redacción digital

Madrid - Publicado el

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Es un término que se utiliza a menudo hoy, incluso lo preguntan a veces al emprender un viaje o cuando se va a comer a un restaurante. Y es bueno que lo pregunten porque hay personas “intolerantes” a determinados elementos o productos químicos, y también naturales; personas que podrían verse gravemente afectadas en su salud.

Pero las intolerancias que quisiera comentar hoy no son éstas. Son otras muy distintas, aunque también pueden producir efectos muy nocivos. Me refiero a las intolerancias entre las personas, y también a las que podríamos llamar intransigencias.

Pero, ¿se puede considerar que una persona intransigente o intolerante con otra, es realmente cristiana? Cuando rechazamos a alguien porque no piensa como nosotros, cuando no queremos saber nada de aquel que es diferente de nosotros, ¿podemos decir que somos realmente cristianos?

¿Podemos imaginar a Jesús actuando de esta manera intransigente con las personas? Es verdad que en más de una ocasión los evangelios nos muestran la radicalidad de sus planteamientos. Pero Jesús es radical en el planteamiento, en la propuesta, nunca con las personas. Jesús deja siempre la libertad al ser humano, sin rechazar nunca a nadie: "Quien quiera venir a mí que tome su cruz, y me siga" (Mt 16, 24). "Quien quiera", dice Jesús, no obliga a nadie. Y añade y dice “que tome su cruz y me siga”. Esto no es intransigencia, se trata de tomar nuestra cruz, la que ya tenemos porque es la nuestra. Lo que dice Jesús es que la abracemos y vayamos con Él. Esto no es intransigencia. Esto es abrazarnos para ayudarnos a llevar nuestra cruz.

No, Jesús no es intolerante ni intransigente. En todo caso lo eran, y mucho, los fariseos y maestros de la ley que no querían saber nada de él y de lo que él decía. Y lo somos nosotros cuando nos resistimos a aceptar su Palabra.

Jesús acoge y perdona la pecadora sorprendida en adulterio y a aquella mujer que le ungió los pies y los cabellos con perfumes y lágrimas. Jesús se encontró con Zaqueo que era un pecador y le perdonó; llamó a Mateo el publicano, llamó a ser apóstoles hombres muy distintos de origen y cultura. Curó a enfermos y expulsó demonios, porque lo importante para él eran las personas con sus cuerpos y sus almas, porque por eso había venido al mundo. Jesús era intransigente con el pecado pero no con el pecador, con el hombre y la mujer era acogedor: “Venid a mí... Aceptad mi yugo y haceos discípulos míos, que soy benévolo y humilde de corazón y encontraréis vuestro descanso” (Mt.11,28).

Jesús nos enseña un camino que es de reconciliación y de perdón, no de intransigencia. Un camino que se inicia reconciliándonos con nosotros mismos, y con los que nos rodean.

Desterremos, pues, la palabra intolerancia de nosotros, apartemos la intransigencia de nuestras vidas, sustituyámosla por la acogida, la benevolencia, la humildad, como Él nos ha enseñado.

+ Salvador Cristau Coll

Obispo de Tarrasa