La historia de José María, el joven jesuita que descubrió su vocación en «un flechazo» de Viernes Santo
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José María Tejedor, destinado en el Hogar San José desde el año 2015, acaba de celebrar sus últimos votos como hermano jesuita este pasado domingo, en la parroquia de San Esteban del Mar de Gijón, en el barrio del Natahoyo
Naciste en Tenerife, pero viviste en Salamanca toda tu juventud. ¿Dónde surgió tu vocación?
Llegué desde muy pequeño a Salamanca y estudié en el colegio con los jesuitas y estuve muy vinculado a la parroquia del Milagro de San José. En un Camino de Santiago me planteé por primera vez la idea de la vocación. Tenía 17 años. Y empecé a hablar con un jesuita, pero la cosa se quedó ahí. Poco después, al vivir una Semana Santa con un grupo de jóvenes, en el Viernes Santo, al rezar ante la cruz, nos dicen que en ella están todos los crucificados del mundo. Yo me empiezo a sentir mal porque veo que hasta ese momento no había hecho nada por los demás, pero en seguida empiezo a sentir una paz muy grande y una invitación a ayudar a los más necesitados, y eso me cambia. Aquel verano me invitaron a ir a ayudar a las religiosas del Cottolengo de Barcelona. Allí cuidan a gente que está muy mal física y psíquicamente, y trabajando con ellas sentí que eran felices dándolo todo y pensé que yo también quería eso. Cuando llegué a mi ciudad, a Salamanca, dije que quería entrar en los jesuitas. Me invitaron a hacer un discernimiento de un año. Pero lo vi muy claro, fue un flechazo muy fuerte, y al año siguiente, después de hacer el primer curso de la carrera de Historia, decido entrar en el Noviciado en Zaragoza, con 19 años.
¿Siempre tuviste claro que tu vocación estaba en la Compañía de Jesús, y como hermano, no como sacerdote?
Cuando entré en el Noviciado, me preguntaron cómo me inscribían, si para ser hermano o para ser sacerdote. La verdad es que no tenía ni idea, yo sólo sabía que quería ser jesuita. Así que estuve discerniendo, y en el mes de Ejercicios Ignacianos, me sentí muy identificado con ese Jesús de Nazaret que está con los pobres, con los sencillos, con la gente tirada en los caminos. Eso me tocaba mucho. También estando con los hermanos jesuitas, sentía una paz especial. Poco a poco, como una gota suave, fui viendo que el Señor me llamaba a ser hermano y al final del segundo año le dije al maestro de novicios que creía que Dios me llamaba a ser hermano. Estos años se me ha ido confirmando esta vocación.
Sí, ciertamente es largo, pero tengo que decir que a mí se me ha pasado muy rápido.
Primero estás en el Noviciado: San Ignacio dice que hay que “sentar la fe”. Son dos años donde se conoce la Compañía, las Constituciones y se hace el mes de Ejercicios Espirituales. Después nos vamos a trabajar, en mi caso en un hospital psiquiátrico, para ver “la vida”, después de haber estado un mes rezando. Hacíamos lo mismo que las religiosas: limpiar, dar de comer…
También tenemos una experiencia de vivir en comunidad, un mes de peregrinación.
Después a mí me destinaron a Salamanca, porque está allí el Juniorado y terminé la carrera de Historia. Después de estos años se suele ir al “Magisterio”, una experiencia pastoral fuerte. A mí me mandaron a Perú, a la Sierra, donde tenemos una misión con la población quechua, estuve dos años trabajando en un colegio y en pastoral en las parroquias. Una experiencia muy bonita con gente muy sencilla.
Luego me destinan a Madrid, a estudiar Teología, y estuve también trabajando los fines de semana en la Cañada Real. Terminé la Teología en Granada.
Me dijeron después que hacía falta gente que trabajara con menores en riesgo, así que me enviaron a hacer máster en Bilbao, en Deusto, especializado en esto, y allí viví en una comunidad que acogía a migrantes. Después en el 2015 me destinaron al Hogar San José en Gijón.
Ha pasado mucho tiempo desde ese primer “sí”. ¿Cómo te encuentras en Gijón?
Sí, han pasado 17 años, con diferentes destinos, y he ido creciendo poco a poco.
Estos últimos votos han sido para mí como volver a esta vocación primera y decir el “Sí” definitivo para toda la vida. La experiencia en el Hogar San José es muy enriquecedora, con muchos niños y jóvenes con realidades duras pero que poco a poco vamos haciendo que sea su casa su hogar, y vamos trabajando todas estas heridas que tienen, para que, poco a poco, vayan cicatrizando.
¿Habrá un próximo destino?
No lo sé, la verdad, los jesuitas siempre estamos con las maletas hechas. Pero yo aquí en Gijón estoy muy contento y me siento un gijonés más, tanto en el Hogar como trabando en el Centro Loyola con los jóvenes.
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