Mensaje de la CEE para la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos

Mensaje de la CEE para la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos

Redacción digital

Madrid - Publicado el - Actualizado

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Mensaje de la CEE para la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos

"Actuar con justicia, camino hacia la Unidad", mensaje de los Obispos de la Comisión para las Relaciones Interconfesionales de la Conferencia Episcopal Española con motivo del Octavario de Oración por la Unidad de los Cristianos

Del 18 al 25 de enero de 2019

Como ya es habitual, los materiales para el Octavario de oración por la unidad de los cristianos los vienen preparando las Iglesias y Comunidades eclesiales de diversas latitudes geográficas y culturales. El Consejo Ecuménico de las Iglesias y el Pontificio Consejo para la Promoción de la Unidad de los Cristianos lo decidieron en su día, con el objetivo de que todos los cristianos puedan participan en él, con verdadera voluntad de favorecer la marcha del movimiento ecuménico hacia la unidad visible plena de la Iglesia. En última instancia, con el fin y objetivo común de dar testimonio de Cristo en el mundo actual, para que los que no forman parte de los discípulos del Señor Jesús vengan a estar "en comunión con nosotros, como nosotros vivimos en unión con el Padre y con su Hijo Jesucristo" (1 Jn 1,3).

Los materiales para la Semana de oración por la unidad de 2019 han sido preparados por los cristianos de Indonesia, un país últimamente sacudido por los terremotos que han afectado a las poblaciones, tradicionalmente turísticas, de las costas, afectadas por "tsunamis" devastadores. Indonesia es de mayoría social musulmana y, aunque numerosas, son minoritarias las Iglesias y comunidades cristianas, que se han movilizado con fraterna solidaridad para paliar en lo posible los efectos de los seísmos. La preocupación por la justicia de estas comunidades quiere, desde hace décadas, evitar las desigualdades de un país en el que el desarrollo y modernidad urbana contrasta con sectores de la población menos favorecidos. En los materiales se dan aclaraciones suficientes para entender el contenido y orientación de los guiones que se ofrecen para orar por la unidad cristiana durante 2019, y de modo especial e intenso durante el Octavario.

Se nos propone el siguiente lema bíblico: "Actúa siempre con toda justicia" (Dt 16,20). Este texto está tomado del llamado "código deuteronómico", que incluye los capítulos 12 al 26 del libro del Deuteronomio. Este código es de hecho una recopilación de leyes sobre el culto y la defensa de la fe bíblica en Dios contra la idolatría; y leyes sobre el buen gobierno y la defensa de la vida. Se incluyen también preceptos que humanizan la guerra y la conquista de las ciudades, así como un conjunto de diversas prescripciones para salvaguarda de la dignidad y santidad del matrimonio y de la mujer; y un elenco de leyes sociales que se resumen en el lema que inspira la oración del Octavario. Este conjunto de leyes y normas resulta de la evolución social y religiosa del pueblo elegido, y probablemente responde al contenido del "rollo de la Doctrina" que se encontró en el templo (cf. 2 Re 22,8ss) en tiempos del reinado de Josías (640-609 a. C.), e inspiró la honda reforma religiosa y social que inspiró su reinado[1].

Es muy aconsejable que durante los días del Octavario se invite a los fieles a releer los capítulos de este código deuteronómico, contexto bíblico que ayudará a comprender mejor y a tomar como criterio de comportamiento un tema bíblico que crea unidad y promueve concordia y reconciliación. La unidad de los cristianos no puede construirse al margen de la justicia, ya se haya de concebir como actuación o conducta regida por leyes justas que han de gobernar la vida social de los hombres; o bien como reconocimiento de la justicia debida a Dios en cuanto acatamiento y práctica de los mandamientos de la ley de Dios. La revelación divina manifiesta a los hombres y a los pueblos el verdadero fundamento de las leyes justas, cualesquiera que sean, que han de regir la vida social. Por esto mismo, actúa con toda justicia quien guarda de los mandamientos de la ley de Dios y acata las leyes positivas de los hombres que explicitan estos mandamientos. Así, pues, para ser verdaderamente justas, las leyes y normas positivas de los hombres no han ser contrarias a la ley de Dios.

