Carta pastoral de Mons. Rodríguez: Uniremos nuestros sueños, el de la Iglesia Diocesana y Universal

El obispo de Jaén ha presentado en su última carta pastoral sus propuestas para este "año pastoral apasionante"

Carta pastoral de Mons. Rodríguez: Uniremos nuestros sueños, el de la Iglesia Diocesana y Universal

Agencia SIC

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Queridos diocesanos:

Estoy convencido de que se nos presenta un año pastoral apasionante. Con pasión por Cristo y con pasión por la comunión y la misión de la Iglesia. Habrá un día a día de nuestra pastoral ordinaria, que tendremos que atender y cuidar con mucho esmero, y sin que dejemos nada esencial por hacer. Para eso hemos caminado juntos por nuestro Plan de acción pastoral, que en estos cinco años nos ha marcado un rumbo eclesial renovado y misionero. Recordemos que juntos hemos ido «caminando en el sueño misionero de llegar a todos». Este año, además, se nos invita a participar con gratitud, entusiasmo y sentido de responsabilidad en el sínodo universal, que enseguida va a comenzar y en el que todos nosotros tendremos un papel importante y activo. Por eso, nuestra pastoral ordinaria habrá de ir renovándose con el aire nuevo que le vayamos dando con nuestra participación en esta iniciativa sinodal.

Como sabéis, nosotros ya teníamos un plan para este año pastoral con una ruta que era ambiciosa e ilusionante. Pero en vistas de que se nos ha dado la oportunidad de participar en el Sínodo nos hemos unido a él, pero sin renunciar a la búsqueda de un nuevo horizonte, para una renovación más detallada y audaz de nuestra Iglesia diocesana. Seguro que lo que nosotros pretendíamos saldrá a la luz en la renovación, en sinodalidad, buscada con la Iglesia universal. «Por una Iglesia sinodal: comunión, participación y misión», será nuestro lema desde ahora. Desde Jaén hemos de proclamarlo, sentirlo y vivirlo con la Iglesia del Señor que camina por todos los rincones del universo. El contenido y lema sinodal nos hace caer en la cuenta de que todos somos Iglesia viva y responsable en misión y de que hemos de estar abiertos a una profunda renovación pastoral, bajo la acción del Espíritu y en la escucha de la Palabra.

Aunque haya sido mucho lo que hayamos ido haciendo en la renovación de la vida de la Iglesia, sobre todo a partir del Concilio Vaticano II, es evidente que siempre necesitamos una puesta al día. Ahora nos toca impregnar nuestra experiencia cristiana de sentido sinodal y misionero. Guiados por Evangelii gaudium y en sintonía con Fieles al envío misionero, líneas pastorales de la CEE, haremos juntos un camino de encuentro con nuestra experiencia eclesial.

Empezaremos por descubrir las claves del actual contexto social, cultural y eclesial, así como los criterios, prioridades y líneas de trabajo desde donde pretendemos responder a una pregunta esencial: ¿cómo puede ayudar el discernimiento en sinodalidad a impulsar la conversión pastoral, personal e institucional, que el Papa nos pide y que el desafío evangelizador reclama?

Os escribo esta carta para animaros a participar en el Sínodo, que para nosotros será un acontecimiento de doble rostro. Se nos propone contribuir a poner en movimiento las ideas, las energías, la creatividad de todos los que participemos, con la sencillez de corazón de quien ama a Cristo y a su Iglesia. Como ya se nos ha ido informando, se trata de la fase diocesana y nacional del Sínodo de los Obispos, que será un acontecimiento en todas las diócesis del mundo y al que estamos todos - obispo, sacerdotes, consagrados y laicos - invitados a participar activamente.

