De atea convencida a ingresar en un convento en menos de un año: la historia de conversión de Lidia Cortés
La vida de la joven de 22 años dio un vuelco en marzo, cuando conoció a las hermanas del convento Santa Verónica en Murcia: "Es un testimonio para decir que Cristo está vivo"
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Lidia Cortés tiene 22 años. El 8 de enero ingresó en el convento de Santa Verónica de las Hermanas Pobres de Santa Clara de Algezares, en Murcia. Su historia sería una más de amor a Cristo, si no fuera porque hasta el pasado mes de marzo, esta joven alicantina renegaba de Dios y de quienes le siguen.
Pero como decimos, todo cambió a finales del pasado invierno cuando la prima de Lidia le invitó a pasar la tarde con las Hermanas Pobres de esta pedanía murciana. Un encuentro amable entre chicas. Lidia no estaba convencida, pero ante la insistencia de su familiar, se animó: “Me decía que el encontrarme con Dios me iba a hacer bien. Yo me negaba porque decía que de estas cosas pasaba, yo había comulgado como todas las niñas y hasta entonces no me había acercado a una iglesia salvo para las bodas o las comuniones”, ha expresado en declaraciones a ECCLESIA.
Aquella tarde, invitaron a su prima a regresar al convento de Santa Clara para celebrar el Triduo Pascual entre sus muros. Ninguna estaba para labor (sobre todo Lidia) pero, finalmente, ambas se comprometieron a participar en este retiro que comenzaría el Jueves Santo y culminaría el Domingo de Resurrección: “Vi buen rollo y buen ambiente esa tarde y me acabé animando”, reconoce la aspirante a monja.
Pocos días antes de este encuentro, su prima se bajó del carro por problemas de agenda. Lidia no sabía qué hacer, ya que por un lado se había comprometido con las hermanas del convento pero, por otro, consideraba un sinsentido acudir cuando no era creyente y su prima no estaría presente. Pero una vez más, algo la impulsó a acudir: “El jueves por la tarde no entendía qué pintaba allí, y me preguntaba por qué eran tan felices estas monjas sin poder salir”, se cuestionaba.
El milagro que obró Dios en Lidia el Viernes Santo: "El corazón me latía a mil”
Pero el Viernes Santo Dios comenzó a obrar el milagro con esta joven hasta entonces atea de 22 años. Fue durante la Eucaristía de por la tarde, cuando el sacerdote pidió a los presentes colocarse frente a la Cruz: “Me quería levantar pero un impulso me lo impedía. Ese impulso me hizo levantarme bruscamente y, cuando me senté en el banco, me temblaba la voz, empecé a llorar, el corazón me latía a mil”, ha relatado en ECCLESIA Lidia.
Aquel cúmulo de sensaciones extrañas hicieron que Lidia abandonase la iglesia para asumir lo que le había ocurrido ante la Cruz: “Lloraba pero no de sufrimiento, porque no tenía motivos en mi vida para sufrir”, ha continuado exponiendo.
Lidia optó con el paso de las horas por no darle importancia a lo ocurrido, atribuyéndolo a la emoción de los cantos de las monjas durante la misa. Pero no. Algo había cambiado en su actitud: “Me sentía supercontenta, con una confianza con las chicas que vinieron y las hermanas que no era normal. Al día siguiente sentía muchas ganas de seguir aquí, no entendía el Evangelio ni las Lecturas, pero cada vez que hablaban de Dios me emocionaba y lloraba”, ha recordado.
Cambio de actitud, falta de sueño y pérdida de apetito
Y así llegaron al Domingo de Resurrección, cuando las asistentes al encuentro regresaron a sus vidas... o no. Y es que Lidia no podía conciliar el sueño durante los días posteriores a esta experiencia en el convento de Santa Verónica: “Me levantaba a media noche, el estómago lo tenía supercerrado y lloraba todo el rato. No sabia qué me estaba pasando”.
Aquella sensación extraña empujó a Lidia a regresar al convento para recibir una explicación. Las hermanas lo atribuyeron a que experimentó un encuentro con Dios y la joven se preguntó qué pedía Dios de mi.
Desde entonces, Lidia sintió la necesidad de acudir a misa cada día, comulgar o confesarse: “Me sentía rara porque yo rechazaba todo esto, me negaba a pensar que Dios me estaba llamando porque lo había criticado siempre y a quienes le siguen. Me negaba a vivir esta vida porque tenía otros planes de futuro. No quería ser madre, pero tampoco ir a un convento”, ha añadido.
Las dudas no se disipaban en los meses siguientes, hasta que en agosto hizo con las hermanas el Camino de Santiago: “Mi vida anterior no tenía sentido, estar con mis amigos y mi familia no me apetecía, no me apetecía trabajar. Solo pensaba en volver al encuentro con Dios en el convento, donde era feliz. Nunca me había sentido tan amada como lo hace Dios”, ha aseverado.
Lidia ingresa en el convento de Santa Verónica
Tras el Camino de Santiago, la joven alicantina decidió poder hacer una experiencia con las hermanas durante un mes para así disipar las dudas y confirmar que su sitio estaba en el convento: “De octubre a noviembre hice la experiencia en Santa Verónica, y fue el mejor mes de mi vida. Fue un encontrarme a mí misma, acercarme a Dios y preguntar qué quería de mí”, ha explicado.
Una vez que fue admitida por la comunidad, el 8 de enero ingresó en el convento de Santa Verónica. En una celebración donde estuvo acompañada por amigos y familiares. Lidia participó con las hermanas en la Eucaristía de acción de gracias por su vocación. Después, dio comienzo el rito de admisión.
Lidia se vistió la túnica en una habitación, con su madre y su hermana; llamó tres veces a la puerta del convento y, tras la apertura de la puerta, recibió la bendición del sacerdote. A continuación, se arrodilló frente a las hermanas para recibir de la abadesa la bendición de santa Clara, besar el crucifijo y también el suelo. El rito se cerró con el abrazo de las hermanas, signo de acogida, y con una visita al locutorio para despedirse de su familia.
"Cristo está vivo"
Ya como aspirante, Lidia permanecerá en Santa Verónica, donde dentro de seis meses podrá comenzar su postulantado: “Mi historia es un testimonio para decir que Cristo está vivo y puede obrar milagros. Si esto me lo cuentan hace un año no me lo creo. Soy feliz”, ha sentenciado Lidia en ECCLESIA.