¿Puede la historia de un santo cambiar tu vida?

Así es Teresa de Lisieux, santa Teresita del Niño Jesús o simplemente "Teresita", a quien Francisco ha dedicado una exhortación apostólica por el 150 aniversario de su nacimiento

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Redacción digital

Madrid - Publicado el - Actualizado

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¿Hay santos que te cambian la vida? Rotundamente sí. Y hay santos que hasta han cambiado la vida de la Iglesia. La santa cuyo jubileo celebramos este año a propósito del 150 aniversario de su nacimiento, ha influido tanto en la Iglesia que ya no somos conscientes de ello. Para nosotros puede resultarnos familiar confiar en un Dios que es Padre, esperarlo todo de su misericordia, abandonarnos en sus brazos amorosos, sentirnos hijos, unos pequeñuelos en su regazo… Son conceptos que nos suenan. Esto, hace un siglo, fue hasta revolucionario y nos lo enseñó, o redescubrió, pues el evangelio no cambia, Teresa Martín o Teresa de Lisieux, santa Teresita del Niño Jesús (y de la Santa Faz). O simplemente “Teresita”, como a ella le gustaba que la llamasen y quiso ser invocada una vez que partiera al Cielo: “me llamaréis Teresita”.

Teresita… sí, así empezarían a referirse a ella cuando de niña expresó su deseo de ser monja carmelita, al igual que su hermana Paulina, en el convento de Lisieux (Francia). A las carmelitas les hizo tanta gracia esta precoz vocación que, recordando a otra Teresita, la sobrina preferida de santa Teresa de Ávila, llegada a los 10 años al convento de su santa tía y profesa con 16, la renombran con este “Teresita" español. Y es que este diminutivo le queda bien a esta mujer que se siente pequeña, extremadamente débil, y profundiza, y hasta trabaja, en esa su pequeñez (pequeñez como la nuestra). Sin embargo, Teresita es grande, muy grande, es inmensa, y sus deseos de amar a Dios y de hacerlo amar, también son inmensos, infinitos.

Pero ¿quién es Teresa de Lisieux? Hay tantas respuestas como devotos suyos, estudiosos, biógrafos o hasta curiosos que se acercan a su vida. ¿Cómo contar algo sobre ella que no se haya contado ya? Para los católicos ella es santa y la hemos conocido a través de sus escritos, especialmente de su manuscrito autobiográfico “Historia de un alma”, donde encontramos la doctrina por la cual san Juan Pablo II la declaró Doctora de la Iglesia Universal. Muerta a los 24 años y sin salir del convento también es copatrona de las misiones junto a san Francisco Javier, nuestro gigante misionero. La vida de Teresa es sencilla e intensa, escondida y fecunda y, sobre todo, ardentísima en amor. Me atrevería a afirmar que tiene respuesta para toda circunstancia vital porque el Amor es así, y ella de Amor, sabe mucho.

Su historia

Teresita nace un 2 de enero de 1873 en Alençon (Francia). Es la novena hija del matrimonio cristiano formado por Luis Martín y Celia Guérin. En ese momento ya sólo viven cuatro hijas: María, Paulina, Leonia y Celina (todas serán religiosas). Los Martín son una familia profundamente creyente, para ellos Dios va primero en todo. Podemos decir que este hogar es ideal, lo que no significa exento de dificultades y dolor (han perdido a cuatro hijos, viven una guerra, la madre morirá pronto). Y es ideal, seguramente, por vivir ese lema que tanto le gusta al padre, tomado de santa Juana de Arco: Dios es el primero en ser servido. Luis dirá, además, que la familia es el paraíso en la tierra. Si conjugamos el binomio de Dios (en) y la familia, y el cuidado de la misma, quizá nos salgan las cuentas para esa felicidad que Dios nos tiene prometida en la tierra y para llegar a la santidad a la que nos convoca. Los padres de Teresita rubrican esto con su vida, puesto que son el primer matrimonio canonizado conjuntamente.

