Carta del arzobispo de Burgos, Francisco Gil Hellín, ante la Jornada Mundial del Enfermo (11 febrero 2014)

Carta del arzobispo de Burgos, Francisco Gil Hellín, ante la Jornada Mundial del Enfermo (11 febrero 2014)

Redacción digital

Madrid - Publicado el - Actualizado

3 min lectura

Carta del arzobispo de Burgos, Francisco Gil Hellín, ante la Jornada Mundial del Enfermo (11 febrero 2014)

La enfermedad es un compañero inseparable en el camino de la vida de los hombres. Apenas nacido, la mamá tiene que llevar a su bebé al pediatra, al otorrino o al médico de cabecera. Luego viene una etapa, más o menos larga, en la que el compañero de viaje desaparece, para volver a reaparecer de modo permanente hasta la muerte.

Es lógico, por tanto, que la Iglesia no se desentienda de esta cuestión sino que la dé todo el alcance y valor que requiere. Eso explica que cada año celebre la "Jornada mundial del enfermo" con un lema preciso. El de este año es "FE Y CARIDAD. También nosotros debemos dar la vida por los hermanos".

El objetivo de la presente Jornada ?que se celebrará el próximo 11 de febrero- es que los cristianos volvamos a las fuentes de nuestra vocación. En primer lugar, los profesionales de la salud, para que renueven y potencien su visión creyente del enfermo; de modo que vean en él el rostro doliente de Cristo y el hermano al que tratar como buenos samaritanos. Ella será la mejor garantía para que la técnica y los avances farmacológicos estén al servicio de la persona humana en todas las fases y situaciones en que vive la enfermedad.

Pero esto vale también, aunque en otra medida y dimensión, para todos los cristianos, dado que la caridad es el distintivo de los que creemos en Jesucristo. La caridad cristiana permite ver al enfermo no como un extraño sino como alguien que es portador de la imagen de Dios, es hijo de Dios y es un hermano. Por eso, el servicio a los enfermos ?tanto de los profesionales como de los voluntarios y capellanes-, no puede quedarse en un mero servicio social sino que tiene una dimensión esencial de fe. Tanto el enfermo como sus familiares han de percibir un testimonio de caridad cristiana y de personas que comparten su fe y su vida.

Desde esta perspectiva se entiende muy bien que el mundo de la salud y de la enfermedad es hoy, como lo fue siempre, un lugar privilegiado para la nueva evangelización. Porque "Jesús anuncia el Evangelio del Reino curando, y confía a sus discípulos la misión de curar" (Congreso "Iglesia y Evangelización"). Estar cercano a quien está al borde del camino de la vida, no sólo es un acto de solidaridad sino, ante todo, es un hecho espiritual.

Por otra parte, se comprende que el enfermo no quede al margen de su propia enfermedad. La enfermedad, aunque sea una realidad dolorosa, no es un castigo divino ni un mal del que hay que liberarse al precio que sea, incluso poniendo fin a la vida. Como parte del dolor, es un misterio. Pero un misterio que ha quedado esclarecido con la muerte y resurrección de Jesucristo. Jesucristo ha vencido a la muerte, máxima expresión de la enfermedad y del dolor. Desde entonces, la enfermedad y la muerte no tienen ya la última palabra, sino que se han convertido en puerta que abre la vida humana a una nueva vida. Unidos a Cristo, la enfermedad y el dolor "de experiencias negativas, pueden llegar a ser positivas. Jesús es el camino" (Mensaje del Papa Francisco para la Jornada). Todos conocemos personas que se descubrieron o se reencontraron con Dios mediante una enfermedad grave e inesperada.

Además, el enfermo no tiene que tener como único horizonte el de su enfermedad, de modo que le impida vivir la caridad hacia los demás, comenzando por su propia familia y el personal sanitario. ¡Cuántos enfermos se convierten en auténticos misioneros de su entorno, porque saben llevar su enfermedad con exquisita paciencia y hasta con alegría! ¿Cómo no recordar, por ejemplo, aquel rostro dolorido y destrozado del Beato Juan Pablo II, que cautivó al mundo entero por su aceptación gozosa del dolor que Dios le quiso pedir? Como alguien me comentó, la estampa de un papa impotente y crucificado ganó las batallas que antes se le habían resistido.