"Dios nunca se cansa de perdonar, somos nosotros los que nos cansamos de pedir perdón: La meditación del Miércoles Santo

El obispo de Mondoñedo-Ferrol, Fernando García Cadiñanos, ilustra en la figura de Judas las traiciones de nuestro tiempo a las personas que nos aman: "Judas representa al hombre que piensa sólo en poseer"

Fernando García Cadiñanos

Redacción Religión

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Un saludo a todos y cada uno. Hoy es Miércoles Santo. Poco a poco nos vamos acercando al centro de esta Semana Santa, esta semana que queríamos que fuera diferente, consagrada a nuestro Dios y centrada en el amor que nos hace más humanos.

El Evangelio que la Iglesia nos propone hoy en la celebración nos retrotrae de nuevo a las horas previas a la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús. En el texto que hoy proclamamos del Evangelio de Mateo se nos narran los preparativos previos a la Pascua y cómo el Señor invita a sus apóstoles a preparar con esmero la Cena Pascual. Pero al principio y al final del texto pone su foco en uno de los apóstoles, Judas Iscariote.

Este, lo sabemos muy bien, se acerca a los sumos sacerdotes y pasta la entrega de Jesús por 30 monedas de plata. Esta cantidad era el precio que se pagaba como indemnización ante la muerte de un esclavo. Nuestro Dios que se anonada hasta hacerse esclavo el último de todos para salvar desde abajo a todos.

Ayer si recordáis hablábamos de la traición de Judas y de la negación de Pedro y, si en la reflexión nos deteníamos un poco más en Pedro, permitidme que hoy lo hagamos en la traición de Judas que también representa nuestras propias contradicciones. A simple vista la acción de Judas es una traición a una persona, a alguien conocido, importante, con el que había compartido los últimos años. Me viene a la cabeza ahora tantas traiciones a personas concretas que quedan defraudadas por nuestros gestos, comportamientos, palabras con ellos.

Puedo pensar especialmente en nuestros hermanos migrantes que son utilizados por las mafias o me gustaría recordar a las personas que son víctimas de la trata y que durante este Año Jubilar la Iglesia española quiere visibilizar, reflexionar y por las que orar. Hoy tristemente siguen existiendo hermanos nuestros que son vendidos, esclavizados, traicionados y ofrecidos para el consumo, el economicismo y la ganancia del dinero. Mucho más de los que pensamos.

Hoy sigue habiendo nuevos 'judas' que venden a hermanos en medio del silencio cómplice o la indiferencia de nuestra sociedad. Pero el gesto de Judas, lo sé, tiene también un trasfondo más profundo y trascendente. Sin duda, muchos de vosotros conoceréis la tradición que existe en algunos de nuestros pueblos que se conoce como la quema del Judas.

Se trata de un monigote que durante el Viernes o el Sábado Santo se quema y se vapulea sometiéndole a escarnio público como expresión de la indignación colectiva por su gesto deplorable. Busca reflejar sin duda una reacción muy generalizada que apalea sin piedad los pecados del otro, buscando una cabeza de turco que me despiste en el reconocimiento de mi propia responsabilidad. El recordado Martín Descalzo reflexionaba sobre este gesto y se preguntaba, ¿no será una forma demasiado cómoda de cargar todas las responsabilidades de la muerte de Jesús sobre el chivo expiatorio de Judas, esquivando así las que a nosotros nos competen en ello, y acallando los gritos de nuestra conciencia que nos lo reprocha? Y añade en otro lugar, porque la historia de Judas es como una tragedia de la que sólo hubiéramos encontrado el tercer acto.

Conocemos el desenlace, sabemos que vendió a su maestro y que se ahorcó después, pero ignoramos los dos primeros actos. ¿Quién era? ¿Cómo era? ¿Cuándo y por qué comenzó su traición? ¿Qué pensaba y sabía de Jesús? ¿Si llegó o no a conocer o sospechar su divinidad? ¿Por qué vericuetó su amor a Jesús si alguna vez lo tuvo? ¿Llegó a convertirse en odio o repulsión? Son preguntas que nadie nos contestó jamás. Es cierto que a lo largo de la historia se han dado muchas hipótesis al respecto, pero no es difícil imaginar que su traición se fue fraguando poco a poco, es decir, no fue la locura de un instante, sino la cumbre de una secuencia de desafecciones y pequeñas traiciones.

Aunque estuvo con Jesús, no lo conoció en su sentido más profundo. A él sí que se le puede atribuir aquella recriminación de Cristo a Felipe, tanto tiempo contigo y no me conoces. Sin duda, Judas ni conocía ni trataba con Jesús.

Estaba con él, pero vivía lejos de él. Aquí empieza toda traición en el discípulo, también en ti y en mí, y me atrevería a decir que aquí radica la traición con toda persona que nos ama. La falta de encuentro personal con el maestro, la falta de respuesta, la falta de intimidad, la ausencia de diálogo.

Podemos dejarnos llevar por la tibieza y al no profundizar en nuestro encuentro de amistad con Cristo, se va produciendo esa apostasía silenciosa, hoy tan palpable en nuestra sociedad. Es el silencio de los mediocres, de los aparentemente buenos. Por eso quizás la Iglesia nos recuerda cada Miércoles Santo este acontecimiento, porque en verdad Judas, como decía Romano Guardini, nos revela a nosotros mismos nuestra propia fragilidad.

Sí, bien podemos decir que Judas ha tenido y tiene muchos más seguidores que el propio Cristo. Su recuerdo nos permite que nos hagamos cargo de que todos podemos comportarnos como él, que traicionemos nuestra verdad y el amor que Dios ha puesto en nosotros, porque no le conocemos, porque no le tratamos ni cuidamos nuestra amistad con él. En definitiva, como decía Benedicto XVI, Judas representa al hombre que no quiere ser amado, al hombre que piensa sólo en poseer, que vive únicamente para las cosas materiales.

Qué triste, pero qué actual y real. San Agustín contempla esta escena y nos recuerda algo importante. Si Judas hubiese orado en nombre de Cristo, habría pedido perdón.

Si hubiera pedido perdón, habría tenido esperanza. Si hubiera tenido esperanza, habría esperado misericordia y no habría terminado como señala la Escritura. Daos cuenta del itinerario que San Agustín nos propone.

Oración, perdón, esperanza, misericordia, salvación. Cinco palabras y actitudes fundamentales. Un itinerario posible también para nosotros en este camino de esperanza que estamos recorriendo durante el Año Jubilar.

Es cierto, el Señor no quería la perdición de Judas como no quiere la de nadie. Por eso hay esperanza. Nuestra esperanza tiene un nombre, Cristo.

El Papa Francisco nos recuerda que Dios nunca se cansa de perdonar. Somos nosotros los que nos cansamos de pedir perdón. Nos invita a abandonar el miedo, a confiar en la misericordia divina, a construir puentes de reconciliación, a vivir en profundidad la propuesta de amistad que Él nos hace.

El Miércoles Santo no es solo un recuerdo del pasado, sino un mensaje para el presente. En un mundo marcado por la división, la desconfianza y la violencia, el mensaje de Jesús resuena con fuerza. Nos invita a reflexionar sobre nuestras propias traiciones, sobre nuestras propias negaciones.

Nos invita a elegir el camino del amor, del perdón, de la reconciliación, de la esperanza, de la amistad profunda. ¡Feliz Miércoles Santo!