Así es el Padre Gigi: una vida dedicada a trabajar en el Vaticano y que ahora entrega a los más necesitados
Este sacerdote de Bérgamo vuelve a su diócesis de origen para dedicarse totalmente a la Fundación Santina que él mismo fundó para ayudar a los más vulnerables en todo el mundo
Publicado el - Actualizado
5 min lectura
Padre Gigi ha trabajado 25 años en Vaticano, pero siempre se ha sentido una pieza de esas periferias del mundo del que Papa Francisco ha insistido desde el comienzo de su pontificado. A Padre Gigi se le ha podido ver en África construyendo pozos de agua potable, construyendo guarderías para niños en zonas muy pobres de Vietnam, organizando adopciones a distancia para apoyar a las familias mexicanas golpeadas por los narcos, reconstruyendo iglesias destruidas por terroristas islámicos y, por último, ayudando a su ciudad, Bérgamo, fuertemente golpeada durante la primera ola de la covid-19. La lista podría seguir y seguir y quizás no terminar nunca.
Después de 25 años trabajando en la Santa Sede, este sacerdote de Bérgamo vuelve a su diócesis de origen para dedicarse totalmente a la Fundación Santina que él mismo fundó. Una Asociación humanitaria que lleva el nombre de su madre, gracias a la cual ha podido llevar a cabo más de treinta microproyectos en zonas desoladas de todo el mundo. Barrios marginales, aldeas fronterizas, zonas con alto riesgo de delincuencia.
El anuncio del regreso a su ciudad lo dio él mismo, con un mensaje en las redes sociales de la Fundación Santina: "Con el corazón lleno de alegría, anuncio que el 1 de julio de 2021 regresaré a mi Diócesis de Bérgamo para una nueva misión y para seguir trabajando con la Fundación Santina y la Asociación con más pasión que nunca! Agradezco a Dios el trabajo que he podido realizar durante estos años y mi largo servicio en la oficina de información y documentación de la Secretaría de Estado. Espero verte en Bérgamo para tomar un buen café y cenar en Piazza Vecchia”.
'Aleluya' ha podido hablar con Padre Gigi Ginami que, tras 25 años trabajando en el Vaticano, está preparado para una nueva etapa de su vida, ayudando a los más vulnerables, como no ha parado de hacer durante todos estos años.
Padre Gigi Ginami, 25 años trabajando en la Oficina de Información y Documentación de la Secretaría de Estado en el Vaticano, imagino que es imposible decir lo que te llevas a casa después de todos estos años, pero si te paras a pensar un momento, ¿hay algo que te gustaría compartir con nosotros después de todos estos años?
Seguramente estoy contento de haber hecho un excelente trabajo con las nunciaturas apostólicas y con el Boletín del Vaticano que sale todos los días a las doce de la mañana. Durante muchos años de mi vida, haber organizado la comunicación de la Secretaría de Estado ha sido fascinante, realmente un trabajo muy bonito y he podido vivir la emoción de la universalidad de la Iglesia. Conocer y estudiar, cada mañana, los proyectos y los programas de las distintas Conferencias Episcopales y de la Santa Sede.
Ha sido un curso de formación permanente durante 25 años. Ahora salgo de la Secretaría de Estado con el alma llena de alegría por lo que he hecho, agradeciendo muchísimo al Papa Francisco y a mis superiores por cómo me han tratado durante todos estos años. Es verdad que, junto a este trabajo en el Vaticano, nació esta Fundación Santina con la que trabajo las 24 horas del día.
Y ahora vuelves a casa, a la diócesis de Bérgamo, para seguir trabajando con esta misma Fundación Santina. ¿Cuándo empezó esta aventura y cuál es su objetivo?
Antes de todo me gustaría decir que estamos presentes en Latinoamérica, en México, Perú y Brasil y, a través de esta entrevista, me gustaría transmitir, a los peruanos y mexicanos que me conocen, mi saludo y dar la noticia, con alegría, que podré comprometerme aún más con ellos en este trabajo. América Latina está en mi corazón.
Para los españoles que no conocen esta Fundación les puedo decir que, tras la muerte de mi madre Santina en 2012, nació esta Fundación que ha creado una red de atención a las periferias y a los pobres en varios países del mundo.
Este trabajo con la Fundación no me impidió, durante todos estos años, trabajar en la Secretaría de Estado en el Vaticano. Al contrario, hizo que ese trabajo se volviese más apasionado porque un sacerdote debe sentir donde late su corazón, y mi corazón era para los excluidos y los marginados, atado a la carne de Jesús que para mí son los pobres. Cuando viajo por todo el mundo ayudando a los pobres me siento en casa y, en cuanto me ofrecieron la oportunidad de dedicarme al completo a esta Fundación y en mi diócesis fue una gran alegría para mí. Cuando uno decide ser sacerdote elige a las personas y elige a los pobres.
El Papa, desde el inicio de su pontificado, siempre ha hablado de acercarse a las periferias del mundo. ¿Podemos decir que este es tu día a día con la Fundación?
Es exactamente eso y me gustaría darles un ejemplo. Si algún amigo del Perú nos escucha seguramente conocen la prisión de Challapalca donde a 5100 metros están los peores criminales. Nosotros llegamos allí y construimos un campo de fútbol y también estamos presentes en México donde viven los peores narcos del país.
Allí visito las familias afectadas por los narcos y lo hago con mucha fuerza y así trabajo en todas las partes del mundo que intento ayudar. Estas cosas llenan el corazón de un sacerdote y lo hacen feliz, lo hacen sentir realizado. Estoy convencido de lo que nos dice el Papa Francisco sobre las periferias del mundo, los pobres son la carne de Jesús.
Has viajado con tu madre durante 7 años, ¿qué aprendiste durante todos esos viajes?
Antes de todo aprendí que es más importante agregar vida a los días que días a la vida. Siempre nos preocupamos sobre cómo podemos llegar a vivir 100 años y se nos olvida vivir bien, hoy, este día que estamos viviendo. Viajar con mi madre era una apuesta porque era una mujer a la que tenías que atender las 24 horas, estaba en silla de ruedas.
Todos veían a ella como una mujer frágil, que pasó por muchas intervenciones quirúrgicas, llena de cicatrices y que sufrió mucho durante toda su vida. Pero esa mujer me hizo pensar mucho. Cuando la veía en Kenia o Brasil teniendo en sus brazos a un niño que estaba muriendo de hambre, sentía que, a pesar del dolor que estaba viviendo, no podía evitar ayudar al niño y es precisamente ese dolor el que abrió mi cabeza al mundo.
También tuve problemas: en México me encontré una bala en mi coche y una carta que decía: "Padre, México será tu tumba”. Tengo una foto con la bala en la mano para recordarme que donde sufres debes sentir miedo.
Pensando en los próximos años, ¿cuál es tu sueño para el futuro?
Mi sueño es seguir trabajando con esta fundación en un territorio tan bonito como es el de mi diócesis y que se pueda convertir en una forma de catequesis en las distintas parroquias.
Y luego seguir profundizando en la idea de que no se ayuda a los pobres, sino que los pobres te ayudan y gracias a esta ayuda que ellos nos dan, nace la solidaridad que no significa otra cosa que todos somos iguales.