Es verdad, Teresita nace en una familia excepcional. Ella comienza su manuscrito manifestándolo. Me gusta decir que los padres de Teresa no son santos por ella pero es probable que ella sí sea santa por ellos. En casa aprende las verdades de la fe, a amar a un Dios bueno, a recurrir a Él en todo momento. Ella dirá que no recuerda haber estado más de tres minutos sin pensar en Dios. En una época en la que se ve a Dios frío, como un justiciero, en la que no está permitido comulgar todos los días (cuánto lamentará esto nuestra santa) o en la que las penitencias o los sacrificios parecían ser más importantes que la caridad, Teresita viene a darle la vuelta a esto y nos muestra a un Dios que, sobre todo, es Padre y un Padre desbordante de ternura y desvelado por sus hijos. Sí, ella lo vive en casa y lo desarrollará en su vida religiosa, lo compartirá en el convento, primero a sus hermanas de sangre (Paulina, María y Celina) y a las novicias cuando le encargan su formación (a pesar de su juventud). Esta visión suya quedará reflejada en las cartas, en las pequeñas notas que desliza a las monjas, en sus poesías, oraciones y obras de teatro. Y más, tarde, gracias a su publicación, la conocimos muchos.

En el caso de santa Teresita no sólo hemos podido leer su obra, a pesar de las múltiples correcciones y modificaciones que sufrió al principio por los escrúpulos de sus hermanas al pensar que “no iba a ser comprendido un lenguaje tan audaz y novedoso”, sino que también hemos podido contemplar su rostro gracias a las docenas de fotografías que hizo su hermana Celina por entrar al convento con todo un equipo fotográfico. Así, la vemos en tareas cotidianas: inolvidable la foto en el lavadero donde una hermana le salpicaba continuamente con agua sucia al hacer la colada y ella aprovecha, después de mucha lucha interior, para ofrecerlo como pequeño sacrificio, en vez de recriminarla. Años más tarde, y conocido este episodio por sus escritos, las nuevas novicias querrán ocupar lo que sería bautizado como "el sitio de Teresa” en la pila del lavado.

Santa Teresa lavadero

La vemos en fotos de familia en una toma de hábito, en las recreaciones o vestida de Juana de Arco en una representación teatral, la santa a la que tanto admira aunque entonces no estaba canonizada, con una peluca que oculta sus cabellos rubios. Y la vemos al final de sus días, enferma de tuberculosis y sufriendo una cruel noche del espíritu (duda de la existencia del Cielo), cuando Celina se empeña en retratarla en el huerto y le pide que “ponga la misma mirada de cuando eran niñas y las fotografiaron a las dos”. Ahí Teresa nos regala una de sus imágenes más conocidas y donde el devoto inquieto puede comparar la mirada de aquella niña de ocho años con la de la mujer de 24 a punto de morir. De esa misma sesión es otra foto mucho más dura e impactante en la que sus ojos, paradójicamente para consuelo de muchos, nos hablan de esa terrible noche que experimentó hasta su muerte. Ese día la santa le dice con naturalidad a su hermana “que se dé prisa en terminar con las fotos, que está agotada ya…

Juana de Arco

La más pequeña

Teresa es una de nosotros e insiste en decir que es la más pequeña. Ama su miseria y su debilidad y nos invita a hacer lo mismo continuamente. Para ella sólo importa el amor, el amor será su vocación y de él manará su confianza ciega, su abandono activo en los brazos del Padre, su aspiración a la santidad. Se presentará con las manos vacías esperándolo todo de Él. Sólo cuenta con el amor, y sólo cuenta el amor. Amor que no es nada sin las obras, pero como éstas son imperfectas a los ojos de Dios, le pide que Él haga su parte y llene sus manos vacías con sus obras. Así es Teresita, alma que no se rinde y que sabe que todo tiene sentido en el amor y que a todo le da sentido el amor. No tiene miedo aun con las tinieblas que la rodean a la hora de su muerte porque cuenta con el fuego purificador del amor de Dios. ¿No se había ofrecido al Amor Misericordioso para ser consumida por Él? El Amor nunca defrauda.

Puede que no hayas oído nunca hablar de un Dios que nos susurra como a Teresa “si alguno es pequeñito que venga a mí”, puede que jamás hayas confiado en Él, y menos hasta el atrevimiento, como hizo ella. Puede que te resulte difícil abandonarte en sus brazos… es complicado desprendernos y cerrar los ojos recostados en su pecho. Puede que las heridas de esta vida no te dejen ni reconocerlo aunque lo busques con desesperación… Teresita te invita a convertirte de nuevo en niño, a levantar el pie, a dar un único paso hacia ese Dios que te ama siempre y te espera, que te busca más a ti que tú a Él… Teresita nos reclama un pequeño esfuerzo, una inclinación del corazón hacia el Padre y, entonces, caminar por su senda de confianza y abandono está asegurada.

