Con las Hermanas de la Cruz
Madrid - Publicado el - Actualizado
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Son días de cielo. También días de cruz. Son en definitiva, días de intensa experiencia de Dios y de Evangelio. Estoy dirigiendo Ejercicios Espirituales a las Hermanas de la Cruz en Sevilla. Os pido vuestra oración especialmente en estos días, por ellas y por mí. Era un deseo de mi corazón, que Dios me ha concedido con creces, y le doy gracias por ello. Cuando era todavía seminarista, allá por los años ?70, leí la biografía y los escritos de Sor Ángela de la Cruz (fue beatificada después en el 1982 y canonizada en el 2003), y me fascinó fuertemente su figura. Me atraía su humildad, su espíritu de sacrificio, su alegría serena, su capacidad de liderazgo para arremolinar en torno a ella un grupo numeroso de mujeres que hacen presente a Jesucristo buen samaritano, su entrega a los pobres desde su espíritu evangélico. Había deseado visitar su sepulcro, orar junto a ella, pedirle humildemente algo de su espíritu. Y en alguna ocasión, en mis visitas obligadas a Sevilla, me he acercado dos o tres veces hasta allí. Pero siempre había sido una visita fugaz, que me dejaba el deseo de más. Hasta que fui invitado por la Madre a dirigir estos Ejercicios, en los que me encuentro. Y en los que estoy disfrutando de este espacio de cielo y de cruz, que es la Casa madre de las Hermanas de la Cruz en Sevilla.
Me impresiona la figura de Santa Ángela y me impresiona el ejército de Hermanas, unas jovencitas, otras maduras, bastantes veteranas, que están haciendo los Ejercicios anuales, algunas preparándose para su próxima profesión de votos. Días de más oración, de mayor penitencia, de escucha abundante de la Palabra de Dios, de combate directo con Satanás, de sosiego y examen de la propia vida para ajustarla cada vez más a Cristo, siguiendo el carisma de su Madre fundadora. Es un gozo espiritual de profundo calado, y un estímulo fuerte para mi vida espiritual. Estas Hermanas no van a la playa, ni van con sus familiares a descansar. Los pobres les comen la vida entera, y para atenderlos desde el corazón de Cristo, dedican horas y horas a la oración, los atienden con verdadero sacrificio que brota del amor y gastan su vida silenciosamente en bien de la humanidad, en bien de tantas personas a las que se dedican.
Si alguien preguntara por el Evangelio y su arraigo en Andalucía en nuestra época contemporánea, hay que decirle que conozca a las Hermanas de la Cruz. Ellas no agotan la riqueza evangélica de esta tierra, pero son realmente una encarnación del Evangelio en esta tierra, con el aire propio de esta tierra, para las necesidades propias de esta tierra. Son una auténtica inculturación del Evangelio en Andalucía, donde el Evangelio no pierde nada de su frescor y empuje, sino que adopta formas propias y cercanía. Esta tierra de María Santísima ha generado mujeres como Santa Ángela de la Cruz, que atrae hoy a cientos y cientos de chicas jóvenes para seguir a Jesucristo por el camino del Evangelio sin atenuantes y sin glosa. Y a todos los demás, esta "pura raza" evangélica nos produce bien y son un precioso estímulo para vivir nuestra vocación de santidad, a la que Dios nos llama a todos, cada uno según su propio estado de vida.
El mundo no lo puede entender. Un amor de este calibre escapa a las medidas de la razón humana y de los cálculos humanos, tan condicionados por el egoísmo. Cuando a nuestro alrededor prolifera la corrupción, como consecuencia de la avaricia, que nunca se sacia de tener más y más a costa de lo que sea, el testimonio de las Hermanas de la Cruz nos habla de desprendimiento total, de pobreza material que brota de un corazón libre, capaz de amar hasta dar la vida. Esta generosidad no es fruto de un voluntarismo anacrónico, sino que manifiesta la pureza de la gracia de Dios, siempre nueva, capaz de transformar el corazón humano y llevarlo hasta el don pleno de sí.
Cuando en nuestro mundo recibimos provocaciones continuas a pasarlo bien, a disfrutar de la vida, al placer legítimo o ilegítimo, el encuentro con estas Hermanas, olvidadas de sí mismas y que no dan abasto para llevar consuelo a los que sufren, supone un respiro de aire fresco y un aliciente para construir un mundo nuevo donde el amor verdadero es posible, porque viene de Dios y prende en el corazón humano.
Vivir en obediencia mortificada, en virginidad oblativa que llena el corazón y lo desborda maternalmente en amor a los necesitados, en pobreza y humildad elocuentes hasta en sus formas externas, vivir así es una vocación que sigue atrayendo hoy a muchas jóvenes de nuestro tiempo. Oramos para que no falten en la Iglesia vocaciones de este tipo, de "pura raza" evangélica. ¡Hacen tanto bien a la humanidad!
Recibid mi afecto y mi bendición:
+ Demetrio Fernández, obispo de Córdoba