El obispo Antonio Montero: Poeta, historiador y periodista

Los años más florecientes de la Revista ECCLESIA fueron los de Antonio Montero en la dirección

antonio montero honoris causa Universidad Pontificia de Salamanca

Miguel de Santiago

Publicado el - Actualizado

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En esta hora, en la que muchas personas se apresurarán a dibujar el retrato de monseñor Antonio Montero y la valoración de su tarea de pastor y obispo en la archidiócesis de Mérida-Badajoz y en la Comisión Episcopal de Medios de Comunicación Social, que presidió durante cinco mandatos, yo quiero centrarme en otros aspectos más olvidados, como los de poeta, historiador y periodista. De este modo, podremos completar el retrato de un obispo periodista que supo tratar y querer a los periodistas. Que no es poco en estos tiempos que atravesamos.

Poeta

A comienzos de la década de los cincuenta del siglo pasado coincidieron en el Colegio Español de Roma un grupo de sacerdotes que cursaban sus licenciaturas en distintas universidades eclesiásticas. José María Javierre, subdirector del colegio, se dio cuenta enseguida de que allí había un grupo que tenía cualidades literarias y alentó aquellas vocaciones. En abril de 1951 apareció el primer número de la revista de poesía Estría, que estaba capitaneada por Javierre y también por el jesuita Luis Alonso Schökel, profesor de Sagrada Escritura en la Universidad Gregoriana. Solamente aparecieron ocho números, pero pronto se vio el espíritu rompedor de aquellos sacerdotes poetas, cuyos versos no eran estrictamente devocionales ni plagados de beatería barata y que revelaban haber leído la reciente producción poética de los mejores autores del momento, como Dámaso Alonso, Luis Rosales, Gerardo Diego, García Lorca, Panero, Valverde.

En el primer número de Estría firmaban poemas los siguientes (ordenados alfabéticamente): Eugenio García Amor, José Luis Martín Descalzo, Julio Montalvillo Vadillo, Servando Montaña Peláez, Antonio Montero Moreno, Luis Peralta Hernández y Manuel Revuelta Sañudo. Las firmas más frecuentes en los números siguientes fueron las de Descalzo y Montero. Pero también encontramos en los números siguientes versos de Ricardo García Villoslada, Jesús Tomé, Florencio Martínez Ruiz, Francisco Pérez Gutiérrez, José Luis Blanco Vega, Jorge Blajot, Manuel Carrión, Carlos de la Rica, Luis Gallástegui, fray Augusto de la Inmaculada, Francisco Cañamero, Sergio Fernández, Alfredo Rubio de Castarlenas, Fidel Villaverde, Bernardino Martínez Hernando. Se veía que todos trataban de aproximarse a la modernidad literaria, aun adoleciendo de cierto mimetismo: verso libre, lenguaje bronco, atrevidas imágenes, buenas dosis de humanismo, por lo que removieron las aguas tranquilas de los seminarios españoles.

Monseñor Montero me confesó que alguna vez había vuelto a escribir poesía, pero lo cierto es que no la vimos publicada. Otros obispos, como Antonio Deig y César Franco, también escribieron poesía e incluso la publicaron siendo obispos. Pero vieron ahogada su vocación literaria creadora, aunque supieron gozar con la belleza de la poesía.

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Historiador

Más conocida es la faceta de historiador de monseñor Antonio Montero. En sus años romanos obtuvo la licenciatura en Historia de la Iglesia en la Universidad Gregoriana; unos años después alcanzó el doctorado por la Universidad Pontificia de Salamanca con su tesis Historia de la persecución religiosa en España (1936-1939). El libro fue publicado por la Biblioteca de Autores Cristianos en 1961.

Sin duda alguna, la obra fue un hito histórico en su momento. La edición se agotó enseguida y era prácticamente imposible encontrarla, pues incluso había desaparecido de muchas bibliotecas, ya que algunos interesados lo habían acaparado para sí mismos. Don Antonio Montero, siendo ya obispo, se resistió a reeditarlo en los años de los pontificados de Pablo VI y de Juan Pablo II; incluso, rechazó ofertas millonarias de alguna hermandad sacerdotal. Por fin, cuando ya se habían relanzado los procesos de beatificación de los mártires de la Guerra Civil de 1936-1939, aquella tesis doctoral fue reeditada en 1998 en edición facsimilar de la BAC.