Pero, como os acabo de recordar, esta invitación a participar en el Sínodo ha llegado a nuestra Diócesis de Jaén cuando ya teníamos pensado, diseñado y organizado nuestro Plan de acción para el próximo año pastoral: por esto, será para nosotros un acontecimiento diocesano y universal a la vez. Consideramos enriquecedor poder unir los dos propósitos en uno: el que pretendíamos hacer y el que haremos agradecidos porque nos lo ofrece el Santo Padre como un precioso regalo.

La acción que habíamos diseñado para el final del desarrollo de nuestro Plan de Pastoral, nos iba a pedir que este curso de 2021-2022 nos situáramos aún más en el sueño misionero y renovador de nuestra Iglesia diocesana en cada una de nuestras comunidades. A cada uno se nos invitaba a decir: sueño con una Iglesia sencilla, que se desprenda de cosas que probablemente nunca debió de adquirir y a las que aún le estamos dando demasiado valor, pero que, sin embargo, ya no nos ayudan a ofrecer la fe y a anunciar el Evangelio en este contexto social, cultural y religioso en el que vivimos. Queríamos pensar y concretar, en diálogo y oración, si algunas de las cosas que hacemos son un lastre para una Iglesia en salida y en misión.

Sobre todo, queríamos soñar con modelos y modos nuevos de ser cristiano, de ser discípulo del Señor y de hacer de la vida de la Iglesia una corriente misionera. Mirando a nuestro mundo, en el que evangelizamos y a nuestra Iglesia en su misión, se nos iba a invitar a descubrir, con sana insatisfacción, lo que no está bien, lo que nos sobra, lo que redujera nuestra credibilidad, lo que separara a unos de otros?

Nuestro sueño era descubrir, a la luz de la Palabra de Dios, cómo se han de hacer las cosas si seguimos la inspiración divina. Ese, en realidad, ha sido durante estos últimos años nuestro verdadero sueño.

Queríamos encontrar la luz en todo lo que somos y hacemos: buscaríamos juntos el «porqué»; la razón de ser de nuestra Iglesia, de nuestra parroquia y la razón última de cada una de sus acciones, con discernimiento en profundidad. Nos íbamos a ayudar con la guía de documentos que marcan en la actualidad el modo de vida de la Iglesia: Evangelii Gaudium, La conversión pastoral de la comunidad parroquial y Fieles al anuncio misionero, el Plan de acción de la Conferencia Episcopal Española.

No se trataba de rectificar nada de lo realizado en estos últimos años desde 2017. Al contrario, buscábamos reforzar el camino sinodal que muchos, la inmensa mayoría, en especial los laicos, habéis seguido en una Iglesia que camina, con estilo sinodal, en comunión, evangelización, celebración y caridad. Pero como siempre quedan cosas por pulir, ahora nos tocaba, sobre todo, hacer un camino sinodal que sanara, limpiara y embelleciera a nuestra Iglesia.

Con libertad, queríamos encontrar todo lo que pudiera ser un obstáculo para el desarrollo de la vida de la Iglesia, especialmente lo que no nos atrevemos a tocar por ese qué dirán que tanto se repite y que nos lleva al inmovilismo: nada cambia porque siempre se ha hecho así. Se trataba de descubrir sombras y luces para que el sueño misionero pudiera recuperar una completa e ilusionada evangelización. En definitiva, lo que correspondía hacer era apuntalar todo lo que mejor pueda promover la conversión pastoral.

Lo queríamos hacer con conciencia clara de que, para «caminar juntos», es necesario que nos dejemos educar por el Espíritu en una mentalidad verdaderamente sinodal, entrando con audacia y libertad de corazón en un proceso de conversión, sin el cual no será posible la «perenne reforma, de la que la Iglesia misma, en cuanto institución humana y terrena, tiene siempre necesidad» (UR 6; cf. EG 26).

