El arzobispo de Santiago en la fiesta del patrón de España: "Servir es horizonte de responsabilidad política"
En su primera celebración como pastor de la Iglesia Compostelana, Francisco José Prieto pide dedicar nuestros mejores esfuerzos al Bien Común
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“Pido a quienes resultaron electos en las recientes elecciones generales que dediquen sus mejores esfuerzos a las exigencias del bien común y al esfuerzo de construir una sociedad en paz, fundada en la verdad, la justicia y la libertad”. Con este deseo, el arzobispo Francisco José Prieto, ha concluido su homilía en su primera fiesta del Apóstol Santiago como pastor de la Iglesia Compostelana, tras ser nombrado por el Papa Francisco y tomar posesión el pasado 3 de junio y como sucesor de Julián Barrio, que estuvo en la sede 27 años.
En la festividad del patrón de España, el prelado ha recordado que “servir es siempre el horizonte de la responsabilidad política, por encima de las legítimas diferencias políticas”. Por eso, por intercesión del Santo Apóstol Santiago, ha pedido que “renazca la esperanza que nunca decae y que siempre nos sostiene”.
El presidente de la Xunta de Galicia, Alfonso Rueda, ha ejercido, por primera vez, como delegado regio en la Ofrenda Nacional al Apóstol, que se celebrará en la Catedral de Santiago. El Rey Felipe VI fue el encargado de ejercer el pasado 25 julio este papel, en el Año Santo, por cuarta vez, un rol que habitualmente se designa a un delegado regio entre las personalidades políticas de la Comunidad.
La escucha es primordial a pesar de las diferencias
Haciendo alusión a la acogida de la ciudad compostelana en la que “tantos peregrinos, previamente acogidos en la pétrea belleza de una plaza que los recibe como un lugar de búsqueda de itinerarios comunes, sin ningún atajo y son ninguna distracción o dispersión, en el cual la escucha pasa a ser primordial a pesar de las diferencias”.
En definitiva, ha subrayado, “un espacio abierto a quienes buscan a Dios o se interrogan por Él, y también a quienes nos les causa inquietud (los indiferentes). Aquí resonó la llamada de san Juan Pablo II: “te lanzo, vieja Europa, un grito lleno de amor: Vuelve a encontrarte. Sé tú misma. Descubre tus orígenes. Aviva tus raíces”; aquí el papa Benedicto recordó que “la Europa de la ciencia y de las tecnologías, la Europa de la civilización y de la cultura, tiene que ser a la vez la Europa abierta a la trascendencia y a la fraternidad con otros continentes, al Dios vivo y verdadero desde el hombre vivo y verdadero”.
Esta plaza, como esta ciudad, ha insistido, “evocan la necesidad de una misión compartida, de un ágora contemporánea donde la fe cristiana propone y muestra, no al Dios inventado o pensado, sino al Dios revelado, aquel que no es un pensamiento, sino un acontecimiento, un encuentro: la Palabra hecha carne, que fue colgada de un madero y resucitada por Dios para darnos la salvación y el perdón, tal como Pedro anunció ante el Sanedrín judío. Conviene un camino de humildad para acogerla y responderle. Una humildad razonable y una razón humilde”.
Como cristianos y como Iglesia, ha interpelado, “estamos comprometidos en la construcción de la urbe humana y social, y vocacionados a la esperanza de aquella Urbe eterna”. “Sin confundir laicidad con laicismo, estamos implantados en la realidad de cada día, vivimos en la ciudad donde cada uno de nosotros se acredita como persona y profesional, como compañero o vecino. Cuando nos desacreditamos en un campo tan fundamental como este, no se tiene credibilidad en lo demás, porque hay palabras sagradas cuya realización o negación acreditan o desacreditan a una persona: libertad, justicia y verdad. Quien carece de ellas (por que se le niegan o las niega en primera persona), carece de dignidad”.
Actitud de búsqueda y acogida
De esta forma, ha invitado, “es el momento de trascender la banalidad y hacer de la profundidad y de la búsqueda de sentido un lugar y un punto de encuentro. La espiritualidad hace referencia a un plano de realidad superior del ser humano, pero que también puede ser interior a él mismo, frente al cual la persona se sitúa en una actitud de búsqueda, y a la vez de acogida, de realidades que no se poseen suficientemente, dotadas de un espesor que enriquece al ser humano y lo lleva a indagar en lo hondo de la realidad, la propia y la ajena”.
Se trata de ofrecer y proponer “la fe cristiana como una propuesta humanizadora y trascendente del sentido primero y último de la vida, ya aquí y todavía más allá, desde el Dios de Jesucristo”. Además, “la aportación de los creyentes, y de la Iglesia en su conjunto, a la plaza pública tiene que ser profética, nunca acomodaticia, y tiene que responder a las necesidades y a las inquietudes del presente, vividos a menudo de forma dramática por la sociedad”. Hay una manera “profética” de estar en el mundo, ha concluido, “opuesta por un lado al espiritualismo, y por otro al peligro de erigirnos en árbitros o jueces del mundo. Una dimensión profética realizada con verdad, con lenguaje atractivo y mirada amable, hasta con un sano sentido del humor y una inteligencia suficiente que sepa distinguir lo importante de lo secundario”.