Catequesis del Papa: varón y mujer (II), miércoles 22-4-2015

Catequesis del Papa: varón y mujer (II), miércoles 22-4-2015

Redacción digital

Madrid - Publicado el - Actualizado

5 min lectura

Catequesis del Papa: varón y mujer (II), miércoles 22-4-2015

La mujer no es una "réplica" del hombre

Audiencia general del Papa Francisco del miércoles 22 de abril de 2015

Queridos hermanos y hermanas: ¡Buenos días!

En la catequesis anterior sobre la familia, examiné el primer relato de la creación del ser humano, en el primer capítulo del Génesis, donde está escrito: "Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó, varón y mujer los creó" (1, 27).

Hoy quisiera completar nuestra reflexión con el segundo relato, que encontramos en el segundo capítulo. En él leemos que el Señor, tras crear el cielo y la tierra, "modeló al hombre del polvo del suelo e insufló en su nariz aliento de vida; y el hombre se convirtió en ser vivo" (2, 7). Es la cumbre de la creación. Pero falta algo: después Dios coloca al hombre en un bellísimo jardín para que lo cultive y lo guarde (cf. 2, 15).

El Espíritu Santo, que inspiró toda la Biblia, sugiere, por un momento, la imagen del hombre solo ?al que le falta algo?, sin la mujer. Y sugiere el pensamiento de Dios, casi el sentimiento de Dios que lo mira, que observa a Adán solo en el jardín: es libre, es señor…, pero está solo. Y Dios ve que eso "no es bueno": es una especie de falta de comunión, le falta una comunión, le falta plenitud. "No es bueno", dice Dios, y añade: "Voy a hacerle a alguien como él, que le ayude" (2, 18).

Entonces Dios presenta al hombre todos los animales; el hombre pone a cada uno de ellos su nombre ?y esta es otra imagen del señorío del hombre sobre la creación?, pero no encuentra en ningún animal otro semejante a él. El hombre sigue estando solo. Cuando, por fin, Dios presenta a la mujer, el hombre reconoce con exultación que esa criatura, y solo ella, forma parte de él: "Hueso de mis huesos y carne de mi carne" (2, 23). Por fin hay una consonancia, una reciprocidad. Cuando una persona ?se trata de un ejemplo para entender bien esto? quiere darle la mano a otra, deben tenerla ante sí; si uno da la mano y no tiene a nadie delante, la mano se queda ahí…: le falta la reciprocidad. Así era el hombre: le faltaba algo para alcanzar su plenitud, le faltaba la reciprocidad. La mujer no es una "réplica" del hombre; procede directamente del gesto creador de Dios. La imagen de la "costilla" no expresa en absoluto inferioridad o subordinación, sino, al contrario, que hombre y mujer están hechos de la misma sustancia y son complementarios, y que tienen también esa reciprocidad. Y el hecho de que ?siguiendo una vez más la parábola? Dios forme a la mujer mientras el hombre duerme, subraya precisamente que ella no es, en modo alguno, una criatura del hombre, sino de Dios. Y sugiere también otra cosa: que para encontrar a la mujer ?y, podemos decir, para encontrar el amor en la mujer?, el hombre debe primero soñar con ella, y después la encuentra.

La confianza de Dios en el hombre y en la mujer, a quienes encomienda la tierra, es generosa, directa y plena. Se fía de ellos. Pero he aquí que el maligno introduce en sus mentes la sospecha, la incredulidad, la desconfianza. Y, por último, llega la desobediencia al mandamiento que los protegía. Caen en ese delirio de omnipotencia que lo contamina todo y que destruye la armonía. Nosotros también lo sentimos en nuestro interior muchas veces, todos.

El pecado engendra desconfianza y división entre el hombre y la mujer. Su relación se verá amenazada por mil formas de prevaricación y de sometimiento, de seducción engañosa y de prepotencia humillante, hasta las más dramáticas y violentas. La historia conserva el rastro de ellas: pensemos, por ejemplo, en los excesos negativos de las culturas patriarcales. Pensemos en las muchas formas de machismo, en las que la mujer era considerada como de segunda categoría. Pensemos en la instrumentalización y en la mercantilización del cuerpo femenino propias de la actual cultura mediática. Pero pensemos también en la reciente epidemia de desconfianza, de escepticismo e incluso de hostilidad que va difundiéndose en nuestra cultura ?especialmente a partir de una comprensible desconfianza por parte de las mujeres? en relación con una alianza entre hombre y mujer que sea capaz, al mismo tiempo, de acrisolar la intimidad de la comunión y de tutelar la dignidad de la diferencia.

Si no sentimos un estremecimiento de simpatía por esta alianza, capaz de poner a las nuevas generaciones a resguardo de la desconfianza y de la indiferencia, los hijos vendrán al mundo cada vez más desarraigados de ella desde el seno materno. La devaluación social de la alianza estable y generativa del hombre y de la mujer es, sin lugar a dudas, una pérdida para todos. ¡Debemos reinstaurar el honor del matrimonio y de la familia! La Biblia dice una cosa bonita: el hombre halla a la mujer, los dos se encuentran y el hombre ha de dejar algo para hallarla plenamente. Por eso el hombre dejará a su padre y a su madre para ir a ella. ¡Qué bonito! Esto significa recorrer un nuevo camino: el hombre es todo él para la mujer y la mujer es toda ella para el hombre.

La custodia de esta alianza entre el hombre y la mujer ?aun siendo estos pecadores y estando heridos, confusos y humillados, desconfiados e indecisos? es, pues, para nosotros los creyentes, una vocación exigente y apasionante, en la actual condición. El propio relato de la creación y del pecado, en su final, nos entrega un icono bellísimo de la misma: "El Señor Dios hizo túnicas de piel para Adán y su mujer, y los vistió" (3, 21). Se trata de una imagen de ternura hacia esa pareja pecadora, que nos deja boquiabiertos: ¡la ternura de Dios por el hombre y por la mujer! Es una imagen de custodia paterna de la pareja humana. Dios mismo cuida y protege su obra maestra.

Saludo en español al final de la Audiencia

Saludo a los peregrinos de lengua española, en particular a los grupos provenientes de España, Argentina y México, así como a los venidos de otros países latinoamericanos. Que, imitando a nuestra Madre la Virgen María, aprendamos a obedecer a Dios y a fortalecer, entre los hombres y mujeres de hoy, la armonía primera con la que fueron creados y queridos por Dios. Que Dios les bendiga.

(Original italiano procedente del archivo informático de la Santa Sede; traducción de ECCLESIA)