Apuntábamos, en definitiva, a todo lo que nos impidiera caminar y potenciar lo que mejor nos lleve a la meta a la que dirigirnos, aunque sea nuevo o novísimo, aunque nos obligue a romper con el freno que nos dice ante cada posible cambio, que lo mejor es no tocar nada. Todo eso lo hemos de discernir en el Espíritu; conscientes de que para Él nada es intocable. El Espíritu continúa actuando en la historia y mostrando su potencia vivificante.

Con ese intento de renovación queríamos desechar todo lo que no es del gusto evangélico y no tiene la luz y la belleza del Espíritu. Lo que realmente buscábamos eran líneas de acción que nos llevaran a una clara y limpia evangelización. Por eso, dábamos el paso adelante para buscar criterios que nos indicaran cómo descubrir, cómo hacer lo nuevo. Quizá, lo más decisivo de cuanto buscábamos fuera nuestro compromiso personal de no mirar para atrás o para otro lado, sino mirar hacia adelante, aunque con eso pudiéramos asumir riesgos y dificultades. Pero siempre caminando en la caridad. En lo esencial unidad, en lo dudoso libertad, en todo caridad o amor.

Ya anticipadamente tomábamos conciencia de lo que dice el Documento sinodal, que se nos ha enviado: «Precisamente en los surcos excavados por los sufrimientos de todo tipo padecidos por la familia humana y por el Pueblo de Dios están floreciendo nuevos lenguajes de fe y nuevos caminos capaces, no solo de interpretar los eventos desde un punto de vista teologal, sino también de encontrar en medio de las pruebas las razones para refundar el camino de la vida cristiana y eclesial». «En este contexto, la sinodalidad representa el camino principal para la Iglesia, llamada a renovarse bajo la acción del Espíritu y gracias a la escucha de la Palabra. La capacidad de imaginar un futuro diverso para la Iglesia y para las instituciones a la altura de la misión recibida depende en gran parte de la decisión de comenzar a poner en práctica procesos de escucha, de diálogo y de discernimiento comunitario, en los que todos y cada uno puedan participar y contribuir» (Documento preparatorio 7; 9).

Esta propuesta para el año pastoral que nos habíamos marcado, ahora necesariamente hemos de unirla a otra iniciativa, guiada por el Santo Padre, que invita a todas las Iglesias particulares a una participación, con el estilo y modo habitual que nosotros hemos adoptado en los pasados años. Estoy convencido de que, si seguimos fielmente el Documento Sinodal y el Vademécum, vamos a entrar todos en este nuevo modelo de ser Iglesia y de compartir fe y vida.

En lo que se nos invita a hacer en el Sínodo, muchos enseguida reconoceréis que este ha sido el estilo de trabajo de nuestra Iglesia de Jaén. ¿Os acordáis de lo que os escribí en una carta pastoral en nuestros comienzos? Entonces os decía: «Para la conversión pastoral que pretendemos es absolutamente necesario que adoptemos la "sinodalidad", como método de vida y acción, que por otra parte es lo que caracteriza a la Iglesia. La sinodalidad ha de ser, por tanto, el factor estructurante que la Iglesia de Jaén está llamada a asumir en las tareas que hemos de realizar unidos todos los bautizados. Es indispensable la sinodalidad para la cooperación de los fieles laicos; por supuesto es indispensable para los sacerdotes diocesanos, servidores del pueblo de Dios. Y la sinodalidad ha de ser el estilo que marque la presencia de numerosas comunidades de vida consagrada».

Pues bien, se puede comprobar que los pasos que ahora se nos propone dar en este camino sinodal no hay nada que sea diferente a lo que hemos hecho en estos cinco años. Por eso se dice en el documento sinodal, refiriéndose también a nosotros: «Es un motivo de gran esperanza que no pocas Iglesias hayan ya comenzado a organizar encuentros y procesos de consulta al Pueblo de Dios, más o menos estructurados. Allí donde tales procesos han sido organizados según un estilo sinodal, el sentido de Iglesia ha florecido y la participación de todos ha dado un nuevo impulso a la vida eclesial» (Documento preparatorio 7).

