La reacción de un repartidor tras hacer entrega de un paquete que dejó a la destinataria escandalizada

Dos ejemplos que ponen de manifiesto la manera de caminar por la vida

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José Melero Campos

Publicado el - Actualizado

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Hay dos actitudes sobre las que se puede caminar por la vida. La de la solidaridad, la humanidad, la colaboración, el tener interiorizado que convivimos en sociedad. La segunda vía es la del egoísmo, la despreocupación por el prójimo que, generalmente, caracterizan a ciertos individuos a todos los niveles de su vida.

Porque la maldad o la bondad no es un defecto que se proyecte solo en determinados ámbitos. Quien suele ser retorcido y maquiavélico en su vida privada, también lo es en su forma de relacionarse con su entorno o su puesto de trabajo. De la misma manera que quien muestra un interés por lo demás, lo hace en su faceta como padre, hijo, amigo o compañero de trabajo.

En los últimos días he podido experimentar de primera mano un ejemplo de cada caso. Ejemplos que son muy ilustrativos pese a no ser de interés general, porque no lo protagoniza ninguna figura pública o un personaje reconocido, sino dos trabajadores de diferentes oficios. Fíjense.

El primer caso tiene como epicentro la ciudad de Toledo, en uno de los barrios con mayor solera de la capital castellano-manchega, cuyos vecinos son de clase trabajadora. Hasta allí se desplazó un repartidor que portaba en su camión un paquete de grandes dimensiones con un peso que rondaba los cuarenta kilos.

El repartidor se plantó en el portal hasta donde habitaba el receptor del paquete, que habitaba en un cuarto piso. Tras llamar al telefonillo y verificar que el edificio no contaba con ascensor, el repartidor avisó a la destinataria que no iba a subir con el paquete hasta el piso. En ese momento, en la vivienda se encontraba una joven de 24 años de complexión delgada. Ella no fue quien realizó el pedido, pero su dueño no se hallaba en el inmueble por motivos laborales.

La joven, al bajar hasta el portal y comprobar las dimensiones del pedido, quedó escandalizada: “¿Cómo voy a subir esto yo sola?”, llegó a espetarle al repartidor que 'siguió en sus trece': “Yo ya he hecho mi trabajo, le he traído el paquete y no estoy obligado a subirlo a su casa sin ascensor. Está en el contrato”.

Efectivamente, en las condiciones de compra aparecía esta cláusula. En cualquier caso, el argumento legal no convenció a la joven, que insistía al repartidor que no tenía fuerza y capacidad para subir hasta su casa un paquete de casi cuarenta kilos a su vivienda, por lo que precisaba de su colaboración: “Se busca usted la vida, a mi que me cuenta”, le reiteró, ya de malas maneras, el repartidor a la chica.

Lo peor llegó cuando la joven, ya resignada a la par que indignada, preguntó al repartidor: “¿Y si se tratara de una persona discapacitada o un señor mayor?”. Lejos de ablandar su corazón, el repartidor le contestó haciendo aspavientos: “Ese no es mi problema”. Acto seguido volvió a montarse en el camión de reparto y continuó con la ruta.

Finalmente la joven precisó de ayuda vecinal para poder trasladar hasta su inmueble el paquete. Pero se puso de manifiesto la falta de sensibilidad del repartidor que, pese a tener a su favor los términos legales, mostró una manifiesta falta de humanidad.

Qué diferencia respecto al chófer de autobús que en la noche de este lunes de Reyes cubría la línea Madrid-Toledo por la noche. Cuando emprendió el camino, se percató de que un pasajero estaba tosiendo de manera insistente, suponemos que como consecuencia de un resfriado.

En ese momento, el conductor preguntó con voz elevada: “¿Quién está tosiendo?”. Nadie contestó en un primer momento, pero volvió a insistir: “¿Quién tose por allí?” Finalmente, alzó el brazo una de las pasajeras de las primeras filas. El chófer la instó a acercarse a él, para ofrecerle una botella de agua que mantenía en una pequeña nevera habilitada.

Un noble gesto que, seamos sinceros, no es muy habitual. Pero la cosa no quedó ahí ya que, otro viajero, de raza negra y nacionalidad extranjera, estaba un tanto desorientado. Una vez en Toledo no sabía como moverse por la ciudad para llegar a su destino: “Usted no se preocupe, que luego yo se lo explico bien”. Otro gesto que denota preocupación por el prójimo.

Un viaje de apenas 45 minutos que concluyó con una pregunta del chófer a los viajeros del autobús que tampoco se da por lo general en este tipo de trayectos: “¿Habéis estado a gusto?”

Estamos seguro de que en el documento contractual del conductor de autobús con su empresa no aparece que tenga que contribuir a paliar los malestares de sus pasajeros. Lo hizo por pura solidaridad. El repartidor, por contra, no lo vio conveniente. Dos estilos bien diferentes a la hora de transitar por la vida.