Carta del obispo de Tarrasa: «Los verdaderos valores»

Salvador Cristau lamenta en su carta de esta semana que los valores del Evangeio no cotizan hoy en día, ya que no tienen nada que ver con el mundo actual

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Redacción digital

Madrid - Publicado el

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En la primera lectura de la Misa de este domingo, el profeta Sofonías, en tiempos del profeta Jeremías, setecientos años antes de Cristo, denunciaba los pecados de la sociedad de su época, especialmente el orgullo y la prepotencia, de los que nacen la incredulidad, la falta de confianza, la rebeldía, la perfidia. Valores del mundo que llevan a la idolatría y a los pecados contra el prójimo, y eso, aquel profeta no podía soportarlo; y señalaba también a los verdaderos culpables: en la sociedad civil, los ministros y los príncipes, los jueces y los negocios; y en el ámbito religioso, los sacerdotes y los falsos profetas. Estos pecados serán la causa del “Día de Yahvé”, en que la ira de Dios caerá sobre los hombres y hará justicia en la tierra. Pero de esa ira se librarán los humildes, los pobres; es decir, los que hayan sido fieles a la confianza en Dios, al comportamiento según su ley, a la auténtica esperanza.

Si pensamos en esto que ocurría en tiempos de los profetas, ¿nos parece muy diferente la situación de la sociedad actual? La historia siempre se repite, pero Dios ha iluminado la historia y la vida humana y ha venido al mundo a salvarnos de nosotros mismos.

Hoy se habla mucho de valores, desde el mundo de la economía hasta la educación e incluso en la política. Pero sabemos que hay unos valores que no se cotizan hoy en día, que no están de moda, aunque en realidad nunca lo han estado. Son los valores del Evangelio, que nada tienen que ver con los del mundo, que no se pueden comprar ni vender, son perennes, son eternos, porque son los valores de Dios. Y desgraciadamente podríamos decir que, a menudo, son considerados por muchos como una debilidad, como una desgracia, aunque en realidad son los que nos ofrecen la verdadera felicidad. Jesús nos habla de ellos en su sermón de la montaña, en el sermón de las bienaventuranzas.

Un día Jesús, cerca del lago de Tiberíades, reunió a sus discípulos y seguidores y les dijo unas palabras tan nuevas y tan extrañas que incluso siguen sorprendiéndonos ahora a nosotros.

Llamó felices y bienaventurados, no a los que en este mundo lo tienen todo, sino a los pobres en el espíritu, los que lloran, los humildes, los limpios de corazón, los que ponen paz, los misericordiosos, los perseguidos.

Estos son los auténticos valores del Evangelio, y deberíamos preguntarnos ¿porque no somos capaces de adquirir estos valores, más aún, de invertir todos nuestros esfuerzos para conseguirlos, sabiendo que su beneficio es ser felices, ser bienaventurados? Es lo que Jesús nos propone hoy en el Evangelio, añadiendo: “Alegraos y celebradlo, porque su recompensa será grande en el cielo” (Mt 5,12). Porque sólo podremos llegar a ser felices y bienaventurados de verdad cuando consigamos entender y aceptar este mensaje de las “Bienaventuranzas”.

Y es que Dios es así. Él es el único verdaderamente humilde y por eso plenamente feliz y bienaventurado. Él, que “siendo rico, se hizo pobre por vosotros, para enriqueceros con su pobreza” (2Cor 8,9). Él nos ha enriquecido con su humildad, con su pobreza, con su paz y su misericordia. Estos son los valores de Dios. Preguntémonos hoy cada uno de nosotros cuáles son los valores que están presentes en nuestra vida y que nos mueven.

+ Salvador Cristau Coll

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