Se desea que el Sínodo de los Obispos empiece a celebrarse solemne y activamente en todas y cada una de las diócesis del mundo. Según se nos indica, tendrá una fase diocesana, una fase continental y una fase final que abarque a la Iglesia universal.

Este itinerario sinodal tendrá una apertura solemne tanto en Roma (9-10 de octubre) como en cada Iglesia particular, que se ha fijado para el domingo 17 de octubre, a las 6 de la tarde. La celebremos en la que fue nuestra primera catedral, la de Baeza. Refleja, a mi entender, una época en la que la vida de la Iglesia caminaba claramente con un estilo sinodal. Ese día será una gran fiesta para toda la Iglesia y también para nosotros lo será. Yo espero que tenga la misma participación y el mismo espíritu que tuvo la apertura del año de la misión ¿¡¡¡Recordáis!!!?

Os animo, por tanto, a una participación entusiasta y agradecida. Por primera vez en los tiempos modernos, un acontecimiento de carácter universal se hace con una llamada tan explícita a todo el pueblo de Dios que vive su fe en cualquier lugar del mundo con sus circunstancias, cultura, peculiaridades. No obstante, esta advertencia importa mucho: no se trata de hacer un evento, sino un proceso que implica en sinergia al Pueblo de Dios, al Colegio Episcopal y al Obispo de Roma, cada uno según su función.

Con esta invitación, el Santo Padre nos hace una llamada a colaborar en una reflexión comunitaria universal. POR UNA IGLESIA SINODAL: COMUNIÓN, PARTICIPACIÓN Y MISIÓN. El sínodo se hará para que todos unidos nos afiancemos, en nuestra conciencia eclesial. Acoged estas afirmaciones tan emblemáticas y certeras, si aún necesitáis convenceros de lo que os digo: «La sinodalidad nos remite a la esencia misma de la Iglesia, a su realidad constitutiva, y se orienta a la evangelización». «Nuestro caminar juntos es lo que mejor realiza y manifiesta la naturaleza de la Iglesia como pueblo de Dios peregrino y misionero». «Practicar la sinodalidad es hoy para la Iglesia el modo más evidente de ser «sacramento universal de salvación» (LG 48), «signo e instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano» (LG 1).

En este caminar al que se nos invita, haremos juntos un gran discernimiento eclesial sobre cómo hemos de hacer el doble mandato que los apóstoles acogieron en la primera hora: «Id y anunciad» y «haced esto?». Así lo hacían en los comienzos, los cristianos caminaban unidos y con participación corresponsable de todos; por eso eran conocidos, una vez que su vida comenzó a ser socialmente significativa, como los del camino. Los cristianos somos los que caminamos juntos. Ese es ya no sólo nuestro nombre sino nuestro modo de ser.

San Juan Crisóstomo, por ejemplo, escribe que Iglesia es el «nombre que indica caminar juntos» La Iglesia tiene nombre de sínodo. Y si tiene nombre es porque vive y camina en sínodo. Eso significa que la Iglesia es la asamblea convocada para dar gracias y cantar alabanzas a Dios como un coro, una realidad armónica, donde todo se mantiene unido, porque quienes la componen, mediante su relación recíproca y ordenada, coinciden en el mismo sentir.

Este modo de ser y de vivir en comunión, participación y misión de los primeros cristianos, hoy lo hemos de asumir para la responsabilidad de llevar adelante la misión de la Iglesia. Por eso, no hace falta que diga que nadie puede sentirse excluido del camino eclesial. Lo que nos jugamos es muy esencial: «Caminar juntos, invocar al Espíritu, escuchar y acompañar van haciendo del discernimiento sinodal la clave de fondo que sugiere las acciones que realizar, en la doble escucha del Señor y de los deseos y gemidos de nuestros contemporáneos, con los que nos encontramos en la salida misionera» (Fieles el envío misionero, 4.1.)

