Un joven pidió este deseo antes de morir y sus efectos podrían cambiar el sentido de su vida para siempre

Años después de su muerte, se ha convertido en una persona muy especial para millones de personas por este gesto que realizó antes de fallecer

Un joven pidió este deseo antes de morir y sus efectos podrían cambiar el sentido de su vida para siempre

Redacción Religión

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Seis años después, la tumba de Giampiero Morettini es destino de una peregrinación que no quiere parar y no solamente se acercan familiares y conocidos, sino también de quienes descubrieron su "fama de santidad" a través de amistades en común, un libro que se escribió dedicado a él, y testimonios de amigos que lo conocieron.

Era el 21 de agosto de 2014 cuando Giampiero Morettini, el "seminarista de la sonrisa", murió en Perugia, Italia. Tenía 37 años y su calvario en el hospital comenzó en julio, después de una delicada operación al corazón. Habían detectado la enfermedad en el seminario cuando los médicos le dijeron que tenía una malformación congénita grave que necesitaba una cirugía urgente.

"Muchos piden su oración por la curación de los niños enfermos o incluso por tener un hijo, otros reconocen que orar en la tumba de Giampiero es para ellos una fuente de profunda paz interior, otros hablan de las gracias recibidas como alivio de tristeza o por el acompañamiento a una muerte lo màs tranquila posible o por la conversión de una persona querida”, escribe el párroco de Castel del Piano, la parroquia de Giampiero, Don Francesco Buono, en el libro entregado al arzobispo de Perugia-Città della Pieve y el presidente del CEI, cardenal Gualtiero Bassetti, para pedir la apertura de la causa de beatificación del joven que soñaba con ser sacerdote.

Una vida lejos de la fe

La suya fue una vida alejada de la fe. Hasta que el 13 de marzo de 2006, una monja entra en una tienda para la bendición de Pascua. Le pide a Giampiero que rece. Con poca convicción, el joven accede. La religiosa reza una oración muy corta colocando su mano en su frente y marcándolo con la cruz. Un gesto que le marcará para siempre y que contará a muy pocos amigos. Sentía un fuego interior que jamás había experimentado.

A partir de ese momento acude al confesionario, los encuentros de catequesis, la participación asidua a la adoración eucarística. Y en 2010 la entrada en el seminario "para ser un buen sacerdote", como se puede leer en el libro entregado a la CEI.

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El funeral, una fiesta que él mismo quería

Al final del tercer año de seminario, le detectaron la enfermedad y allì llegó la hospitalización, la operación quirúrgica, el agravio de las condiciones que Giampiero afrontò siempre "con una sonrisa" y "siempre con serenidad, totalmente entregado a la voluntad de Dios" y, "a pesar del gran sufrimiento, infunde la paz". y esperanza a quienes lo visitan”.

Al funeral asistieron "muchísimas personas, sobre todo jóvenes, muchos que no habían ni siquiera conocido a Giampiero". “Giampiero - dijo don Francesco Buono - era consciente del riesgo de la operación y me dejó un escrito en el que decía que si su funeral hubiera tenido que celebrarse hubiera querido una misa mariana que fuera una fiesta”. Y así fue.

"Los sacerdotes que prestaron el servicio del sacramento de la reconciliación en esas horas recuerdan haber confesado a muchos jóvenes y haber observado cuánto la entrega de Giampiero a la voluntad de Dios durante su enfermedad había afectado profundamente a muchos de ellos y les había hecho decidir volver al sacramento de la penitencia y un acercamiento con la Iglesia”, subraya el libro.

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La conversión de sus padres

El joven seminarista, cuando aún estaba vivo, también consiguió que sus padres, Caterina y Mario, volvieron a acercarse a la Iglesia. "Giampiero me ayudó a rezar, porque antes no rezaba - dice la madre Caterina - descuidé mi fe porque el trabajo era lo primero. Pasaron dos o tres años antes de confesarme y comulgar. Ahora tengo esta "gracia de la oración" y la semana no es completa si no voy a la misa del domingo. Con Giampiero nos acercamos mucho a la Iglesia, al Señor"

Giampiero, recuerda todavía su madre, «aunque estaba en el seminario, nunca me obligó a ir a misa, a comulgar, quizás porque pensó que poco a poco me acercaría yo sola. En cambio, necesité su muerte para comprender que si uno "acepta" es solo por la fe que uno tiene. Hago una comparación con otras madres que, como yo, ya no tienen hijos, están enfadadas y no quieren ver a nadie. Mientras que, con Mario, mi marido, siempre mantenemos las puertas abiertas para todos”.

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Los últimos deseos de Giampiero

Caterina también recuerda las últimas horas, vividas con dolor y lucidez por Giampiero. «Unos días antes de la hemorragia, un médico me preguntó: 'Señora, ¿cómo le parece que está su hijo?' Le respondí: "Se ve un poco mejor". No quería decir delante de Giampiero que no había nada más que hacer por él. No era una pregunta que debía hacer el médico. Giampiero estaba muy enfermo y lo sabía mejor que yo.

"Desde el 17 de agosto, para mí, Giampiero ya se había ido" dice la madre del seminarista. El día anterior, la enfermera jefa me dijo que si quería podía recuperar sus objetos: estaba el breviario de Giampiero y en la primera página estaba escrito, “recordad, un funeral feliz”. Para mí, desde ese momento, él ya estaba en el Paraíso y les hice un gesto a mis hermanas que estaban fuera de la habitación como diciendo: "No hay nada más que hacer". Ese día fue como si "lo había devuelto al Señor"

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