Puntos Corazón: encontrarse con Dios en los barrios marginales
Felipe recuerda cómo lo dejó todo y se fue a El Salvador. Cuenta que al volver le había cambiado la mirada, se había encontrado con Dios desde la belleza.
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Felipe Rojas tiene 32 años y es abogado. Se encuentra lejos de los tribunales, de los pleitos y de los autos. También lo está de su tierra, Chile. Actualmente, trabaja en un programa para formar a jóvenes en riesgo de exclusión social de la ONG CESAL. Esta vocación de servicio a los demás es solo un paso más en su historia. Más que un paso, una respuesta a algo que le ha ocurrido y que, dice, le ha hecho cambiar.
Felipe vivía en la región de Valparaíso. Estudiaba Derecho, iba a la universidad y quedaba con sus amigos. Como un joven más. Cuando estaba terminando sus estudios, su Chile se vio sacudido por un terremoto. Era el 27 de febrero de 2010. El seísmo, de 8,8 grados en la escala de Richter, cambió por completo la imagen del país. Fue el peor que habían sufrido en 50 años. Una de las zonas donde más daños se produjeron fue justo en su región.
Su reacción al tener la tragedia tan cerca fue dar un paso adelante con sus amigos y hacer voluntariados para echar una mano a los damnificados. Después de haber pasado todo, eso le dejó una huella, una inquietud. Entonces, escuchó hablar a un amigo de una persona que había vuelto de misión con algo llamado “Puntos Corazón”.
¿Y eso qué es? ¿Qué es lo primero que podría hacer un joven al dar con algo que no conoce? Pues buscarlo en Google con más o menos suerte. En su caso, sí la hubo. Justo en su ciudad había un lugar que también se llamaba “Punto Corazón”. Se encontraba en el Cerro de Playa Ancha, donde se concentra en torno a un tercio de la población total de la región, que alcanza alrededor de 300.000 personas.
A Felipe le llamó la atención el lugar en el que estaba la casa de misioneros. “En la parte más alta de este cerro, hay una población donde está un pequeño “Punto Corazón”. Está en un lugar un poco estigmatizado por el acoholismo, la droga, la soledad y la pobreza”. Lo siguiente que hace una persona con inquietud es lanzarse a por una respuesta.
Lo que vio le gustó, tanto que quiso dejar de ser un espectador. “Fui a verlo, a ver cómo vivían esos misioneros, y empecé a frecuentarlos. A través de una relación de amistad, cada vez que pasaba el tiempo, más los necesitaba”, cuenta. Después del contacto con ellos durante uno o dos años, su inquietud crecía y con esa “amistad” no le bastaba. “Llegué a un punto en el que más que amigos suyos quería formar parte de lo que ellos son”.
Los misioneros, esas personas que dejan todo cuanto tienen para dar la vida en un país extranjero. A eso se quería apuntar “Pipe”, que así le llaman también. La pregunta siempre es la misma en estos casos: “¿Por qué? ¿Por qué haría alguien algo así?” Al otro lado del teléfono, se ríe y contesta: “Bueno, porque poco a poco vi cómo algo cambiaba en mí y, eso que estaba cambiando, yo quería que permaneciera”.
Una inquietud que se hizo experiencia
Y, ¿con cuántos años te fuiste? “Había terminado mi carrera con 24 años”, responde. Con el título aún en la mano, Felipe se iba a ir 22 meses fuera a servir con esos misioneros con quienes tanto estaba creciendo. Su destino, El Salvador, pasando por Honduras un tiempo. La pregunta pasa entonces de él a nosotros: “¿Qué es lo que hay detrás de 'Puntos Corazón?'
Felipe aclara que se trata de un movimiento. Consiste en comprometerse con los más necesitados en los barrios marginales del mundo y “dejarse atravesar por la compasión”. La compasión, que significa “sufrir con alguien”. Lo explica desde el nombre: “Puntos Corazón”.
“Puntos Corazón es un movimiento que nace del deseo de que en ciertos “puntos” de oscuridad del mundo, en barrios marginales de pobreza evidente, ya sea material, espiritual y humana, haya un 'punto de luz', un 'Punto Corazón'. Por eso, a las casas que quieren ser esa luz para los hombres, se les llama Punto Corazón. La idea de estas casas es que quien conforma esa pequeña luz de acompañamiento son los mismos jóvenes voluntarios”.