Para ir haciendo esta Iglesia en esta doble fidelidad a Dios y a los hombres, se nos invita a participar activamente, desde la próxima apertura (17 de octubre) hasta abril de 2022, en una amplia consulta al pueblo de Dios; porque el proceso sinodal se realiza en la escucha a la totalidad de los bautizados, sujeto del sensus fidei infalible in credendo (LG 119).

El punto de partida será una pregunta fundamental, que nos ha de impulsar como guía: ¿Cómo realizar hoy, a diversos niveles (desde el local al universal) ese «caminar juntos» que permite a la Iglesia anunciar el Evangelio, de acuerdo a la misión que le fue confiada; qué pasos del Espíritu nos invita a dar para crecer como Iglesia sinodal? (Documento preparatorio 2).

Lo haremos unidos, - laicos, pastores y Obispo de Roma - y lo haremos siguiendo a Jesucristo, que nos dice: «Yo soy el camino, la verdad y la vida» (Jn 14,6). Se trata de poner en práctica lo que nos ha dicho el Papa Francisco: «El sensus fidei impide separar rígidamente entre Ecclesia docens y Ecclesia dicens, ya que también la grey tiene su olfato para encontrar nuevos caminos que el Señor abre a la Iglesia» (Discurso del Santo Padre en la conmemoración del 50 aniversario de la institución del Sínodo de los obispos).

Para que se mueva sin reserva nuestra voluntad de participar, metamos en el corazón esta afirmación convincente: «La sinodalidad en esta perspectiva es mucho más que la celebración de encuentros eclesiales y asambleas de obispos, o una cuestión de simple administración interna de la Iglesia; la sinodalidad indica la específica forma de vivir y obrar (modus vivendi et operandi) de la Iglesia Pueblo de Dios, que manifiesta y realiza en concreto su ser comunión en el caminar juntos, en el reunirse en asambleas y en el participar activamente de todos sus miembros en su misión evangelizadora» (Documento preparatorio 10).

Una vez que celebremos la apertura, nos tocará, por tanto, situarnos activamente en actitud de oración, encuentro, reflexión en diálogo y celebración eucarística. La consulta se hará con una amplia participación en parroquias, comunidades, movimientos y grupos eclesiales. De un modo especial se hará por los cauces de comunión y participación comúnmente establecidos en la Iglesia, que son como las manos de la sinodalidad. Pero es voluntad del sínodo que la consulta sea lo más completa y más enriquecedora posible y que se haga con la participación de muchos, tanto «de dentro de la Iglesia» como de los «márgenes».

Se debe tener especial cuidado para involucrar a las personas que pueden correr el riesgo de ser excluidas: mujeres, discapacitados, refugiados, migrantes ancianos, personas que viven en la pobreza, católicos que raramente o nunca practican su fe. Es importante que los bautizados escuchen las voces de otras personas en sus contextos locales, incluidas personas que han abandonado la práctica de la fe, personas de otras tradiciones religiosas, personas sin creencias religiosas. Todos pueden ayudar a la Iglesia en su camino sinodal de búsqueda del bien y de la verdad. Esto es especialmente cierto en el caso de los más vulnerables y marginados (cf. Vademecum 2).

Lo que importa es que todos colaboremos en el objetivo sinodal: el sentido del camino al cual todos estamos llamados consiste, principalmente, en descubrir el rostro y la forma de una Iglesia sinodal, en la que «cada uno tiene algo que aprender. Pueblo fiel, Colegio episcopal, Obispo de Roma: uno en escucha de los otros; y todos en escucha del Espíritu Santo, el ?Espíritu de verdad? (Jn14,17), para conocer lo que Él "dice a las Iglesias" (Ap 2,7)» (Documento preparatorio 15).

