Insultado, humillado y torturado: así fueron las últimas horas del párroco sevillano González-Serna

González-Serna será beato el 18 de noviembre. Fue párroco de Constantina de 1911 hasta ser ejecutado en 1936. En sus últimos años padeció el odio a la fe en la España de los 30

Insultado, humillado y torturado: así fueron las últimas horas del párroco sevillano González-Serna

José Melero Campos

Publicado el - Actualizado

10 min lectura

El Padre Manuel González-Serna Rodríguez será beatificado el próximo 18 de noviembre en la Catedral de Sevilla. Fue ejecutado el 23 de julio de 1936 por el odio a la fe que imperaba en una parte de la España de los años treinta. Sufrió una verdadera tortura los días previos a ser asesinado en su sacristía de la localidad de Constantina por los milicianos. Torturado e insultado en la plaza pública.

El sacerdote nació en 1880 en Sevilla capital. Era el quinto de los doce hijos que trajo al mundo el matrimonio formado por Manuel González-Serna Guijuelo y Toribia Anastasia Rodríguez Fellado.

Su familia era extremadamente humilde. De hecho atravesaron por importantes estrecheces económicas después de que su padre quedara incapacitado por una ceguera. Sobrevivían gracias a las labores de costura de su madre y hermanas. A Manuel algo le pagaban por su tarea como sacristán en la iglesia de la Misericordia, que compaginaba con sus estudios eclesiásticos.

La biografía de Manuel González-Serna Rodríguez está recogida en la publicación 'Mártires de la persecución religiosa en la archidiócesis de Sevilla', obra de José-Leonardo Ruiz Sánchez. El libro recoge desde la infancia del presbítero hasta el final de sus días, cinco días más tarde de la sublevación militar.

ctv-mum-archi

Ingreso en el seminario y ordenación sacerdotal

González-Serna Rodríguez ingresó en el seminario de Sevilla llamado por su vocación en 1894. Fue un alumno brillante. Obtuvo el título de bachiller y se licenció en Sagrada Teología, efectuando tres cursos de Derecho Canónico en la Universidad Pontificia de Sevilla. Costearse los estudios no fue una tarea fácil para el seminarista, debido a la falta de recursos de su familia.

Por ello, Manuel solicitó al seminario no pagar la matrícula dado sus buenos resultados académicos. El 7 de abril de 1902 solicitó recibir el diaconado. “Es un joven tan ejemplar por todos los conceptos, que ya está siendo en Sevilla un pequeño apóstol” decía sobre él el rector del Seminario Juan Pérez Pastor.

Fue ordenado sacerdote el 20 de septiembre de 1902 de manos del cardenal y beato Marcelo Spínola, entonces arzobispo de Sevilla. El 12 de octubre celebró su primera misa como presbítero en la iglesia Casa de la Misericordia.

Cuando fue trasladado a Huelva, la visita a los enfermos, la catequesis en los barrios o la adoración nocturna marcaban su día a día. Fue en el barrio San Francisco donde asistió con frustración los insultos a las imágenes religiosas durante la procesión de San Sebastián, el 20 de enero de 1906. Fue el momento en el que maduró la idea de poner en marcha una escuela católica para niños pobres.

Ya en 1911 obtuvo parroquia propia, la de Nuestra Señora de la Encarnación, en la localidad sevillana de Constantina en Sevilla. Fue su último destino y donde murió en 1936. Desde el primer momento la atención espiritual de los feligreses fue su prioridad.

Uno de los lugares que frecuentaba con regularidad fue las chabolas de Constantina, donde vivían en condiciones infrahumanas. Cuidaba de pobres y enfermos. Incluso pidió colaboración de la feligresía para conseguir insulina que necesitaba un niño pobre diabético.

La relación del párroco González-Serna Rodríguez con las autoridades locales en el periodo anterior a la implantación de la Segunda República fueron de absoluta cordialidad y en clima de colaboración.

Ejemplo de estas buenas relaciones fue la de 1924, cuando solicitó a las autoridades eclesiásticas permiso para celebrar misa en la plaza, delante del templo, con ocasión de la bendición de la bandera del Somatén el 30 de agosto, a la que asistieron las autoridades locales y provinciales. Un acto solemne pocas veces vista en el pueblo.

