Carta del obispo de Tortosa: «Solemnidad del Corpus Christi»
Con motivo del día de la Caridad, Enrique Benavent Vidal invita a los cristianos a «socorrer las necesidades espirituales y materiales de quienes sufren»
Madrid - Publicado el - Actualizado
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Este domingo celebramos la solemnidad del Cuerpo y de la Sangre del Señor. Jesús, la noche que tenía que ser entregado, hizo por primera vez aquello que nosotros hacemos cuando nos reunimos para la celebración de la Eucaristía: cogió el pan y diciendo la acción de gracias lo partió, lo dio a sus discípulos y dijo: “Esto es mi cuerpo, ofrecido por vosotros. Haced esto en memoria mía” (1Co 11, 23-24). Algo parecido hizo con el Cáliz lleno de vino. Este gesto del Señor es un signo de generosidad con sus discípulos, que nos tiene que mover al agradecimiento por el regalo que nos ha hecho de su amistad, dándose en el sacramento de la Eucaristía y quedándose con nosotros. Lo agradecemos y lo proclamamos, porque los cristianos nunca podemos dejar de anunciar en el mundo el amor de Cristo que se manifiesta en este sacramento.
En el Evangelio escuchamos este año la narración de la multiplicación de los panes con los cuales el Señor alimentó a un gran gentío. Jesús manda a los discípulos que den de comer a la gente. Ellos se quedan sorprendidos: ¿quién son ellos, que únicamente tienen cinco panes y dos peces para dar de comer a tanta gente? Pero el milagro se produce: Jesús hace que aquello que parece poco se multiplique.
La fiesta del Corpus es también el día en que los cristianos hacemos nuestra aportación en Cáritas. Por eso hoy tiene que resonar en nuestros corazones de una manera especial esta indicación del Señor: “dadles de comer vosotros mismos”. El Señor nos invita a dar de comer y beber a los hambrientos y sedientos; a procurar dignidad a quien no tiene con qué vestirse, o un lugar donde dormir o ser enterrado dignamente; a compartir los sufrimientos de los enfermos y de quienes están en la prisión; a manifestar nuestro aprecio a los otros orando por ellos; a acompañar a las personas enseñando a quién no sabe, aconsejando a quién necesita una palabra de luz en su vida o corrigiendo con amor a aquellos que por su forma de vivir se hacen daño a sí mismos o a los otros; a perdonar las ofensas; a soportar con paciencia los defectos del prójimo. Los cristianos nos acercamos a quienes viven con necesidades corporales y espirituales viviendo y practicando las obras de misericordia.
A menudo, al igual que los discípulos de Jesús, también nosotros podemos pensar que las pobrezas y necesidades de nuestro mundo son más grandes que nuestras posibilidades. No olvidemos que es el Señor quien hace que se multiplique el bien allí donde se viven actitudes evangélicas. Jesús obra el prodigio de aumentar el bien que hacemos, y aquello que muchas veces nos puede parecer imposible se hace realidad, porque donde se vive el Evangelio se despiertan actitudes evangélicas en el corazón de las personas.
Pero la multiplicación de los panes también nos habla del alimento de vida eterna que es el mismo Cristo. No solo nos contentamos con ayudar a las personas en sus necesidades. Queremos que el mundo conozca y ame a Jesús. Podemos preguntarnos: si todos lo conociéramos y amáramos: ¿nuestro mundo no sería mejor? ¿no nos amaríamos todos más? ¿no nos perdonaríamos los unos a los otros? ¿no nos ayudaríamos con más generosidad? Jesús puede cambiar el corazón de las personas, y por eso también puede cambiar nuestro mundo. Los cristianos tenemos que socorrer las necesidades espirituales y materiales de quienes sufren, sin olvidar que la necesidad más grande de nuestro mundo es que los hombres llegan a conocer y a amar a Jesús. Él es el alimento de la vida eterna.
+ Enrique Benavent Vidal
Obispo de Tortosa