Carta pastoral de Mons. Agustí Cortés: Nosotros

El obispo de Sant Feliu de Llobregat reflexiona sobre el Sínodo de los Obispos y la fase diocesana que acaba de empezar

Carta pastoral de Mons. Agustí Cortés: Nosotros

Agencia SIC

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Después de tantos mensajes y explicaciones que hemos escuchado sobre el Sínodo y la sinodalidad, queda clara, al menos, una cosa: que eso del Sínodo no es solo una institución, ni un método o forma de actuar, sino, ante todo, un espíritu que se ha de vivir. Es la manera propia de vivir la Iglesia de Jesucristo, la forma específica de existir la Iglesia, inspirada por el Espíritu. Esta forma específica se caracteriza por el hecho de andar uno al lado del otro, creer y vivir que formamos una unidad, una comunión donde todos nos sentimos protagonistas, cada uno en su lugar y según su misión.

El Papa convoca este Sínodo precisamente porque recoge una inquietud compartida por muchos: hemos de mejorar la manera de vivir y actuar en la Iglesia, para llegar a ser más fieles a lo que ella es por naturaleza, es decir, un pueblo que camina sinodalmente. Por eso, la pregunta concreta que nos hace es: ¿cómo podríamos mejorar nuestro modo de vida en la Iglesia en este sentido? ¿Qué deberíamos vivir o hacer para demostrar que somos un pueblo unido y diverso?

Nos equivocaríamos si creyésemos que la respuesta a estas preguntas consiste en encontrar una organización, una estructura, un sistema de relaciones entre nosotros. Esto es bastante fácil. Hay muchos especialistas, sociólogos, estrategas, etc., que saben mucho de esto.

Lo primero que hemos de hacer es discernir si tenemos espíritu sinodal. Se pueden recordar algunos signos: "Tenemos buen espíritu sinodal, si cuando hablamos de la Iglesia, de la Diócesis, de la parroquia, usamos espontáneamente más el "nosotros" que el "yo", en contraste con "ellos". Sobre todo, cuando ese "ellos" se refiere a la jerarquía, esa especie de vertedero, donde van a parar todas las responsabilidades de nuestros fallos y deficiencias.

- Tenemos buen espíritu sinodal cuando me alegro si la Iglesia hace una cosa buena, es fiel a Jesucristo y auténtica, y sufro cuando constatamos un defecto. Y si tengo ojos para reconocer una cosa y otra. Y si me pregunto, antes que nada, qué puedo hacer yo para que todo mejore.

- Tenemos buen espíritu sinodal cuando reconozco que la oración solitaria, escondida, verdadera, humilde, sencilla y posiblemente repetitiva, de una anciana olvidada, es también mi oración, nuestra oración. Y si además nos dice, quizá, que ha orado por sus nietos, por alguien enfermo, por el matrimonio vecino que está a punto de fracasar...

- Tenemos buen espíritu sinodal cuando al tropezar con fieles miembros de la Iglesia, que tienen un lenguaje y maneras de expresión diferentes a los nuestros, no les siento extraños y distantes, sino que trato de hallar las huellas del Espíritu que hay en ellos, les escucho y les comunico la huella del Espíritu que quizá también hay en nosotros.

El buen espíritu sinodal no se obtiene con una charla, un cursillo, una lectura. Ante todo, hay que pedirlo y recibirlo. Porque es un don del Espíritu Santo. De Él nos viene luz para mirar, ánimo para caminar, amor para ver próximo al hermano. Comenzar cualquier reunión sinodal orando no es una recomendación, sino un mandato, una exigencia absolutamente ineludible.

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