Además, la parroquia contribuyó económicamente en la mejora de algunas infraestructuras del municipio hispalense, como reparar el camino que pasaba por el cementerio y estaba en mal estado.

ctv-ygu-manuel

La Segunda República: se rompen las relaciones entre la Iglesia y las autoridades de Constantina

Esta colaboración y cordialidad entre la Iglesia y las autoridades de Constantina se rompieron de manera abrupta con la llegada de la Segunda República en 1931. En un primer momento le inquietaba la intención de los nuevos responsables políticos con respecto a los cementerios, pretendiendo su secularización.

Pero aquello no fue más que el inicio de una sucesión de ataques contra la fe, que se recrudecieron en 1932, año en el que los actos vandálicos comenzaron a sucederse contra las representaciones religiosas existentes en la vía pública, apoyados por las instituciones públicas locales que deseaban su retirada.

Después de que el Padre Manuel González-Serna expuso el altercado al entonces arzobispo de Sevilla, el cardenal Eustaquio Ilundain, este último no dudó en mostrar su repulsa por carta al Ayuntamiento de Constantina.

“Por la presente, tendrá noticias del vandálico atropello cometido, tirando y destrozando una antiquísima cruz de piedra, que estaba emplazada en el Paseo de la Alameda. Hace días que los que están en el Ayuntamiento quería quitarla, y al no prevalecer en su moción se sospecha que ellos mismos han ordenado su destrucción. Todo el pueblo, menos ellos y sus secuaces el Centro anarcosindicalista, protestaron indignados. Al Ayuntamiento fueron con protestas enérgicas ochenta caballeros de los más distinguidos propietarios y clases un día y, al siguiente, en el mismo sentido, un centenar de Señoras. Todos con energía y valor edificante han culpado a las autoridades locales de abandono de sus deberes y han censurado su conducta. Se han dirigido telegramas al gobernador y al presidente de la comisión de monumentos artísticos de la Provincia, Sr. Cañal. Esperamos que estos señores intervengan y obliguen al ayto a la restauración y reposición de la Santa Cruz en el mismo sitio”, exponía en la carta el arzobispo hispalense.

Pero los atropellos contra la Iglesia continuaron en los años venideros. Por ejemplo, cuando aprovecharon desde el Ayuntamiento el periodo vacacional del párroco para eliminar la tapia que separa el cementerio civil del católico.

En 1933 el Ayuntamiento dio un paso más en su ataque a la fe, presentando una moción en el que se reclamaba el cierre al público de la iglesia de San Juan de Dios, al estar anexo a la hospital que llevaba el mismo nombre propiedad del Ayuntamiento.

Las aguas se calmaron tras las elecciones de 1933 en las que venció la derecha la CEDA. Apenas se registraron incidentes, aunque en la primavera de 1936 volvieron las ofensivas para cerrar el templo bajo el argumento de que era de propiedad municipal, cuando en realidad el párroco Manuel González-Serna Rodríguez demostró que no estaba inscrito el nombre a ninguna institución. De hecho, con el gobierno republicano-socialista, pretendió desde el Ayuntamiento inscribir la municipalidad en el Registro de la Propiedad esa iglesia y las restantes de Constantina, pero no lo lograron porque estaban exentas de tributación todos los templos destinados al culto.

Estalla la Guerra Civil: así conoció la noticia González-Serna

El radicalismo se había desatado en Constantina con la sublevación militar. En la tarde del 18 de julio de 1936, quedó constituido un comité revolucionario en el Ayuntamiento tras la reunión celebrada en el propio consistorio en el que participaron únicamente los grupos de izquierdas.

Desde el 20 de julio y hasta el 7 de agosto se sucedieron los asesinatos que se realizaban en el cementerio parroquial. En total constan 92 muertos, de los cuales tan solo había una mujer: se trataba de María Dolores Sobrino, colaboradora de Manuel González-Serna Rodríguez en la parroquia. El propio Manuel fue asesinado el 23 de julio de aquel año.

Dora Rodríguez, una joven que fue detenida en la Guerra Civil por pertenecer a la Juventud Católica, reflejó en su diario cómo informó al sacerdote sevillano sobre la sublevación militar. Diario que conservó su sobrina y ha llegado hasta nuestros días.