No niego, en efecto, que todo esto que os estoy exponiendo, supondrá un esfuerzo especial para todos; pero de lo que sí estoy convencido es de que lo que se nos invita a hacer tiene tantos valores que no sólo no perjudica en nada a nuestra vida pastoral ordinaria, sino que la enriquecerá y nos enriquecerá a todos cuantos consciente y activamente participemos: hará crecer nuestro amor a la Iglesia, reforzará nuestro sentido de pertenencia, abrirá en horizonte de nuestra eclesialidad más allá de nuestros límites, no sólo geográficos sino humanos y religiosos. En nuestro caso, lo que con toda seguridad hará será ensanchar nuestra mirada, ya que el primer paso, el de reunirse y reflexionar juntos, ya estaba logrado, por las convocatorias hechas cada año.

Lo que sí tendremos que hacer, y en esto hemos de ser muy cuidadosos, es esmerarnos en nuestra mirada espiritual y pastoral, para que no se desorienten nuestras propuestas y sueños. Por una parte, nos centraremos en nuestra Iglesia particular, en nuestra Diócesis del Santo Reino de Jaén, mirando a nuestra acción pastoral cotidiana, en sus carencias y posibilidades, teniendo en cuenta quiénes somos y con quienes contamos pero siempre con una actitud de conversión espiritual y pastoral.

Por otro lado, ensancharemos la visión y nos sentiremos Iglesia en la Iglesia universal y colaboraremos con el Santo Padre en su ministerio petrino. Tendremos muy en cuenta lo que nos dice al pedirnos que colaboremos corresponsablemente con Él: «El mundo en el que vivimos, y que estamos llamados a amar y servir también en sus contradicciones, exige de la Iglesia el fortalecimiento de las sinergias en todos los ámbitos de su misión. Precisamente el camino de la sinodalidad es el camino que Dios espera de la Iglesia del tercer milenio» (Discurso en la conmemoración del 50 aniversario de la institución del Sínodo de los Obispos).

Si alguno de vosotros a estas alturas, después de cinco años compartiendo juntos en estilo sinodal, aún se está preguntando: ¿Esto servirá para algo?, ya sabéis que esta pegunta, más habitual en la Iglesia de lo que debiera, es, sobre todo, una tentación que siempre nos persigue, la de conformarnos con los que somos y tenemos. Siempre nos persigue la tentación de querer «cristalizar los procesos y pretender detenerlos» (EG 223). Pero hemos de intentarlo. Por eso, yo os digo: no tengáis miedo, participemos en esta experiencia sinodal, en la que «se trata de privilegiar las acciones que generan dinamismos nuevos» (EG 223).

Para convencernos de esto, qué bien nos vendrá tener en cuenta esta reflexión de Romano Guardini, recogida en Evangelii Gaudium: «El único patrón para valorar con acierto una época es preguntar hasta qué punto se desarrolla en ella y alcanza una auténtica razón de ser la plenitud de la existencia humana, de acuerdo con el carácter peculiar y las posibilidades de dicha época» (EG 224). Con nuestros límites, incluso con las pequeñeces que nos impiden crecer, nosotros estamos unidos en ese intento de ir hacia una Iglesia de comunión, participación y misión.

Pero hemos de hacerlo todo con la convicción de que es el Espíritu quien nos lleva a vivir como misión en el mundo, a llevar el tejido de la evangelización grabado en el corazón. Por eso, haremos lo que nos pide el documento con el que se nos invita a caminar en este tiempo de Sínodo: «hacer que germinen sueños, susciten profecías y visiones, hacer florecer esperanzas, estimular la confianza, vendar heridas, entretejer relaciones, resucitar una aurora de esperanza, aprender unos de otros. Y crear un imaginario positivo, que ilumine las mentes, enardezca corazones, dé fuerza a las manos» (Documento preparatorio 32).

