El mensaje actual de Juan Pablo II en Plaza de Lima: "Nunca se puede legitimar la muerte de un inocente"

Eloy García, en aquel entonces redactor de ECCLESIA, escribía así sobre la Misa en Madrid: "Es la concentración humana más imponente que recuerdan los siglos en nuestro país"

Santiago Tedeschi Prades

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El 2 de noviembre de 1982, Juan Pablo II vivió uno de los días más largos de su viaje a España. Fueron muchos actos, muchos discursos, muchos encuentros: desde la recepción oficial con el Rey en el Palacio Real pasando por el encuentro con los periodistas, desde la visita a la Organización Mundial del Turismo para acabar con la Santa Misa con las familias cristianas reunidas en una Plaza de Lima abarrotada de gente.

Eloy García Díaz, en aquel entonces redactor de la revista ECCLESIA, escribía así sobre la Misa para las familias cristianas: “Es sorprendente este Papa. Después de un día agotador su voz ha sonado más potente que nunca en pleno centro de Madrid y ante la concentración humana más imponente que recuerdan los siglos en nuestro país”. Casi nada.

Alrededor de dos millones de personas escucharon uno de los mensajes más esperados de la visita pontificia: el dirigido a la familia. Después de 40 años, es increíble constatar como algunas palabras de Wojtyla siguen siendo muy actuales.

JUAN PABLO II EN ESPAÑA

Madrid, 2-11-1982.- Cerca de un millón de personas se concentran en las inmediaciones de la plaza de Lima, para asistir a la misa para las familias cristianas que oficiará el Papa Juan Pablo II. EFE

"La multitud lo recibe con alborozo, con una alegría desbordante. Ya sube al altar y puede contemplar el impresionante espectáculo. Está emocionado. España, sí, le ha abierto los brazos y el corazón como nadie podía imaginar”, escribió el redactor de ECCLESIA. La voz de Juan Pablo II resonó por esa plaza cuando habló de la “indisolubilidad del matrimonio, cuando defiende el derecho a la vida de los inocentes y rechaza contundentemente el aborto, cuando habla del derecho insustituible e inalienable de los padres a educar a sus hijos de acuerdo con sus convicciones morales y religiosos”.

La familia es la única comunidad donde cada hombre es amado por sí mismo, por lo que es y no por lo que tiene”, dijo ese día un Juan Pablo II visiblemente emocionado.

PRIMER VIAJE JUAN PABLO II A ESPAÑA

EFE/svb

Las palabras de Juan Pablo II en Plaza de Lima con las familias cristianas

Gracias a los documentos sonoros de la Cadena COPE hemos podido volver a escuchar la homilía de ese día y resulta sorprendente lo actual que pueden ser las palabras de Karol Wojtyla en una Plaza de Lima abarrotada de gente.

“Así, pues, al mismo tiempo que por la oración al Espíritu Santo os habéis convertido en cónyuges en virtud del sacramento de la Iglesia — y en este sacramento permaneceréis durante los días, las semanas y los años de vuestra vida —, en este sacramento, en cuanto cónyuges, os convertís en padres y formáis la comunidad fundamental, humana y cristiana, compuesta por padres e hijos, comunidad de vida y de amor. Hoy me dirijo ante todo a vosotros, quiero orar con vosotros y también bendeciros, renovando la gracia en la que participáis mediante el sacramento del matrimonio”, subrayó Juan Pablo II ese día.

Wojtyla también se refirió a otro aspecto “muy grave y fundamental”: “el respeto absoluto a la vida humana, que ninguna persona o institución, privada o pública, puede ignorar. Por ello, quien negara la defensa a la persona humana más inocente y débil, a la persona humana ya concebida aunque todavía no nacida, cometería una gravísima violación del orden moral. Nunca se puede legitimar la muerte de un inocente. Se minaría el mismo fundamento de la sociedad”.

Por último, también habló de la educación que los padres tienen que impartir a sus hijos: “Vuestro servicio a la vida no se limita a su transmisión física. Vosotros sois los primeros educadores de vuestros hijos. Como enseñó el Concilio Vaticano II, “los padres, puesto que han dado la vida a los hijos, tienen la gravísima obligación de educar a la prole y, por tanto, ellos son los primeros y obligados educadores. Este deber de la educación familiar es de tanta trascendencia que, cuando falta, difícilmente puede suplirse […] Tratándose de un deber fundado sobre la vocación primordial de los cónyuges a cooperar con la obra creadora de Dios, le compete el correspondiente derecho de educar a los propios hijos”.

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