El diario revela que González-Serna supo de la sublevación militar cuando después de misa, estando arrodillado ante el Sagrario, una feligresa le comentó las noticias que acababa de escuchar por la radio: “Cuando llegamos, ya se habían terminado las misas y solo quedaba allí el párroco, el futuro mártir don Manuel, arrodillado ante el sagrario, y doña María Dolores Sobrino, en una capilla, creo era la de San José. Al levantarme al rezar a la Virgen mi hermana, que permanecía en los bancos de la nave central, me hizo una señal indicándome a don Manuel, como preguntándome si éste sabría la noticia. Entonces yo me acerqué y, después de saludarlo, le pregunté si no sabía nada y, al comprobarlo, referí alegre y esperanzada las noticias que yo tenía. Noté el efecto que le hizo y, al preguntarme incrédulo por quién sabía yo aquello y confirmarle que lo había dado la radio, no me contestó nada que me demostró su temor y preocupación. Nos despedimos, muy ajena yo a que no le vería más. Y digo yo, porque él, por su gesto y su preocupación, pareció adivinar la tragedia en puerta”, revela.

ctv-4sv-constantina2

Detención, martirio y ejecución: "¡Viva Cristo Rey!"

La detención de Manuel se produjo en la noche del domingo 19 de julio de 1936 tras atender a un moribundo herido de un disparo en el hospital de San Juan de Dios.

En el informe oficial remitido al arzobispado de Sevilla, se indica cómo se condujo al presbítero cuando estuvo preso: “Durante el tiempo que estuvo preso, desde las 9 de la noche del 19 de julio, ejerció con los otros presos el sacramento de la Penitencia, animándolos. También cuando se le paseó en las calles el último día, en los momentos previos a su asesinato, recibió con resignación de un mártir las carcajadas y bulas de la plebe. Nada habló y sí manifestó en sus ademanes y posturas que su corazón estaba rebosando de caridad”.

En el depósito municipal sufrió maltrato durante los tres días que estuvo retenido: “Fue sometido a interrogatorios, con insultos soeces y fue apaleado con unas porras, para obligarlo a que declarara dónde tenía escondidas las armas y bombas, que los criminales creían habían de tener para un complot fascista”, según informó su hermano Rafael en una carta.

“En el cacheo al que fue sometido durante la reclusión, quisieron arrancarle el crucifijo de las manos y dijo que ni lo tiraba ni lo entregaba”, se puede leer en la carta.

El jueves 23 de julio le sacaron de la cárcel a las once de la mañana y fue conducido a la plaza delante de la parroquia, que ya había sido saqueada y destrozada, y durante una hora le tuvieron a la vista de mucha gente que gozaba al verle cómo los dirigentes insultaban a don Manuel. Insultos que quedaron reflejados cuando se elaboró el informe oficial.

“Antes de entrar en la Iglesia para asesinarlo, lo tuvieron más de media hora en la plaza pública, llena de público que presenciaba gozoso la idea y venida de los dirigentes haciendo preguntas o insultando al señor cura”.

Luego le llevaron al interior del templo donde un grupo de milicianos le esperaban para continuar el interrogatorio: “Le obligaron a entrar en la iglesia parroquial, lo llevaron a la Colecturía, donde nada había quedado, solo aquellos muros testigos silenciosos de tantos consejos y de tanta caridad y, finalmente, ante lo que fue el altar mayor, y al obligarle a subir las gradas del presbiterio, rodó por ellas, mientras gritaba '¡Viva cristo rey!' Y al incorporarse, junto a la puerta de la sacristía le dieron un tiro en la boca , y finalmente, otro en la cabeza”.

Eran las tres de la tarde cuando fue asesinado. Su cuerpo quedó provisionalmente en el templo. Luego mataron a su ayudante Dolores Sobrino. El cuerpo de ambos quedo a disposición de la plebe que los profanó desnudándolos y cometiendo con ellos todo tipo de irreverencias, amarrando sus cuerpos juntos y envolviéndolos en un frontal del altar mayor.

Ya con la entrada de las fuerzas nacionales, se exhumó su fosa en diciembre de 1936 y el cuerpo de Manuel fue trasladado a un panteón.