3 actitudes que adoptar todos, ante los terribles escándalos de abusos

Dolor, perdón y reparación, ¿qué podemos hacer toda la Iglesia para combatir los abusos?

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Arguments

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6 min lectura

Ante las noticias sobre abusos y esta lacra dentro de la Iglesia, podemos optar por diversas actitudes. Algunas nos llevan a un callejón sin salida y no sirven de nada. Por eso, la web católica Arguments te propone estas cuatro actitudes, que llevan a construir puentes y sanar las heridas, para ahogar el mal en abundancia de bien:

1. Dolor:

Que haya dolor, implica reconocer y sentir el mal causado. El dolor nos lleva a no quedarnos impasibles ante el sufrimiento ajeno.

Estos hechos nos causan un profundo dolor, tanto por la gravedad de su materia como por quiénes los llevan a cabo. Que quienes hayan cometido los abusos hayan sido sacerdotes, agrava todavía más el dolor causado por esos delitos. ¿Por qué? Porque los sacerdotes están llamados a curar el sufrimiento y las enfermedades del alma, a perdonar, a devolver la esperanza donde se ha perdido, a reconciliar el mundo con Dios, a querer a los hombres con el corazón de Cristo. Y con esos comportamientos, están destruyendo y haciendo lo contrario a todo esto.

Puedes leer el artículo original y completo pinchando aquí.

El silencio:

Lo peor de todo es que haya habido quienes conociéndolos, no hayan hecho nada para evitar que sigan sucediendo. Los abusos nos resultan dolorosos y repulsivos. Pero nos quedamos más perplejos y decepcionados al ver que se ha vuelto la cara y se ha mirado para otro lado ante ellos. Nos duele ver que, por temor a dañar la imagen de la Institución, se prefiera tapar tan horribles crímenes y ocultarlos, como si el hecho de que no se conocieran fuera a restaurar el daño e impedir que se siguieran cometiendo más.

Así expresó su dolor Francisco: ”Con vergüenza y arrepentimiento, como comunidad eclesial, asumimos que no supimos estar donde teníamos que estar, que no actuamos a tiempo reconociendo la magnitud y la gravedad del daño que se estaba causando en tantas vidas. Hemos descuidado y abandonado a los pequeños”.

El dolor es la primera manifestación de arrepentimiento y el primer paso para poder rectificar y cambiar. ¡Ya no más, nunca más!

2. Perdón:

Jesucristo nos ha dado ejemplo de perdón. En la Cruz, poco antes de morir, quiso que quedara constancia de ello. Exhalando su último aliento imploró el perdón de Dios Padre para quienes le habían llevado al madero: “Padre, perdónales porque no saben lo que hacen”. Pedir perdón y perdonar, son dos caras de una misma moneda, porque son dos formas de amar.

Esto es compatible con la justicia. Como dijo Benedicto XVI: “La Iglesia debe aceptar la necesidad de la justicia, pues el perdón no sustituye la justicia“. Perdonar no significa ocultar. Justicia y caridad van de la mano, porque el amor es el fundamento de la justicia.

Pero ¿yo por qué tengo que pedir perdón por algo que no he hecho?

La Iglesia es la suma de todos los cristianos; formamos el cuerpo Místico de Cristo. Jesús es la Cabeza, y los demás somos miembros vivos del cuerpo. Cuando aparece una infección en algún órgano del cuerpo, el resto de miembros sanos se resienten y debilitan, porque forman una unidad entre sí. Y viceversa. Si todos los miembros están sanos y fuertes, todo el cuerpo está vigoroso y robusto. Lo mismo la Iglesia.

Jesucristo la vivifica, sanea y fortalece con su Gracia. Pero también cuenta con nuestra correspondencia.

Quizás esto nos lleve a entonar el “Mea culpa”, porque quizás nos damos cuenta de que no hemos rezado lo suficiente por los sacerdotes, de que los hemos dejado solos. Quizás descubrimos que por nuestra conducta, también hemos podido escandalizar a otros y alejarlos de la Iglesia.

“Con vergüenza y arrepentimiento, como comunidad eclesial, asumimos que no supimos estar donde teníamos que estar”, Francisco.

¿Y qué puedo hacer para fortalecer al resto de miembros de este cuerpo?

El cristianismo se expandió porque a la gente le atraía el estilo de vida de los primeros cristianos. Les maravillaba el modo con el que se trataban, hasta el punto de exclamar: “Mirad cómo se aman”. Por eso se bautizaban. No porque les convenciera el tratado de la Santísima Trinidad, sino porque veían bullir la sangre de Cristo en aquellos hombres. ¿Qué puedes hacer? Luchar por vivir siendo otro Cristo que pasa para los demás.

- Ser santo. Esto no es otra cosa que luchar activamente por ser cada día otro Cristo para los demás, el mismo Cristo.

- Frecuentar los sacramentos, caudales por donde nos llega la Gracia de Dios. Especialmente la Eucaristía y la Confesión.

- Rezar por mi santidad y la de los demás, sobre todo por la de los sacerdotes. Ningún sacerdotes se salva solo, ni se condena solo.

- Arrastrar con el ejemplo de mi vida limpia a los demás, mostrando que vale la pena seguir a Cristo, vivir conforme a lo que nos ha enseñado, porque es el camino para ser feliz.

- Rectificar cuando caigo. El santo no es el que no cae, sino el que siempre se levanta. Ofrecer pequeños sacrificios es reparación por mi mal ejemplo y mis pecados.

- Tratar con cariño al sacerdote de mi parroquia. Interesarme por las condiciones en las que vive, si come bien, si su casa está limpia, si alguien le lava la ropa, con quién pasa la Navidad, etc.

3. Reparación:

“Nunca será suficiente lo que se haga para pedir perdón y buscar reparar el daño causado”, Francisco.

”Nunca será suficiente lo que se haga para pedir perdón y buscar reparar el daño causado”, ha reiterado Francisco. ”Si bien se puede decir que la mayoría de los casos corresponden al pasado, con el correr del tiempo hemos conocido el dolor de muchas de las víctimas y constatamos que las heridas nunca desaparecen y nos obligan a condenar con fuerza estas atrocidades, así como a unir esfuerzos para erradicar esta cultura de muerte; las heridas nunca prescriben”.

El Papa nos pide ayuda para erradicar esta cultura de la muerte. Y para ello, está poniendo todos los medios a su alcance para que jamás vuelva a ocurrir algo así. Ésta es la mejor manifestación de dolor y arrepentimiento verdadero.

En el documental Manzanas podridas se explica muy bien cómo era la mala gestión y práctica con que la Iglesia gestionaba estas situaciones hace unos años, y cuál es el protocolo y los mecanismos de control con los que las afronta ahora.

Algunas de estas medidas son:

- selección y formación de los candidatos al sacerdocio: clave el papel de los seminarios. “No hay lugar en el sacerdocio y en la vida religiosa para quienes dañan a los jóvenes“, Juan Pablo II.

- ofrecer ayuda a las víctimas

- separar al sacerdote acusado de su tarea mientras se investiga el caso

- informar a las autoridades civiles

- ofrecer tratamiento médico al sacerdote implicado

- y crear comisiones sobre abusos sexuales compuestas mayoritariamente por laicos: madres de familia, psicólogos, abogados, víctimas de abusos o parientes de las víctimas, etc. que estudien los casos y hagan recomendaciones al obispo.

Y por supuesto la oración.

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