La boda y los convidados, por César Franco, obispo de Segovia

La boda y los convidados, por César Franco, obispo de Segovia
Madrid - Publicado el - Actualizado
3 min lectura
La boda y los convidados, por César Franco, obispo de Segovia
Quizás sorprende a muchos lectores del evangelio el uso que Jesús hace en su predicación de las fiestas de bodas. Son varias parábolas las que giran en torno a la boda que en tiempos de Jesús se celebraba durante varios días con mucha solemnidad y alegría. No es casualidad que Jesús quisiera hacer su primer milagro en una boda, en Caná de Galilea.
No sólo asistió con su madre y sus discípulos, sino que en el banquete de bodas, manifestó su gloria, según dice el cuarto evangelio, y los discípulos creyeron en él. El milagro de la conversión del agua en vino era el cumplimiento de que el Mesías había llegado y traía con él una enorme cantidad de vino, símbolo de los dones mesiánicos: alegría, paz, justicia, redención. Por eso se ha dicho que en las bodas de Caná, el protagonista es el vino nuevo que trae Jesús.
Hoy también leemos una parábola conocida como la de los invitados a la boda. Habla de un rey que preparó la boda de su hijo y mandó a sus criados para que avisaran a los convidados, pero no quisieron ir. Volvió a invitarlos cuando estaba todo a punto, pero los convidados despreciaron la invitación: uno se fue a sus tierras, otro a sus negocios, y los demás maltrataron a los criados hasta matarlos. El rey montó en cólera, envió a sus tropas, acabaron con los asesinos y quemaron la ciudad. El banquete, sin embargo, debía celebrarse. Y el rey mandó a sus criados para que salieran a los cruces de los caminos e invitaran a todos los que vieran, malos y buenos. La sala, dice Jesús, se llenó de comensales.
Quedémonos aquí. Es evidente que esta situación es insólita. Jesús quiere decir algo especial, extraordinario. En realidad, en esta parábola, como en otras, habla de su destino. El es el hijo del rey, que ha venido a casarse con la humanidad. Es el novio. Su Padre ha avisado a los primeros invitados, que son los hijos de Israel, pero no quisieron creer en Jesús, ni asistir a su banquete de bodas con el hombre. Llegaron incluso a matar a alguno de sus criados, que son los profetas que anunciaron la venida del Mesías. Como el banquete no podía quedar sin celebrarse, Dios salió a los cruces de los caminos para llamar a todos los que quisieran participar, buenos y malos. En esta segunda invitación entran todos los pueblos de la tierra, los hombres sin excepción. Hoy, la Iglesia está formada por multitud de pueblos.
Volvamos a la parábola. Cuando el rey comenzó a saludar a los comensales, halló a uno que no tenía el traje de fiesta, y el rey le echó en cara su descortesía. El invitado no abrió la boca y mandó a sus criados que lo echaran fuera, a las tinieblas, atado de pies y manos. Cuando concluye la parábola, Jesús ofrece esta clave para entender este gesto también sorprendente: "Muchos son los llamados y pocos los escogidos".
La enseñanza de la parábola pone el acento en la generosa invitación del rey, que desea que todos los hombres participen de la boda de su hijo. Dios no cesa de invitar, de llamar a la fiesta de la salvación sin importar si los invitados son buenos o malos. La invitación es universal. Eso sí: no basta ser invitado: hay que responder a la generosidad de Dios con el traje de fiesta, que es el símbolo de la gracia, de la amistad recíproca, de la correspondencia. Ante tanta generosidad por parte de Dios, ¿resulta tan difícil vestirse de fiesta? Jesús quiere advertir al hombre que si Dios le invita a sentarse con él tan generosamente en las bodas de su Hijo, debe poner de su parte para no ser solamente llamado, sino elegido. ¿Qué diferencia hay entre uno y otro? La que va de quien cree que todo lo merece y la del que todo lo considera gracia. Sólo éste se vestirá de fiesta.
+ César Franco
Obispo de Segovia.