¿Qué nos ha pasado?, por el sacerdote Ángel Moreno de Buenafuente
Madrid - Publicado el - Actualizado
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¿Qué nos ha pasado?, por el sacerdote Ángel Moreno de Buenafuente
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Hoy nos ha nacido un Salvador: el Mesías, el Señor". El aleluya entonaba el motivo de alegría: "Os traigo una buena noticia, una gran alegría: nos ha nacido un Salvador: el Mesías, el Señor." El ángel certifica, además, la identidad del Niño: "No temáis, os traigo una buena noticia, una gran alegría para todo el pueblo: hoy, en la ciudad de David, os ha nacido un Salvador: el Mesías, el Señor."
¿Qué nos pasa que nos tienen que decir algo tan propio? ¡Te das cuenta!, la humanidad ha dado a luz al Mesías. Somos beneficiados de una maternidad colectiva. La Virgen da a luz un hijo y le pone por nombre Emmanuel, que significa: "Dios con nosotros". Ella, mujer, nueva Eva, entraña y da a luz al Primogénito de todos los hombres.
Pero ¿por qué esta contundencia en el anuncio de un hecho que nos afecta tanto? El acontecimiento, que proclama el profeta, canta el salmista, y anuncian los ángeles, no se refiere a uno de nuestro pueblo, porque lo han condecorado, o le han dado un premio. No es que uno de nuestro país ha ganado una medalla olímpica. Nos ha sucedido a nosotros, a ti y a mí, en nuestra propia carne.
Un hijo, un niño, afecta las entrañas, conmueve el corazón, se convierte en punto de encuentro, llama toda la atención, ante él se olvida toda otra preocupación, y se convierte en el centro de la familia, polariza las miradas, atrae el cariño y la ternura, sensibiliza? El nacimiento de Jesús, el Niño de María, nos transforma. Por este nacimiento, la humanidad ya no estéril, la creación ya no es maldecida. Si del cielo llueve la justicia, y de la tierra nace un Salvador, podemos reconocer que "la tierra ha dado su fruto, nos bendice el Señor, nuestro Dios". Lo hemos pedido en Adviento: "Cielos lloved vuestra justicia, ábrete tierra, haz germinar al Salvador". Del seno de una Virgen, mujer de nuestra raza, nos nace el Redentor, por este Hijo somos redimidos, divinizados, destinados a la gloria.
Ahora comprendemos la profecía: "El desierto y el yermo se regocijarán, | se alegrará la estepa y florecerá, germinará y florecerá como flor de narciso, | festejará con gozo y cantos de júbilo. | Le ha sido dada la gloria del Líbano, | el esplendor del Carmelo y del Sarón. | Contemplarán la gloria del Señor, | la majestad de nuestro Dios." (Isa 35, 1-2).
Si cuando nació un compañero mío, su padre, al volver del campo, corriendo, porque le habían avisado del nacimiento de un niño, al oír tocar las campanas, se dijo: "Mi hijo va a ser sacerdote", y así ha sido. ¿Quién es el que al nacer, no solo tocan las campanas, sino que cantan los ángeles, se conmueve el cielo, y la tierra se llena de alegría? Nos ha nacido el Salvador del mundo, el Hijo de Dios, el Mesías, el Señor, el hijo de Santa María, Dios con nosotros, el Hijo de David, el esperado de las naciones.
Dios cumple su Palabra: "Como bajan la lluvia y la nieve desde el cielo, | y no vuelven allá, sino después de empapar la tierra, | de fecundarla y hacerla germinar, | para que dé semilla al sembrador | y pan al que come, así será la palabra, que sale de mi boca: | no volverá a mí vacía, | sino que cumplirá mi deseo | y llevará a cabo mi encargo." (Is 55, 10-11). Y la Palabra se hizo carne y puso su tienda en nuestro campamento. Lo que nos pertenece es acudir corriendo a ver eso que nos han dicho los ángeles y han contemplado los pastores.