Moncho, el casero de 20 jóvenes migrantes: "Tener los locales de la parroquia vacíos era un pecado social"
El párroco de Santa Rosalía decidió, cuando empezó el Estado de Alarma en España, tomar una decisión que cambió por completo la vida de su comunidad parroquial
Madrid - Publicado el - Actualizado
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José Ramón Montero, o como todo el mundo le conoce, Moncho, es el párroco de Santa Rosalía en el barrio madrileño de Hortaleza y es, sin ninguna duda, el protagonista de esta historia. Cuando llegó el Estado de Alarma en marzo vio como no paraban de llegar jóvenes migrantes a su parroquia pidiendo ayuda, ya que no podían pagar sus habitaciones.
Empezó a ayudarle pagando el alquiler, pero cuando la economía se empezó a resentir decidió tomar una decisión que iba a cambiar el futuro de estos chicos. Moncho decidió rehabilitar los bajos de la parroquia que se utilizaban muy poco para convertirlos en las habitaciones de estos chicos que se encontraron, de repente, con un hogar.
Moncho tiene claro es que este “proyecto” es fruto de la Providencia: “Aprendí desde pequeño, con mis padres y mi abuela, en confiar siempre en la Divina Providencia. Y como me dijo mi madre poco antes de morir, como sacerdote cree que Dios siempre proveerá, cuando algo necesites y no sepas de donde sacarlo, Él llegará”
Y caminando por la parroquia se puede ver como la Providencia llegó: “Ha llegado de mil formas y maneras, a través de tantas mediaciones, personas de la parroquia y de fuera de la misma que nos ayudan en poder mantener este proyecto, que no nació como proyecto si no por qué quería dar una respuesta”.
Ya durante el mes de febrero, cuenta Padre Moncho, decidió abrir los pisos encima del templo para acoger a dos familias, “una hondureña y otra venezolana que venían de una situación muy dura”.
Pero cuando empezó el Estado de Alarma, “empezamos a comprender que había algo más que decir. Cuando surgió la pandemia y se confinó el país, empezaron a llegar cada vez más chicos de distintas partes que no tenían como pagar la habitación. Nos encontramos que teníamos que hacer frente al pago de las habitaciones y la economía se resentía en ese aspecto y fue cuando surgió la idea de acogerlos aquí en la parroquia”.
Al principio los chicos empezaron a venir todos los días ayudando como voluntarios de Cáritas y empezando a adecuar “este local que era la antigua guardería y al mismo tiempo la utilizábamos como sala de catequesis lo cual me hacía ver que ante esa situación teníamos que dar una respuesta seria. Tener los locales que teníamos simplemente para una reunión a la semana, desde mi punto de vista, era un pecado social”.
Ayudar y ser ayudado. Este es el secreto de una buena acogida para Padre Moncho: “Estar en los dos lados de la línea, ellos han necesitado, necesitan todavía ayuda, pero también tienen la capacidad, desde su propio dolor y sufrimiento, en ayudar al más necesitado y al más vulnerable”.
Moncho remarca la importancia de tenerlos ayudando desde el primer día de la pandemia: “Aún sin estar viviendo aquí, venían a dar los alimentas porque nos encontramos que los 15-16 voluntarios de Cáritas en la parroquia, por la edad que tienen, era mejor mantenerlos al margen por la seguridad de ellos y de los demás. Ellos empezaron a ayudar y se vieron involucrados también en la acción social de la Iglesia a través de Cáritas”.
Algunas de las camas que están utilizando estos jóvenes migrantes vienen del Hospital de IFEMA que fue, a pesar de todo, uno de los protagonistas de esos meses tan difíciles: “Estaban sin usar y nos ofrecieron cogerlos. Sinceramente vimos la luz por qué en ese aspecto evitábamos gastar un dinero en comprar los colchones”.
Moncho destaca la importancia de sentir estos locales como un hogar: “Para sentir un hogar para mí, era fundamental que tuvieran sus llaves y tuvieran la libertad de poder salir y de poder entrar cuando quisieran”. Desde un primer momento Moncho pensó que lo que no quería era un albergue donde los jóvenes tenían que llegar a una hora y salir a otra y el resto del día deambular por la calle. “Quería ofrecerles un hogar y que lo sintieran como eso”.
Muchos de los chicos sienten ya la parroquia como su casa: “Es su casa y eso para mí implica mucho porque se sienten parte involucrada también de la parroquia. Estamos intentando que los chicos mientras estén aquí y no consigan un trabajo estable, puedan seguir formándose a través de cursos que da Cáritas u otras ONG”.
La situación para estos chicos, algunos muy jóvenes, es muy complicada: “Nuestro proyecto es ayudarles en todo momento, hacer de colchón ante las caídas para que, en un futuro, además de la formación que puedan recibir, se encuentren en que cuando se cumplen los 3 años, para arraigo social o laboral, nosotros ayudando puedan conseguir documentos”.
Moncho tiene claro que “ellos lo que quieren es trabajar para sostenerse y para sostener a su familia allá porque algunas sí necesitan esa ayuda y tienen la esperanza puesta en sus hijos aquí. Me imagino mi madre sufriendo porque su hijo con 20 años en un país desconocido, con una realidad distinta, se encuentra desamparado. Poder darles a los padres esa esperanza de vida es lo que más queremos nosotros”.