Para entonces se comprobó que había muchas erratas o pequeños errores, sobre todo en los nombres de los asesinados. Lo cual se debía al modo como fueron recopilados los datos. Como punto de partida para elaborar su trabajo académico, Don Antonio había solicitado a los secretariados de los obispados y de las congregaciones religiosas de España la relación de personas de las que tuvieran constancia de haber muerto durante aquella persecución. Téngase en cuenta que en los años cincuenta se contestaba la correspondencia a mano, con la dificultad de interpretar la letra en muchos casos, o a máquina, con correcciones escasamente pulcras al escribir encima de la letra equivocada y sin posibilidad de discernir la versión buena.

Ciertamente, la obra de Montero fue un hito histórico en su momento. Como lo fueron las monografías que, antes de ella y después de ella, lograron llevar a cabo la mayoría de las congregaciones, que destinaron varias personas a la tarea de historiar lo vivido en su familia religiosa. No se puede valorar el pasado con ojos del presente; de ahí que se explique que aquella obra de Antonio Montero hoy esté superada, con mayor rigor y abundancia de datos, en libros como los de Ángel David Martín Rubio y los de Vicente Cárcel Ortí, por poner solamente dos ejemplos.

Periodista

Era periodista, con título oficial y muchos años de ejercicio. En 1953 intervino su amigo y mentor José María Javierre para que lo sustituyera en el puesto de subdirector de ECCLESIA. En la revista, que entonces era órgano de la Acción Católica Española, fue subdirector y, cuatro años después y habiendo sido varios años director en funciones desde la marcha de Jesús Iribarren, pasó a ocupar el puesto de director. Había llegado con 25 años para hacerse cargo de la revista y muy pronto se notó su rigor de historiador, su formación humanística, su sensibilidad de poeta y su olfato periodístico, pero, sobre todo, su amor a la Iglesia.

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Los años más florecientes del semanario ECCLESIA fueron los de Antonio Montero en la dirección. Hay que tener en cuenta que cesó en 1967 y, por tanto, tuvo que pilotar la revista durante el Concilio Vaticano II. Durante las cuatro sesiones que se desarrollaron en los otoños de 1962 a 1965 en el Vaticano, el director de la revista se trasladaba a Roma e iba enviando los materiales para publicar, valiéndose de los escasos y rudimentarios medios de que se disponía en aquel momento histórico: entregar en mano unos sobres con los originales a algún viajero que ese día volaba de Roma a Madrid y avisar para que alguien acudiera a Barajas a recibir esos papeles. Nuestra revista conserva todos los comunicados, registra todas las intervenciones de los padres conciliares, recoge todos los documentos, informes, comentarios, preparación de la acogida del Concilio en España, etc. Números plúmbeos, sí, pero indudablemente históricos.

Perteneció a esa generación de santones del periodismo religioso, formada también por Iribarren, Javierre, Descalzo, Unciti. Eran unos grandes profesionales, con una excelente formación humanística y teológica y con capacidad comunicativa; además tuvieron la suerte de estar en el lugar preciso y en el momento adecuado. Y la Iglesia española pudo disfrutar esa época dorada del periodismo religioso.

Don Antonio Montero desempeñó un papel importante en ECCLESIA, en el sodalicio PPC y en el diario Ya. Como luego, ya obispo presidente de la Comisión Episcopal de Medios de Comunicación Social, lo tendría en la redacción, junto con José Luis Gago, del magistral Ideario de la Cadena COPE. También fue uno de los grandes mentores de los acuerdos para la programación religiosa en los medios públicos audiovisuales. Tenía autoridad moral en el tema por su bagaje intelectual y profesional. Por eso, se le escuchaba con atención. Por lo demás, supo relacionarse con los periodistas. Y estos supieron agradecérselo: porque notaban que les valoraba y los quería.