Carta pastoral de Mons. Sebastià Taltavull: Signos visibles de un amor invisible
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Conocer con el corazón y ver con otros ojos. A menudo es lo que más nos cuesta, ya que estamos demasiado acostumbrados a visiones ideologizadas e inmediatistas. La dignidad de la persona humana pide más, infinitamente más. No es bueno quedarse anquilosado en un estadio inferior en el que no se percibe lo que la persona es en su verdad. Desde la fe, el amor humano es referencia necesaria para captar el amor divino. Lo dice san Juan: «Si alguien dice: ?Yo amo a Dios?, pero no ama a su hermano, es un mentiroso, porque el que no ama a su hermano, que ve, no puede amar a Dios, a quien no ve» (1Jn 4,20). Ver con otros ojos, con los ojos de la fe, nos predispone a ver en cada hermano una presencia invisible, pero real, a Dios mismo.
De la misma manera, Jesús se hace visible, palpable, cercano, en cada hermano o hermana que vive una situación de precariedad: «todo lo que hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis» (Mt 25,40). Nuestros ojos y nuestro corazón pueden intuir, por un don de Dios y de forma visible, esta presencia invisible. El «signo» en el matrimonio cristiano nos lleva a contemplar esta realidad de Dios presente en la pareja humana. Más aún, en palabras del papa Francisco, «la fecundidad de la pareja humana es ?imagen? viva y eficaz, signo visible del acto creador» (AL 10).
Por ello, «La pareja que ama y genera la vida es la verdadera ?escultura? viviente [?] capaz de manifestar al Dios creador y salvador» (AL 11). De ahí, la afirmación inicial que contiene también el sentido y la dignidad de la familia humana. Por ello, podemos entender que «la capacidad de generar de la pareja humana es el camino por el cual se desarrolla la historia de la salvación. Bajo esta luz, la relación fecunda de la pareja se vuelve una imagen para descubrir y describir el misterio de Dios» (ibid.). Necesitamos otros ojos, los ojos de la fe, y leer con el corazón, para descubrir esta conexión entre la visión de Dios y la del hombre y cómo se dan a conocer y se sostienen mutuamente.
Luego, cuando esto se traslada a la relación con la comunidad de los creyentes, que es la Iglesia, aparece la familia como pequeña Iglesia, como Iglesia doméstica. Fijémonos en estas palabras pronunciadas por san Juan Pablo II en la homilía de la clausura del Sínodo de la Familia: «La familia es manifestación y realización de la Iglesia, imagen viva y representación histórica del misterio de la Iglesia, símbolo, testimonio y manifestación de la maternidad de la Iglesia». Y añade, además, que «no es solo una manifestación de la Iglesia, sino una manifestación privilegiada, necesaria e imprescindible». Pero sobre todo esto: «Estamos plenamente convencidos de que por medio de la familia la Iglesia vive y realiza la misión que le ha sido confiada». El año dedicado a la Familia Amoris laetitia debe ayudarnos a profundizar el valor de la familia y del matrimonio en los términos que expresan su dignidad y su misión de transformación social desde el amor.
+ Sebastià Taltavull
Obispo de Mallorca
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