En las sociedades plurales y complejas de nuestros días resulta siempre difícil la convivencia, por eso los cristianos, aunque aún no hayan logrado la unidad visible de la Iglesia que es don de Dios y meta del ecumenismo, si colaboran juntos en el empeño por lograr un orden justo para la sociedad en la que viven y de la que forman parte, contribuyen de forma muy valiosa a establecer las relaciones humanas que crean unidad, porque propician la búsqueda concorde de la paz social. El entendimiento entre las personas y los pueblos en la medida en que contribuye al logro de la paz social, ayudará mucho a los cristianos a alcanzar la deseada unidad visible de la Iglesia, que hará más creíble la proclamación del Evangelio y respaldará la llamada a cuantos todavía están fuera del recinto de la Iglesia a formar parte de ella como congregación que une a los hombres con Dios y a los hombres entre sí.

La tendencia a lograr este entendimiento creador de unidad era vista por el Sínodo de los Obispos convocado por el santo papa Pablo VI, recientemente canonizado por el papa Francisco, que interpretando con acierto los signos de nuestro tiempo, decía: "Las fuerzas que trabajan por la venida de una sociedad mundial unificada nunca habían aparecido tan fuertes y activas; tienen su raíz en la conciencia plena de la igualdad fundamental de todos los hombres. Siendo éstos miembros de una misma familia, están mutua e indisolublemente vinculados entre sí en el único destino de todo el mundo, compartiendo su responsabilidad"[2]. El papa, en el discurso de clausura del Sínodo, refiriéndose al necesario fomento de los sentimientos de comunión, fraterna solidaridad y concordia, agregaba: "Hemos de tener, igualmente, sólida fortaleza para servir también en el futuro a la universal comunión de los hermanos con renovado entusiasmo y constante voluntad de caminar dignamente "con la vocación a la que hemos sido llamados" (cf. Ef 4,1)"[3].

Se ha de tener en cuenta, además, que la búsqueda de la unidad no puede soslayar nunca que la justicia es inseparable de la verdad y que, en consecuencia, los cristianos no pueden vivir como si no hubieran conocido la revelación de Jesucristo y el misterio del amor misericordioso de Dios que anuncia el mensaje de la Iglesia. La Iglesia propone a los hombres acoger el misterio de comunión en el amor del Padre, del Hijo y del Espíritu, del cual dimana la vida en la caridad y la verdad de los hombres; es decir, aquella vida en la justicia sostenida por el amor, que es verdadero reconocimiento de la dignidad de la persona, que en todo momento debe ser respetada y protegida por leyes justas, destinadas a regular la convivencia y generar con ello la verdadera paz social.

Es claro que este entendimiento de la paz social a la luz de la fe le descubre al cristiano que su logro sólo es posible con la gracia de Dios. La paz social entendida no como simple armisticio o equilibrio de intereses, sino como anticipo de la plena comunión de los hombres con Dios, no es resultado del esfuerzo de los hombres, es don de Dios. El verdadero ecumenismo debe tenerlo siempre en cuenta: los cristianos han de proponer a los demás la luz del Evangelio, que ilumina la vida de los pueblos, a fin de que el Evangelio de Jesús llegue inspirar la convivencia social de quienes son miembros de una misma sociedad.

La revelación cristiana no puede ponerse entre paréntesis en la marcha común de las Iglesias y las comunidades eclesiales hacia la meta del ecumenismo: la unidad cristiana. Es innegociable, porque los hombres no pueden construir la unidad del género humano sin tener en cuenta la amenaza permanente del pecado, que rompe, separa y divide a los hombres y los pueblos. Sólo en la cruz de Cristo y en su resurrección ha sido derrotado el pecado que divide a la humanidad y a la Iglesia; y sólo con la gracia de Dios pueden los hombres alcanzar cotas de unidad y de verdadera comunión. Benedicto XVI lo recuerda con claridad: "La unidad del género humano, la comunión fraterna más allá de toda división, nace de la Palabra de Dios-Amor que nos convoca"[4].

