La anécdota de un mendigo que salió adelante gracias a la Fe con esta polémica personalidad de España
Sentado frente a una farmacia, libro en mano y con un cazo a su lado para recibir la voluntad, le han convertido en un ser inconfundible
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Ignacio es un mendigo muy singular que ha formado parte del paisaje del Casco Histórico toledano desde el año 2012. Concretamente de la calle Hombre de Palo que, junto a la calle del Comercio, conecta la Catedral con la plaza de Zocodover, una de las más transitadas de la capital castellano-manchega.
Sentado frente a una farmacia, libro en mano y con un cazo a su lado para que los transeúntes le dejara su voluntad, le han convertido en un ser inconfundible: “Leo para no morirme de pena”, llegó a confesar hace unos años en una entrevista concedida al digital encastillalamancha.es.
Pero desde el pasado 2 de enero, Ignacio dejó de estar en su emplazamiento habitual, sembrando la duda sobre su estado de salud por parte de los vecinos que con frecuencia atraviesan esta céntrica calle de la ciudad. Pero tranquilos. No ha tenido ningún problema. Más bien al contrario. Y es que este especial indigente ha ingresado como ermitaño en una ermita conocida de la provincia toledana.
Su decisión no obedece a una ocurrencia repentina. Tal y como revelaba en la entrevista, tuvo una experiencia religiosa hace dos décadas en su ciudad natal, Jerez de la Frontera (Cádiz). Hace algo más de dos años ya quiso retirarse, por lo que solicitó al Arzobispado su ingreso. Una petición que no le han concedido hasta el inicio de este 2020 en ciernes.
Su vida ha sido una montaña rusa desde que comenzó a trabajar con doce años. Trabajó en un banco, en la extinta Rumasa, llegó a ser camarero, agricultor o frutero e incluso vigilante de seguridad en Torrespaña, donde se encuentran los estudios de RTVE. Es decir, no se le caían los anillos por trabajar. Sus empleos además le obligaron a trasladarse de ciudad con frecuencia, llegando a residir en lugares tan dispares como Navarra, Francia o Suiza.
Para los curiosos, sí, conoció a quien era su jefe en Rumasa, José María Ruíz-Mateos, donde Ignacio trabajó primero como botones y luego como ordenanza. De hecho, fue unos de los 60.000 trabajadores que fueron despedidos una vez la entidad fue expropiada en los ochenta por el ministro de Economía de Felipe González, Miguel Boyer: “Nos hemos cruzado en el ascensor, nos hemos saludado… Era un hombre de pocas palabras”, revela.
A los 51 años, la crisis le golpeó con dureza, dejándole en paro. Y así hasta hoy, con 57 primaveras a sus espaldas. Por caprichos del destino recaló en Toledo para acceder de nuevo al mercado de trabajo. Inundó la ciudad de currículums, pero las puertas estaban cerradas para él.
Su precaria situación le obligó a pedir en la calle para pagarse el cuarto donde ha vivido estos años. A diferencia de otras personas sin hogar, su único vicio son los libros que consigue en la biblioteca o gracias a las donaciones de los vecinos. Su debilidad, por cierto, es Benito Pérez Galdós, pero la obra que más ha leído en su vida es el Quijote: “Gracias a la lectura puedo concentrarme y no pensar en la vergüenza que supone estar pidiendo en la calle después de llevar trabajando toda la vida”, confesaba a este digital castellano-manchego.
Entre libro y libro, las catorce horas diarias que ha llegado a estar en la farmacia, le ha dado a conocer para cientos de personas. Con algunos incluso ha intimado. Tampoco le han faltado detractores, gente que, sin conocerle, le acusaban de ladrón o de vago. Incluso recibió amenazas de otros mendigos.
Aunque lo niegue, su vida da para un libro adaptable a la gran pantalla o a las salas de teatro. Si alguien se lanza a ello, que contacten con los vecinos del Casco Histórico de Toledo.