Desde que sonaron las campanadas que dieron paso a este 2022, no hemos dejado de escuchar y de pronunciar estas palabras: ¡Feliz año nuevo!
Nos deseamos de corazón felicidad, a pesar de la incertidumbre que está causando esta última ola de la Covid–19. Nos deseamos felicidad, aunque sabemos que no nos van a faltar dificultades personales y familiares, políticas, económicas y sociales. Nos deseamos felicidad, aunque no podemos prever y adivinar a ciencia cierta lo que sucederá en los próximos meses. Es más, somos conscientes de que los males de nuestra sociedad, algunos tan graves y arraigados, no van a desaparecer fácilmente, por mucho que nos deseemos un Año Nuevo próspero y feliz.
Sin embargo, a pesar de incertidumbres y problemas, los creyentes tenemos razones sólidas para afirmar que este 2022 puede ser un año nuevo, un año bueno. Creemos en Jesucristo. Nos apoyamos en la certeza de que Él es el Dios–con–nosotros y seguirá fielmente a nuestro lado, en la andadura del Nuevo Año. Nos acompañará no como un simple testigo de nuestro quehacer y vivir. Él trabajará por nuestra felicidad más y mejor que nosotros mismos; nos alertará y nos defenderá de los peligros, sobre todo de aquellos que nos apartan del amor del Padre y de las personas más necesitadas; nos inspirará y animará a construir el Reino de Dios, promoviendo los valores que lo manifiestan: la verdad, la vida, la santidad, la gracia, la justicia, el amor y la paz.
Jesús, el Dios–con–nosotros, desea ser nuestro amigo, guía, defensor, animador… A nosotros nos toca reconocerlo y acogerlo. Si recibimos a Jesús, para que sea el centro vital de nuestra existencia, podremos hablar con toda verdad de Año Nuevo, porque caminaremos como hombres y mujeres renovados por Cristo; contemplaremos la realidad e interpretaremos la vida y los acontecimientos desde la fe y la luz de Jesús; y nos comprometeremos en su servicio, con la confianza de que construimos, con Él y como Él, un mundo nuevo.
Así, no soñaremos ingenuamente en un Año Nuevo, en el que todo dependerá de la buena o mala suerte. Las personas sabias saben que la felicidad no consiste en la falta de problemas y dificultades. Somos más felices cuando asumimos el presente con realismo y aprendemos de los éxitos y fracasos; cuando confiamos en nosotros mismos, en la fuerza del corazón, tantas veces desconocida, que nos permite afrontar los retos que la vida nos va planteando. Somos más felices cuando no nos encerramos en nosotros y nos abrimos a los demás, para apoyarles y para recibir apoyo; cuando confiamos plenamente en Dios. Él siempre nos acompaña y ayuda, aunque a menudo nos desconcierte.
Jesús, el Dios–con–nosotros, es nuestra esperanza. Por Él, podemos decirnos y decir al mundo: “Feliz Año Nuevo”. Santa María, Madre de Dios, nos acompañará en esta andadura.