Si los cristianos renunciáramos a decirlo, no seríamos fieles al mandato de Cristo y no pondríamos sobre el sólido fundamento de la verdad la práctica de la justicia. No nos es posible silenciar que la construcción de la ciudad terrena según el designio de salvación es imposible sin la gracia de Dios. Ésta no excluye la justicia de los hombres, muy por el contrario, la inspira y ayuda a su plena instauración, como observa el Papa Francisco, al afirmar que a los cristianos "habrá que reclamarles que vuelvan a abrirse a la gracia de Dios y a beber en lo hondo de sus propias convicciones sobre el amor, la justicia y la paz"[5].

El testimonio que los cristianos han de dar de su comunión ya lograda y del firme e intenso deseo de llegar a la plena comunión en Cristo ha de inspirar cuanto hagan en favor de una sociedad más justa y pacificada. Si de verdad se pretende la instauración de una sociedad unida en la justicia y en la paz, no se puede perder de vista que la unidad que se dará sólo en Cristo, porque sólo Él une en sí mismo a Dios y al hombre, y sólo en Él Dios ha ofrecido al mundo la pacificación de todas las cosas: "La paz es posible porque el Señor ha vencido al mundo y su conflictividad permanente "haciendo la paz mediante la sangre de su cruz" (Col 1,20)"[6].

Sin duda, es en la fe donde se hace posible descubrir con entera claridad que todos los esfuerzos que podamos realizar por la instauración de la justicia, y alcanzar la unidad de una humanidad reconciliada, requiere el concurso de Dios y de su gracia misericordiosa, porque la amenaza de la división es permanente, consecuencia del pecado de los hombres. De ahí que Benedicto XVI diga que, por ser verdad irrenunciable para el cristiano entender la verdadera reconciliación como fruto de la gracia y don de Dios, los discípulos de Cristo están obligados a "precisar, por un lado, que la lógica del don no excluye la justicia ni se yuxtapone a ella como un añadido externo en un segundo momento y, por otro, que el desarrollo económico, social y político necesita, si quiere ser auténticamente humano, dar espacio al principio de gratuidad como expresión de la fraternidad"[7]. Los cristianos así lo creemos y lo proponemos a todos y oramos anhelando la unidad visible de la Iglesia, para que nuestro anuncio de Cristo sea creído por todos los hombres.

Madrid, a 18 de enero de 2019

Los Obispo de la Comisión Episcopal de Relaciones Interconfesionales

+ Adolfo González Montes

Obispo de Almería. Presidente de la Comisión

+ Francisco Javier Martínez Fernández

Arzobispo de Granada

+ Manuel Herrero Fernández, O.S.A.

Obispo de Palencia

[1] Cf. Biblia de Jerusalén: Nota a los capítulos de Dt 12-26.

[2] Segunda Asamblea ordinaria del Sínodo de los Obispos, Documento "La Justicia en el mundo" (30 noviembre 1971), n. 2.

[3] San Pablo VI, Discurso en la clausura de la Segunda Asamblea ordinaria del Sínodo de los Obispos (6 noviembre 1971), n. 3.

[4] Benedicto XVI, Carta encíclica sobre el desarrollo humano integral en la caridad y en la verdad Caritas in veritate (29 junio 2009), n. 34.

[5] Francisco, Carta encíclica sobre el cuidado de la casa común Laudato si? (24 mayo 2015), n. 200.

[6] Francisco, Exhortación apostólica Evangelii gaudium (24 noviembre 2013), n. 229.

[7] Benedicto XVI, Carta encíclica Caritas in veritate, n. 34.