Un misionero de 102 años recibe el Premio de Honor Gallegos del Año 2019
El misionero jesuita Andrés Díaz de Rábago ha recibido el premio a punto de cumplir 102 años
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El misionero jesuita Andrés Díaz de Rábago recibe este año el Premio de Honor Gallegos del Año 2019. El diario gallego El Correo se lo ha concedido “por su forma de ser y estar en la vida, por su sentido de la humildad, bondad y fortaleza”.
El padre Andrés lleva 50 años en Taiwán y está a punto de cumplir nada menos que 102 años. Es el único sacerdote extranjero ordenado en China que aún vive. Tras su expulsión del país en 1952, y antes de ir a Taiwán, trabajó en Filipinas y Timor Este. En el testimonio que dio para las Obras Misionales Pontificias se ve su alegría y su compromiso misionero a pesar de su edad. Él mismo cuenta su vida:
“Nací el 3 de octubre de 1917. Desde muy pequeño oí hablar de las Misiones a mis padres. En el Colegio de Vigo, los Jesuitas me hablaron de la Misión en China. En 1940, meses antes de terminar la carrera de Medicina, me planteé una vez más mi gran problema: ¿Dónde me quiere Jesucristo? ¿Vida matrimonial o misionera en la Compañía de Jesús? En unos Ejercicios Espirituales vi claro que la vida misionera era la vocación que el Señor quería para mí.
La vida de un misionero centenario
Llegué a China en 1947. El mes de octubre de 1948 fue un momento importante. Mao Tse-Tung estaba próximo a Pekín. La preocupación abrumaba a la gente; la llegada de las tropas de Mao era cuestión de semanas. Probablemente muchos no se daban cuenta de lo se les venía encima; yo, por mi experiencia de nuestra guerra civil y por mi edad, viví aquel día intensamente. La caída del Frente Norte provocó que los superiores nos mandasen a Shanghai para continuar nuestros estudios. Vivir tres años con los comunistas no fue fácil, pero la Gracia de Dios ayuda siempre.
Recuerdo que el rector del Seminario nos llamó una tarde de 1952 para comunicarnos que habían decidido que todos los escolares extranjeros salieran de China. Esto provocó que nuestra ordenación sacerdotal se adelantara y esto dulcificó un poco la situación. El día 16 de abril de 1952 fuimos ordenados 11 chinos y 8 extranjeros (fue la última ordenación con extranjeros en la China continental). La celebración la presidió el obispo de Shaghai, Ignatius Gong Pinmei, que después pasaría 20 años en la cárcel y sería creado cardenal “in pectore”, siendo prisionero, por Juan Pablo II.
China desapareció de mi vida y entraron otros inesperados nombres geográficos: Manila (1952-1961); Timor Leste, (1961-1969); Taiwán (desde 1969). Aquí viene muy bien lo de san Pablo: “para los que aman a Dios… TODO colabora al bien”. El amor incondicional, tiene que ser “amar hasta que duela”, y cuando salí de China, con los ojos mojados, dejar aquellos hermanos y hermanas, aquella querida tierra… dolió, ¡vaya si dolió! Hasta que sin olvidar el pasado me enamoré de Filipinas y sus habitantes, y pasé entre ellos nueve años inolvidables.
La aventura y la despedida
En 1961, recibí una nueva orden, ir a Timor Leste, entonces portugués, como rector del Seminario de Nosa Señora de Fátima, en Dili. Ni siquiera era capaz de localizar ese país en un mapa. Y mis ojos volvieron a humedecerse al tener que despedirme de mis alumnos filipinos. Pero volví a enamorarme otra vez de Timor y sus habitantes.
Ocho años en ese inolvidable país, y vuelta a China, pero esta vez a la China insular, a Taiwán, donde asumí la cátedra de Deontología en la Universidad y un curso de lengua latina en las facultades de Derecho y de Lingüística. En Taiwán, mi apostolado no solo fue la enseñanza sino también el cuidado de la salud, que sigo ejerciendo en mis visitas a los misioneros enfermos y a católicos y no católicos en los hospitales.
Después de 70 años de misionero en cuatro países diferentes, mi consejo a quien tenga vocación misionera y esté dispuesto a irse a la misión es que “ame al nuevo país y sus habitantes hasta que duela.” En mi vida he pasado por 5 naciones (4 en el hemisferio norte y una en el hemisferio sur) y siempre me he sentido en casa”.