Al ser la primera vez, no les sentó nada bien ni a su cuerpo ni a sus neuronas. Ebrios. La inexperiencia les impidió manejar aquella situación, por lo que cuando regresaban a casa, a eso de las once de la noche, trataron de disimular su estado.
Les resultó imposible cuando se cruzaron con su párroco. El sacerdote, que conocía a ambos desde pequeños llegando incluso a bautizar a uno de ellos, se paró para saludarles y entablar una breve conversacion con ellos, pero no fueron capaces.
De hecho, uno de ellos no podia parar de reír, mientras el segundo tenía dificultades para mantener los ojos abiertos. Al hablar, apenas se les entendia. El párroco, que era plenamente consciente de la situación, decidió no continuar con la conversación y proseguir su camino, aunque con cara de pocos amigos. Los adolescentes apenas eran conscientes de lo que sucedía. Lograron aparentar normalidad al llegar a su casa, hasta el día siguiente.
La lección del párroco a sus jóvenes feligreses
Ya recuperados de la primera "resaca" de su vida, los chicos recibieron una llamada telefónica del párroco, que se mostraba visiblemente enfadado, citándoles al templo para hablar con ellos. Los jóvenes eran conscientes del motivo de la llamada. Cuando acudieron a la parroquia, temían lo peor. Al llegar a la parroquia, vieron cómo el sacerdote estaba acompañado de un varón de mediana edad.
Para sorpresa de los chicos, el sacerdote en ningún momento les reprochó el estado de embriaguez de la noche anterior. Al contrario, les presentó al hombre con el que se encontraba. Se trataba de una persona alcohólica rehabilitada que había empezado a coquetear con la bebida y las drogas también en su etapa adolescente.
Tras varios intentos fallidos por rehabilitarse en asociaciones como Proyecto Hombre, de arruinarse como consecuencia de su adicción o quedarse en el paro por la incapacidad que le producía su problema con el alcohol, finalmente logró salir de aquel pozo en el que se metió en su juventud, con la ayuda también de personas como el sacerdote de este barrio sevillano de Viapol: "Bebía dos botellas de whisky al día y, si no tenía nada a mano, me bebía hasta el alcohol para curar las heridas", les explicaba a ambos amigos.
La historia del alcohólico rehabilitado impactó a los jóvenes
La historia de aquel exalcohólico impactó a los chicos. Era lo que buscaba el cura de la parroquia, un testimonio desgarrador que hiciera reflexionar a sus jóvenes feligreses, que tenían una sensación entre el sentimiento de culpa y el arrepentimiento. "En estos casos no sirve de nada hablar con sus padres para que les imponga un castigo. Eso hubiera sido lo fácil. Si quieren beber, por desgracia lo van a hacer porque lo tienen muy fácil. Yo no digo que no beban nada, porque con cabeza se puede hacer de todo. Pero que al menos sean conscientes de los peligros que supone, y más en plena adolescencia".