Carta pastoral de Mons. Francisco Cerro: ¡Cuidemos la creación!

Carta pastoral de Mons. Francisco Cerro: ¡Cuidemos la creación!

Agencia SIC

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Alabado seas mi Señor, (Laudato Si?, mi? Signore), con estas palabras del cántico de las criaturas de san Francisco de Asís,

con las que comenzaba el Papa Francisco su encíclica ?LaudatoSi??, quiero iniciar yo también esta carta pastoral sobre el cuidado de la creación con el objeto de revitalizar nuestra fe en Dios Todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra, e impulsar nuestro papel como custodios de la creación y buenos administradores de la casa común en que vivimos.

De hecho, el curso pastoral lo abrimos en la Iglesia con el denominado Tiempo de la Creación , un tiempo para unirnos en oración con todos los cristianos y pedirle al Señor santidad de vida en nuestra relación con la creación, para que vivamos responsablemente, sin dañarla y atendiendo siempre al clamor de los más pobres.

Y por ese motivo el curso pasado creé la nueva delegación episcopal para el cuidado de la creación, para que nuestra archidiócesis renueve su compromiso en este ámbito y colabore en la medida de sus posibilidades con las estrategias más sensatas y respetuosas con el medio ambiente.

Voy a estructurar esta reflexión en tres apartados: la realidad de la crisis ambiental, la raíz humana de la crisis ecológica, y el fundamento teológico del cuidado de la creación y, por tanto, de nuestro compromiso medioambiental.

La realidad de la crisis ambiental La Iglesia aunque no se acomoda a las cosas de este mundo, ni pierde el ardor con que espera al Señor, sigue de cerca las necesidades de los hombres . Cualquier preocupación del hombre es, por tanto, objeto de preocupación de la Iglesia. Sin duda el problema del deterioro del medio ambiente también, pues formamos parte de este mundo que compartimos toda la humanidad, y que constituye por tanto nuestra ?casa común?. Todo el mundo está conectado y nosotros formamos parte de él. No en vano, nuestra salud y la salud del planeta son interdependientes . El agua que bebemos, el aire que respiramos nos vivifican si están limpios, nos enferman si están contaminados. Se olvida, como decía el Papa Benedicto XVI, que «el hombre no es solamente una libertad que él se crea por sí solo. El hombre no se crea a sí mismo.

Es espíritu y voluntad, pero también naturaleza».

Sobre muchas cuestiones concretas la Iglesia no tiene por qué proponer una palabra definitiva y entiende que debe escuchar y promover el debate honesto entre los científicos, respetando la diversidad de opiniones y la justa autonomía de las ciencias naturales. Pero basta mirar la realidad con sinceridad para ver que hoy el deterioro de nuestra casa común es algo evidente.

Actualmente, los datos experimentales que se están recabando, parecen indicar que la tierra está sufriendo un calentamiento. Un calentamiento global y acelerado que está desencadenando efectos en todas las regiones, con mayor o menor intensidad en función de su localización y características bioclimáticas actuales, pero siempre con más intensidad en aquellas regiones más pobres con menos recursos y medios para mitigarlos.

Estamos sufriendo y se vaticinan a medio y largo plazo, catástrofes naturales de diversa magnitud e intensidad: subida generalizada de temperaturas, modificación del régimen de lluvias con períodos de sequías e inundaciones, pérdida acelerada de biodiversidad, aparición de nuevas enfermedades, aumento pronunciado del nivel del mar.

Sin caer en el derrotismo y en la falta de esperanza, al que sin duda pueden conducir ciertos mensajes tremendistas y apocalípticos, los cristianos, que vivimos la alegría pascual y por tanto confiados en nuestro destino, tenemos que comprometernos con diligencia en lo que está ocurriendo en la tierra, tomar dolorosa conciencia, convertir en sufrimiento personal lo que le pasa al mundo y reconocer cuál es la contribución que cada uno puede aportar.

Se dice que los seres humanos estamos creando una nueva y peligrosa fase de la historia de la Tierra que se ha denominado Antropoceno. El término se refiere al tremendo impacto que la actividad humana está ocasionando en todos los ámbitos y por consiguiente en todo el planeta. La capacidad técnica del hombre para modificar o cambiar la superficie de la tierra, generar grandes infraestructuras que dividen y fragmentan los ecosistemas, sobreexplotar recursos naturales, etc., es cada vez mayor. Su poder y desarrollo tecnológico, que es fruto de su ingenio, no siempre se pone al servicio de un desarrollo cuidadoso y sostenible, sino que se utiliza para obtener un beneficio inmediato que no evalúa convenientemente el impacto ambiental que se produce y que tarde o temprano alguien tendrá que sufrir.

(sigue?)

+ Francisco Cerro Chaves

Arzobispo de Toledo

Primado de España

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