Relaciones islam-cristianismo, según el Papa Francisco: diálogo, escucha, paciencia
Madrid - Publicado el - Actualizado
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La escucha del otro es también un deber pedagógico
Discurso del Papa Francisco a los participantes en el Congreso organizado por el Pontificio Instituto de Estudios Árabes e Islámicos con ocasión del 50.º aniversario de dicha institución (24-1-2015)
Señores cardenales, hermanos y hermanas:
Os recibo con placer al término del Congreso organizado para conmemorar el quincuagésimo aniversario de la apertura en Roma del Pontificio Instituto de Estudios Árabes e Islámicos. Doy las gracias al cardenal Grocholewski por las palabras que me ha dirigido en nombre de todos, y al cardenal Tauran por su presencia.
Pese a algunas incomprensiones y dificultades, durante estos últimos años se han registrado avances en el diálogo interreligioso, también con los fieles del islam. Por eso resulta esencial el ejercicio de la escucha. Este no es solo una condición necesaria en un proceso de comprensión recíproca y de convivencia pacífica, sino también un deber pedagógico para ser "capaces de reconocer los valores de los demás, de comprender las inquietudes que subyacen a sus reclamos y de sacar a luz las convicciones comunes" (Exhort. ap. Evangelii gaudium, n. 253: ecclesia 3.704-05 [2013/II], pág. 1856). La base de todo ello es la necesidad de una formación adecuada para que cada uno, firme en su propia identidad, pueda crecer en el conocimiento del otro.
Hay que guardarse de caer en las redes de un sincretismo conciliador que, al final, se revela vacío y heraldo de un totalitarismo sin valores (ibíd., nn. 251 y 253: ecclesia cit., ibíd.). Un confortable planteamiento acomodadizo, "que dice que sí a todo para evitar problemas" (ibíd., n. 251), acaba revelándose "un modo de engañar al otro y de negarle el bien que uno ha recibido como un don para compartir generosamente" (ibíd.). Esto nos invita, en primer lugar, a volver a los fundamentos.
Cuando nos acercamos a una persona que profesa con convicción su propia religión, su testimonio y su pensamiento nos interpelan y nos inducen a interrogarnos sobre nuestra misma espiritualidad. En el principio del diálogo está, por lo tanto, el encuentro. En él se genera el primer conocimiento del otro. Y es que, si se parte del presupuesto de la pertenencia común a la naturaleza humana, pueden superarse los prejuicios y las falsedades y es posible iniciar a comprender al otro desde una perspectiva nueva.
La historia del Pontificio Instituto de Estudios Árabes e Islámicos (PISAI) va precisamente en esta dirección. No se limita a aceptar lo que se dice superficialmente y da lugar a estereotipos y prejuicios. La labor académica, fruto de una fatiga diaria, acude a investigar las fuentes, a colmar lagunas, a analizar los étimos, a proponer una hermenéutica del diálogo, y, mediante un planteamiento científico inspirado en el asombro y en la maravilla, tiene la capacidad de no perder la brújula del respeto mutuo y de la estima recíproca. Con estas premisas, uno se acerca al otro de puntillas, sin levantar el polvo que nubla la vista.
La historia del PISAI en Roma ?tras su nacimiento y primer desarrollo en Túnez, merced a la gran labor de los Misioneros de África? demuestra hasta qué punto la Iglesia universal, en el ambiente de renovación posconciliar, comprendió la necesidad de un instituto dedicado explícitamente a la investigación y a la formación de agentes del diálogo con los musulmanes. Acaso nunca como ahora se siente esta necesidad, porque el antídoto más eficaz contra toda forma de violencia es la educación en el descubrimiento y en la aceptación de la diferencia como riqueza y fecundidad.
Dicha tarea no es sencilla, sino que nace y madura a partir de un acusado sentido de responsabilidad. El diálogo islámico-cristiano exige, por su parte, paciencia y humildad que acompañen un estudio profundo, ya que la aproximación y la improvisación pueden revelarse contraproducentes, o incluso causar malestar y apuro. Es preciso un empeño duradero y continuo con vistas a que las diferentes situaciones y los diversos contextos no nos encuentren desprevenidos. Por este motivo se exige una preparación específica, que no se limite al análisis sociológico, sino que tenga las características propias de un camino entre personas pertenecientes a las religiones que, si bien de diferentes maneras, hacen referencia a la paternidad espiritual de Abrahán. La cultura y la educación no son, en modo alguno, secundarias en un proceso auténtico de acercamiento al otro que respete en cada persona "su vida, su integridad física, su dignidad y los derechos que de ella derivan, su reputación, su propiedad, su identidad étnica y cultural, sus ideas y sus decisiones políticas" (Mensaje por el fin del Ramadán, 10-7-2013).
Entre las instituciones académicas de la Santa Sede, este Instituto resulta muy valioso y necesita ser aún más conocido. Es mi deseo que vaya convirtiéndose cada vez más en punto de referencia para la formación de los cristianos que operan en el campo del diálogo interreligioso, bajo la égida de la Congregación para la Educación Católica y en estrecha colaboración con el Pontificio Consejo para el Diálogo Interreligioso. Que, en el camino de profundización de la verdad, hacia el pleno respeto de la persona y de su dignidad, el PISAI instaure una colaboración fructífera con las demás instituciones académicas pontificias y con los centros de estudio y de investigación ?tantos cristianos como musulmanes? diseminados por el mundo entero.
En la feliz circunstancia de este jubileo, hago votos por que la comunidad del PISAI no incumpla nunca la tarea primaria de la escucha y del diálogo basado en identidades claras, en la búsqueda apasionada, paciente y rigurosa de la verdad y de la belleza, sembradas por el Creador en el corazón de todo hombre y de toda mujer y realmente visibles en toda expresión religiosa auténtica. Os pido, por favor, que recéis por mí y os deseo de corazón toda bendición.
(Original italiano procedente del archivo informático de la Santa Sede; traducción de ECCLESIA)