Signos vivos de Cristo, carta del obispo de Córdoba, Demetrio Fernández
Madrid - Publicado el - Actualizado
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La Jornada para la Vida consagrada se celebra cada año el 2 de febrero. Coincidiendo con la fiesta litúrgica de la presentación de Jesús en el Templo en brazos de María su madre, la Candelaria, y acompañados de José. Esta fiesta nos presenta a Jesús como "luz de las gentes" puesto en el candelero de su madre, para alumbrar a todo hombre que viene a este mundo. Cristo alumbra a todo hombre y le descubre su dignidad de hijo de Dios con la colaboración de María, que lo presenta en el Templo.
La vida consagrada tiene esta misión, la de anunciar a Cristo en nuestro tiempo. La misión de alumbrar a todo hombre con la luz de Cristo, que se ha encendido en el corazón y en la vida de cada consagrado/a. Una persona consagrada es una luz encendida para estimular y alimentar la fe del pueblo cristiano. En este Año de la fe, nos damos cuenta de que cada persona consagrada es como un signo vivo de Cristo resucitado en medio de su pueblo.
La Iglesia necesita en nuestros días estas luminarias que alimenten la fe de tantas personas que vacilan o que se apartan de Dios. Muchas veces no convencen las palabras, ni siquiera la predicación. En esas ocasiones, lo único que convence es el testimonio de vida. Una persona consagrada es un signo viviente, que prolonga el amor de Dios a los hombres y expresa que sólo Dios debe ser amado con totalidad.
En nuestra diócesis de Córdoba, Dios nos ha bendecido con una presencia abundante de personas consagradas, hombres y mujeres, en las distintas formas de consagración: contemplativos/as, religiosos/as, seculares, vírgenes consagradas.
Los contemplativos, monjes y monjas, hacen de sus monasterios lugares de oración continua. Alabanza a Dios en la liturgia diaria, intercesión por las necesidades de la Iglesia, cargando con la cruz de tantas personas que sufren. Porque no se han retirado del mundo para desinteresarse de sus hermanos, sino para llevar en sus corazones las penas y las alegrías de sus contemporáneos. Los monasterios de monjes y monjas de nuestra diócesis son también lugares y oasis de oración para quienes los visitan, para unos días de retiro, de oración, de reflexión.
Hay en nuestra diócesis abundantes religiosos/as en obras de apostolado, según el carisma propio de cada Congregación. En el campo educativo, colegios, guarderías. En el campo de la beneficencia, atendiendo enfermos, ancianos, pobres de todo tipo. En el campo de las parroquias, asumiendo tareas de catequesis, formación, etc. Y tantas otras personas consagradas en institutos seculares, en el orden de las vírgenes, en asociaciones de fieles. Qué sería de nuestra diócesis sin esta presencia tan benéfica. Todos ellos son un signo vivo de la presencia de Cristo resucitado en el mundo.
Valoremos estos dones de Dios en su Iglesia. En muchos casos constatamos disminución de presencia por la escasez de vocaciones. Es momento de gratitud, más que de lamentos. Cada una de las personas consagradas es una luz encendida, y por cada una de ellas damos gracias a Dios, al tiempo que pedimos a Dios nuevas vocaciones para que no nos falte nunca esa luz tan necesaria en nuestro mundo.
Que la Jornada para la Vida consagrada aliente la fidelidad de todos los consagrados, en todos los carismas que embellecen y enriquecen la Iglesia santa de Dios. Que esta Jornada nos lleve a todos a dar gracias a Dios por lo que continuamente recibimos de su testimonio y su trabajo en los distintos campos. Que el Señor siga bendiciendo nuestra diócesis con nuevas vocaciones a la vida consagrada, que sean signos de la presencia de Cristo resucitado en el mundo.
Recibid mi afecto y mi bendición:
+ Demetrio Fernández, obispo de Córdoba