No olvidemos nunca que «el Espíritu Santo posee una inventiva infinita, propia de una mente divina, que provee a desatar los nudos de los sucesos humanos, incluso los más complejos e impenetrables» (EG 178). Por eso, nuestra confianza la pondremos siempre en el Espíritu, Él es quien le da un sentido eclesial a lo que hacemos y nos sitúa unos junto a otros como Pueblo de Dios. Eso significa que esta consulta sinodal «no implica que se asuman dentro de la Iglesia los dinamismos de la democracia radicados en el principio de la mayoría, porque en la base de la participación en cada proceso sinodal está la pasión compartida por la común misión evangelizadora y no la representación de intereses en conflicto» (Documento preparatorio, 14). Pero eso sí, seamos conscientes de que la Iglesia nunca ha estado cerrada a aprender desarrollos y estrategias que pudieran conectar con la cultura del hombre actual.

Por si aún no os habéis dado cuenta, os lo digo: se está haciendo un esfuerzo inmenso y un extraordinario alarde de creatividad, por eso, termino pidiendo a todos, y con esto concluyo mi carta, que entréis en esta dinámica de la Iglesia de nuestro tiempo. Es impensable la conversión pastoral de nuestra Iglesia diocesana sin la participación activa de todos los integrantes del Pueblo de Dios que camina en Jaén. Pidamos la gracia del Señor de sentirnos interpelados en el camino sinodal de la Iglesia de nuestro tiempo. La sinodalidad no es una moda, no es un capricho, es, como ya os decía en el año de la comunión, la esencia misma de la Iglesia, por eso, ninguno de nosotros podemos sentirnos excluidos en este modo de ser y de caminar.

Os llamo, por eso, encarecidamente a que entréis en el proceso sinodal que se nos propone a todos con tanto esmero y afecto. Os invito a que conozcáis tanto el precioso Documento preparatorio que se nos ha enviado como el Vademécum. Son dos piezas preciosas para entender todo lo que se nos pide que hagamos. Si lo hacemos así entraremos en un camino de discernimiento y decisión, en el que pasaremos por la consulta compartida y la escucha recíproca, respetuosa y compasiva. Si lo hacemos, encontraremos las claves para:

* vivir un proceso eclesial participado e inclusivo, que ofrezca a cada uno ?en particular a cuantos por diversas razones se encuentran en situaciones marginales? la oportunidad de expresarse y de ser escuchados para contribuir en la construcción del Pueblo de Dios;

* reconocer y apreciar la riqueza y la variedad de los dones y de los carismas que el Espíritu distribuye libremente, para el bien de la comunidad y en favor de toda la familia humana;

* experimentar modos participados de ejercitar la responsabilidad en el anuncio del Evangelio y en el compromiso por construir un mundo más hermoso y más habitable;

*examinar cómo se viven en la Iglesia la responsabilidad y el poder, y las estructuras con las que se gestionan, haciendo emerger y tratando de convertir los prejuicios y las prácticas desordenadas que no están radicadas en el Evangelio;

*sostener la comunidad cristiana come sujeto creíble y socio fiable en caminos de diálogo social, sanación, reconciliación, inclusión y participación, reconstrucción de la democracia, promoción de la fraternidad y de la amistad social;

* regenerar las relaciones entre los miembros de las comunidades cristianas, así como también entre las comunidades y los otros grupos sociales, por ejemplo, comunidades de creyentes de otras confesiones y religiones, organizaciones de la sociedad civil, movimientos populares, etc.;

* favorecer la valoración y la apropiación de los frutos de las recientes experiencias sinodales a nivel universal, regional, nacional y local.

Gracias por vuestra paciencia, si habéis llegado hasta el final. Y mucho ánimo en el trabajo que vuestro Obispo os encomienda en comunión con el Santo Padre.

Finalizo esta carta en la tarde del día 2 de octubre, en la memoria de los Santos Ángeles Custodios, a los que encomiendo su cercanía permanente a todos cuantos vivimos en nuestra provincia y diócesis de Jaén.

Con mi afecto y bendición.

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