Carta pastoral del Cardenal Juan José Omella: «El discernimiento espiritual»
El arzobispo de Barcelona dedica su última carta pastoral a las metas que nos proponemos para este comienzo de año
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Acabamos de iniciar un nuevo año, los comienzos son siempre un buen momento para proponernos metas. Unos se proponen estudiar algún idioma, otros aprender a tocar un instrumento musical y tantos compromisos que, a menudo, se desvanecen con el tiempo.
Ponerse metas es bueno y saludable. Ahora bien, uno de los riesgos es ponerse demasiados retos y objetivos que, en lugar de hacernos un bien y de mejorarnos como personas, nos lleven al desánimo y a la apatía.
A lo largo de mis años de ministerio, algunas personas que acompañaba espiritualmente me preguntaban: ¿Qué objetivos debo proponerme para este año que empieza? Yo les invitaba a reformular dicha pregunta con esta otra: Dios mío, ¿qué consideras importante que trabaje? Se producía entonces un salto cualitativo muy significativo. Introducíamos a Dios como interlocutor en el diálogo.
Pero, ¿cómo saber qué es lo que Dios quiere? Es más, ¿realmente podemos descubrir cuál es la voluntad de Dios para cada uno de nosotros en este momento de la vida? Ciertamente podemos descubrirlo. Y es ahí donde empieza el precioso camino del discernimiento espiritual, que es precisamente el objetivo de nuestro plan pastoral para este curso.
El discernimiento es el arte mediante el cual aprendemos a escuchar a Dios, que nos habla en medio de este cambio de época en el que vivimos. Para ello es necesario desarrollar «un oído muy fino para saber escuchar al Espíritu y un corazón totalmente dispuesto para cumplir lo que nos dice. Ello implica una forma de leer la Biblia, una forma de orar en medio de nuestro mundo, una forma de mirar con los ojos amorosos de Dios.» (Plan pastoral diocesano, Cap. V).
Nos podemos proponer muchas metas. Ahora bien, creo que no podemos obviar una meta indispensable y, en mi humilde opinión, la más importante para todo ser humano: entrar en la vida eterna. Una vida eterna que puede empezar aquí y ahora.
Este profundo anhelo del ser humano queda recogido en un pasaje del Evangelio, cuando una persona se acercó a Jesús y le preguntó: «Maestro, ¿qué he de hacer para heredar la vida eterna?» (Lc 18,18). La vida eterna es la gran meta que nos ofrece Jesús y que, por tanto, nos debe ayudar a determinar los objetivos, las prioridades, el orden de valores y el programa que oriente nuestra vida.
Dicha pregunta solo puede recibir la respuesta de Dios. Una respuesta que, por un lado, nace de la verdad que la Iglesia custodia y transmite y, por otro, nace del encuentro personal de cada uno de nosotros con la Santísima Trinidad.
Atrevámonos a hacerle esta pregunta a Dios y descubramos sus respuestas en la oración, en las personas con las que nos encontramos, en los acontecimientos que nos toca vivir. Dios nos habla, pero para aprender a escucharlo necesitamos un acompañante espiritual que, bajo la guía del Espíritu Santo, nos ayude a discernir cuál es realmente la voluntad de Dios y qué debemos cambiar en nuestra vida para avanzar en el camino que lleva a la vida eterna.
¿Cuál es vuestra meta para este año? ¿Y para el resto de vuestra vida? ¿Qué debo cambiar y qué estoy dispuesto a arriesgar en ese intento de llegar a la meta?
Feliz año y que Dios os bendiga, os acompañe y os conceda su Paz.
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