Santa Teresita prometió pasar su cielo haciendo bien en la tierra: “Mi cielo transcurrirá en la tierra hasta el fin del mundo”. Así ha sido, y es. Posiblemente sea la santa más conocida a nivel mundial, junto a san Francisco de Asís o san Antonio de Padua. Premonitoriamente y, seguramente inspirada por el Espíritu Santo, exclamó al final de su vida con toda humildad “todo el mundo me amará”. Una santa que no tardó en dejarse ver en múltiples circunstancias. Llamativo es que durante la Primera Guerra Mundial soldados de todas las nacionalidades aseguraran haberla visto en la batalla y haber experimentado su protección, muchos sin saber quién era esa joven monja que los mira sonriente. El carmelo de Lisieux cuenta con más de 2000 cartas de soldados testimoniando su presencia en los combates, atribuyéndole curaciones y la salvación de sus vidas.

La santa de lo ordinario

Teresita es conocida por ser la santa de lo ordinario. Nueve años de su vida transcurren tras los muros de un convento y pasa tan desapercibida que una hermana se pregunta qué podrán escribir de ella tras su muerte. Es muy buena, sí, pero ¿qué dirán de ella? Aparentemente no ha hecho nada destacable. Pero la santidad es siempre extraordinaria, es heroica aunque no esté por encima de nuestras fuerzas y nunca nos falte la gracia cuando emprendemos ese camino, apoyados en Dios y no en nosotros mismos, como nos aconseja la Santita, y se conquista, como las almas, “a punta de espada”.

Teresita es extraordinaria, sí, se esfuerza es ser perfecta como nuestro Padre Celestial es perfecto. Ella misma en una de sus primeras confesiones le tuvo que recordar al sacerdote esta cita del evangelio para justificar sus deseos de santidad. Imaginamos la cara del confesor, que ni siquiera la veía si se arrodillaba, dada su escasa estatura, y debía permanecer de pie durante la confesión. Es tan fiel a la obediencia que en el convento tienen que tener mucho cuidado al decirle las cosas porque las repite “de por vida” tal cual se lo piden la primera vez, aun cuando lo puede hacer de otra manera en ocasiones sucesivas. En una ocasión, instruyendo a las novicias en la manera de sentarse en la banqueta de madera que utilizan las carmelitas para hacer oración, le señalan que ella adopta una postura ligeramente diferente y más incómoda, ella responde tranquila “así me lo enseñó la Madre Gonzaga el primer día”. Posiblemente la Madre ni se diera cuenta de su consejo que respondería a algo circunstancial y no habría pasado nada si ella busca más tarde estar algo más cómoda en el banquito, pero Teresa se sentará así siempre en aras de su obediencia filial y nos da una idea del camino elegido por ella. No dejará de hacer las cosas de una manera a menos que le indiquen lo contrario.

Nuestra santa no se queja pero no es ninguna ingenua ni hace las cosas sin conciencia. Además, en ella, no quejarse también es fruto de un trabajo, de vencerse a sí misma. Un ejemplo de que Teresa sabe lo que hace, el porqué y por Quién, lo tenemos a la hora de comer: la encargada del refectorio le pondrá invariablemente las sobras de comida porque no las rechaza y no conseguirá saber nunca qué le gusta o no (su estómago delicado sufrirá mucho por ello). Ella aconseja, ya enferma, tener mucho cuidado con lo que se da de comer, particularmente a las novicias: “¡qué tortillas, como suelas de zapatos, me han servido en mi vida!”.

Teresa es extraordinaria hasta andando por el claustro. Un obrero dirá que la reconocía siempre por la modestia de sus movimientos. En aquel entonces las carmelitas cubrían sus rostros con un velo negro cuando había extraños trabajando en el convento, como albañiles, carpinteros o jardineros. Estos andares modestos no se improvisan, reflejan también una manera de vivir. En santa Teresita tenemos a una maestra, amiga, hermana y confidente. Aprovechando la publicación de la carta apostólica del Papa Francisco dedicada a ella, (re)leamos sus escritos, que son siempre nuevos. Teresita, fiel miniatura de la Virgen María, como un autor la definió, nos llevará como Ella a lo más importante, a Jesús y Él, al Padre de todos, rico en misericordia.