La propuesta a Felipe le pareció atractiva en su momento. Varios jóvenes, de distintas nacionalidades, en una casa, y dedicados a la misión. Es decir, él, que es chileno, con una francesa, un alemán, un colombiano, una italiana y un brasileño, por ejemplo. Pues en eso se reafirma Felipe. Lo describe como una “experiencia de impacto muy fuerte”. “No es solo que te encuentres con otra cultura, si no que eso lo vives con otras personas que les pasa lo mismo”.
Si cuando Pipe conoció a este movimiento en Valparaíso estaba en una zona complicada, El Salvador no iba a ser menos. Los primeros en recomendarles que no fueran allí fueron sus familiares y amigos. ¿Sirvió la advertencia? No. O sí, pero para que se fuera. También, los propios habitantes de El Salvador, recuerda que estaban extrañados de su presencia, más allá de que fueran un grupo de extranjeros. “Las propias personas nos decían: '¿Cómo sois capaces de vivir allí?'”
Un cambio en la mirada: la apertura, la profundidad...y la belleza
Han pasado casi 10 años de aquello. Al aun joven abogado chileno lo que más le marcó fueron los “amigos del barrio”, la gente del lugar, y las personas con las que se fue. Pasaron de ser desconocidos de otras tierras y banderas, a buenos amigos. Eso ocurrió por algo que él experimentó allí.
Él habla de “cambio en la mirada”. “Centroamérica son lugares que están estigmatizados por la violencia y la pobreza, de pandillas”. Algo debió ver Felipe para definir así 22 meses en El Salvador. “Cuando estábamos dentro del barrio vimos esa verdad de la violencia, pero también había belleza en el corazón de las personas. Había misas que se celebran y niños que juegan, hay comercios...nosotros somos testigos de eso”, subraya.
Donde la violencia y la belleza se encuentran. Eso es parte de lo que ha ayudado a Pipe a “no ser tan prejuicioso con los demás hoy, a huir de las etiquetas”. Porque ellos se acercaban a la gente del barrio, olvidándose de todo: clase social, nivel económico, etc., buscando relacionarse con ellos. En esas circunstancias, su cambio en la mirada vino de eso, de “entablar relaciones abiertas y profundas" como "un acto de valentía”.
"De misión no te vas, te envía otro"
Ese fruto tan grande que ha encontrado Felipe no es el único. Ha reflexionado mucho sobre cuanto ha vivido, sobre el hecho de “ir”. “Te envía otro aunque pienses que eres tú el que se va”, concluye. A los jóvenes que van a las casas, a los “Punto Corazón”, los llaman “buscadores de Dios”. Por tanto, lo que tienen en común esos jóvenes es “tocar a ese Dios que no vemos, buscarlo con intensidad”.
Han pasado años para que lo haya interiorizado todo. “Antes de irme de misión tuve una crisis de fe. Al encontrar personas jóvenes y ver cómo se relacionaban con Dios, yo quería querer como ellos. Fue allí en la misión donde tuvo un encuentro real y concreto con Dios”. La palabra que elige para resumir este todo es “provocación”. Buscar unas relaciones más profundas, entregarse a los demás o renunciar a todo, lo es.
La convivencia entre los jóvenes no es como se cabría esperar. Asumen, como misioneros, los votos de pobreza, castidad y obediencia. Ello no está reñido con la posibilidad de enamorarse, como le ocurrió a él. Es un regalo que se le ha hecho en el marco de la vida del movimiento: la comunidad, la oración y la compasión. La belleza que ha aprendido a encontrar es la del corazón de los demás y, con ellos, “la suerte de que nuestra experiencia de Dios venga de la belleza”.
En pleno Sínodo de los jóvenes, donde se habla de tantas cosas, Pipe aprovecha para invitarlos a vivir la experiencia de Puntos Corazón. “Los jóvenes tenemos la vocación a flor de piel, pero a veces el mundo nos hace tener miedo de dar un salto. Si tienes una pequeña inquietud, esa puede ser la semilla de tu vocación, de lo que estás llamado a ser”, afirma.
Pipe, como muchos jóvenes, más de 1.500 de casi 40 países, han dado ese salto. Ese con el que soñó un sacerdote francés mientras rezaba el Rosario. El religioso quería tener la posibilidad de enviar jóvenes misioneros a Latinoamerica. Y la tuvo. Como nos despide Pipe: “El centro de todo esto es el joven misionero, es una propuesta pensada para nosotros, un lugar donde salir del mundo e ir hacia lo trascendental”.